El plan debería contemplar un desarrollo ambicioso del intercambio,
la contribución para el fortalecimiento de la OMC y también
acuerdos con los países y regiones más relevantes del
mundo.
Tres cuestiones aparecen como más relevantes en la agenda del
comercio exterior argentino, al menos en lo que se pueda suponer que sería
el período post-pandemia. Por cierto que no serán las únicas.
Pero en la perspectiva actual, están entre las que mayor atención
demandará de protagonistas interesados en el desarrollo futuro
de la inserción argentina en el comercio mundial.
Las tres están vinculadas entre sí y requieren para ser
efectivas, el que sean percibidas como reflejando el interés y
el compromiso del más alto nivel político del país.
En otras palabras, que se las visualice como impulsadas personalmente
por el Presidente de la Nación. Y que por sus efectos, se considere
que tendrían impactos en amplios sectores de la ciudadanía.
La primera cuestión se refiere a fijar metas ambiciosas en cuanto
al desarrollo del futuro comercio exterior del país y, a la vez,
procurarlas con una buena organización institucional, que involucre
al gobierno nacional, a los respectivos gobiernos provinciales y locales,
y a todos los sectores de la sociedad, en especial el empresarial, el
laboral, y el de las nuevas generaciones, es decir aquellos más
sensibles a la creación de condiciones razonables y sustentables
de futuro.
Metas ambiciosas, tanto en una perspectiva cuantitativa como cualitativa.
Esto es, que impliquen saltos significativos en la cantidad y en la calidad
de bienes y servicios que se pueden vender al mundo, Pero a la vez, que
reflejen una incorporación también significativa de inteligencia
y de tecnología en los respectivos procesos productivos de los
bienes y servicios que se exportan.
Y una buena organización, en el sentido que conduzcan a saltos
de eficacia y efectividad, para la gestión de todos los estamentos
involucrados con la concreción de una estrategia de inserción
argentina en el comercio mundial.
La segunda cuestión se refiere a que el país efectúe
aportes que contribuyan al fortalecimiento del sistema multilateral del
comercio internacional, incluyendo su capacidad para facilitar mecanismos
que sean innovadores con respecto a iniciativas regionales de cooperación,
comercio e integración en los que el país tenga alguna capacidad
de influencia, especialmente en la región latinoamericana y entre
los países en desarrollo.
En tal perspectiva, el fortalecimiento de la Organización Mundial
del Comercio tiene que ser, sin dudas, una prioridad para nuestro país.
Al respecto tres frentes son destacables por su relevancia.
Uno es el de la designación del nuevo Director General. La renuncia
anticipada de Roberto Azêvedo ha abierto el proceso de elección
de quien lo sustituya. Tal como él mismo lo ha señalado
al explicar su decisión de renunciar, una de sus intenciones ha
sido la de facilitar que quien lo suceda pueda tener tiempo para ser eficaz
en su gestión de la etapa preparatoria de la próxima Conferencia
Ministerial de la OMC. En ella deberían lograrse resultados que
permitan revertir las tendencias actuales al deterioro del sistema multilateral
del comercio mundial, entre otras razones por el debilitamiento creciente
del principio de no discriminación y por el estado en que se encuentra
su sistema de solución de controversias.
Ese es precisamente un segundo frente prioritario. Lograr que la Conferencia
Ministerial, cuya fecha aún no ha podido fijarse como resultado
de la crisis del Covid-19, permita concertar con acuerdos viables y eficaces,
los intereses marcados por las crecientes y significativas divergencias
entre los países miembros de la OMC y, en particular, entre sus
protagonistas más relevantes tanto del comercio mundial como de
la geopolítica global.
El otro frente prioritario para la Argentina, debería ser el contribuir
a que los países latinoamericanos miembros de la OMC, puedan tener
un papel activo y relevante en la continua tarea de construir un sistema
comercial internacional que sea eficaz y efectivo y, a la vez, funcional
a los intereses de la región.
Y la tercera cuestión se vincula con la necesidad de impulsar
distintas modalidades de acuerdos de asociación con países
relevantes para el comercio exterior argentino, tales como el que está
en su fase final de concreción entre el Mercosur y la UE, y los
que están en la agenda pendiente de desarrollo con otros países
y regiones.
Todos ellos se supone que son acuerdos que no sólo son compatibles
con los principios y reglas del sistema multilateral del comercio internacional,
sino que además contribuirían a su fortalecimiento, tanto
en una perspectiva económica como política.
El acuerdo de asociación bi-regional entre el Mercosur -concebido
como una unidad negociadora- y la UE, es el que requerirá una atención
prioritaria en los próximos meses. No sólo por su magnitud
y su potencial impacto en las economías y en el comercio exterior
de ambas regiones. Pero sobre todo por ser un acuerdo cuya fase negociadora,
al menos en su componente comercial, concluyó hace ya un año
y que ya está entrando en su etapa de firma y posterior ratificación
parlamentaria. En una perspectiva argentina, como también de sus
socios en el Mercosur y los de la UE, tras casi treinta años en
que comenzó a explorarse la idea de un acuerdo y veinte años
de negociaciones, a los respectivos liderazgos políticos les sería
difícil explicar a sus ciudadanías, las consecuencias de
un eventual fracaso.
A partir de su entrada en vigencia se inicia la etapa principal del acuerdo
de asociación birregional. Es la del "día después",
o sea aquella en la que gobiernos y empresas hacen lo requerido para cumplir
con los compromisos asumidos en los plazos previstos, y lo necesario para
sacar provecho de la ampliación asegurada de los respectivos mercados.
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