En las negociaciones comerciales internacionales la gravitación
de un país en los flujos mundiales de comercio e inversiones es
un dato significativo. Pero no es el único. También lo es
su vocación de protagonismo, su capacidad para ocupar un lugar
en el escenario y, sobre todo, de tomar iniciativas. Ello puede reflejar
una inteligencia fina sobre oportunidades que se abren, en un momento
determinado, para impulsar acciones que coloquen al respectivo país
en los radares de quienes compiten en la economía global. Y hoy
más que nunca, ellos están orientados a detectar movimientos
en función de agendas económicas, pero también de
las políticas y de seguridad.
El caso actual del Perú ilustra lo antes afirmado. El gobierno
de Alan García, por cierto muy distinto en sus ideas, pero no en
sus reflejos, al de su anterior encarnación, está dando
señales claras de querer capitalizar para su país las incertidumbres
que rodean, en el plano global al futuro de la Rueda Doha -¿e incluso
a la propia OMC como foro de impulso de negociaciones comerciales multilaterales
y de creación de reglas de juego del comercio mundial?- y, en el
regional, a la estabilidad del espacio sudamericano y al desarrollo de
sus procesos de integración económica.
Fuerte por el comportamiento de su economía y de su sector comercial
externo, consciente de sus debilidades -coyunturales por los efectos del
reciente terremoto en una región clave para su sector agro-exportador,
y estructurales por sus diferencias sociales y étnicas- el Perú
está poniendo énfasis en, al menos, tres frentes de acción.
Uno es la ratificación del Tratado de Libre Comercio con los Estados
Unidos. Ha sufrido demoras en el Congreso Americano. Pero los pronósticos
son optimistas y es posible su pronta entrada en vigor.
El otro es la red de acuerdos de libre comercio que está tejiendo
con países miembros de la APEC. Perú ha asumido la Presidencia
de este foro y la próxima Cumbre se realizará en Lima. Para
entonces esperan haber concluido nuevos acuerdos incluyendo el que ahora
se está negociando con China. Perú sigue al respecto el
camino de Chile. Y en la reciente reunión que tuvo lugar en Lima
sobre ayuda al comercio -convocada por la OMC y el BID- Alan García
no ocultó su entusiasmo por avanzar no sólo en nuevos acuerdos
pero, incluso, en la interconexión de todos los celebrados o por
celebrarse entre los países de la APEC. Dijo no temerle a los efectos
del denominado spaghetti bowl. Lo hizo delante de Pascal Lamy, quien pocos
días antes había alertado sobre los efectos sistémicos
negativos de una puja desordenada -esto es, no enmarcada en reglas multilaterales-hacia
la proliferación de acuerdos preferenciales que, en definitiva,
son discriminatorios.
El tercero es el del espacio regional, en el que se destaca la renovada
alianza con el Brasil, y la negociación entre la Comunidad Andina
de Naciones y la Unión Europea. No es un tema menor, al menos por
dos razones. Lima será en mayo próximo la sede de la Cumbre
euro-latinoamericana. Y esta semana se han iniciado en Bogotá las
negociaciones de la CAN con la UE. No serán fáciles, entre
otros motivos por el hecho que entre los miembros de la CAN las opiniones
e intereses no necesariamente coinciden, y porque la suspensión
del Arancel Externo Común agrega complejidades técnicas
y políticas. Por algo Alan García -al hablar en la mencionada
reunión de la OMC y del BID- dejó entrever la posibilidad
de encarar una negociación bilateral entre Perú y la UE.
Pero la iniciativa más original del presidente García es
la del denominado Arco del Pacífico. Involucra la idea de unir
la red de acuerdos de libre comercio entre países con criterios
similares de la costa americana del Pacífico. Piensa concretamente
en Chile, Perú, México, Colombia, Panamá y Canadá.
Resulta obvio el contenido político de una iniciativa que trasciende
el plano del comercio. Habrá que seguirla con atención.
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