Se requiere capacidad de imaginación y arquitectura jurídica,
pero también de liderazgo como el que caracterizó tanto
el momento fundacional del Mercosur, como su precedente que fue el que
protagonizaron Alfonsín y Sarney.
El Mercosur estaría estancado. Es una apreciación que por
momentos se vendría instalando en sus países miembros, tanto
en sectores gubernamentales, como en los empresariales y, también,
en medios de opinión.
Se reflejaría así la impresión de un proceso carente
de dinámica y sin resultados concretos que estén a la altura
de las nuevas realidades internacionales. Algo así como que la
idea que ha impulsado el Mercosur sería antigua e incluso obsoleta.
Pero, más complicado aún, lo que se está observando
pondría en evidencia la ausencia de liderazgos políticos
y de relatos colectivos como los que hubo en sus momentos fundacionales.
Quizás ello estaría resaltando la importancia que tiene
para la construcción de un espacio de integración entre
naciones contiguas, la existencia de un relato atractivo sobre por qué
y cómo trabajar juntos.
Es un relato que debe asentarse en la permanencia y vigencia de lo acordado
en los momentos fundacionales pero, a su vez, en su continua adaptación
a lo que se observa en la lectura de nuevos desafíos y realidades.
Dos cuestiones sobresalen en lo que aparentaría nutrir hoy una
visión que podríamos denominar pesimista sobre el Mercosur.
No son por cierto las únicas.
La primera se relaciona con el arancel externo común y la segunda
con la denominada flexibilidad en el abordaje de negociaciones
que incluyan preferencias comerciales con terceros países, especialmente
cuando en ellas no participen todos los países miembros.
Ambas cuestiones están instaladas en el pacto constitutivo del
Mercosur, esto es, el Tratado de Asunción de 1991. La lectura combinada
de sus artículos 1, 2 y 5 avalan tal afirmación. Según
lo pactado, el nivel de protección que resulte de la aplicación
del arancel externo común debe ser determinado en forma conjunta
por los países miembros y también la agenda de negociaciones
comerciales con otros países.
En debates actuales se suele señalar que esta última es
la resultante de la Decisión 32/00 del Consejo del Mercosur. Sin
embargo, la simple lectura de su artículo 1° permite apreciar
que en tal Decisión se reafirmó el compromiso
de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros
países o agrupaciones de países extrazona, por los cuales
se otorgan preferencias arancelarias. Esto es, que el compromiso ya existía
y que proviene del propio Tratado.
Y quizás también del hecho que, cuando se negoció
el Mercosur ya existiera en algunos de sus países miembros la preocupación
por evitar que, al menos uno y quizás también varios, prefirieran
negociar un acuerdo de libre comercio con los EEUU, teniendo en cuenta
la Iniciativa de las Américas que su gobierno estaba impulsando
justo en ese momento.
No era una posibilidad remota teniendo en cuenta lo que ocurrió
precisamente con Chile, que en un primer momento se suponía que
podría ser miembro del Mercosur y, tras analizar sus realidades
políticas, optó por no serlo y concluyó negociando
su acuerdo de libre comercio con Washington.
De las dos cuestiones mencionadas, quizás sea la segunda la que
más problemas podría plantear. Imaginemos que uno de los
países miembros procurara un acuerdo bilateral de libre comercio,
por ejemplo con China. Y otro lo hiciera con los EEUU.
Es algo que sería factible si el Mercosur hubiere optado por ser
una zona de libre comercio. Pero se optó por una unión aduanera
lo que se refleja en los mencionados artículos 1,2 y 5 del Tratado
de Asunción.
Eventualmente, con un relato renovado y con imaginación jurídica,
sería factible conciliar un escenario de diferentes alianzas comerciales
de sus países miembros con países relevantes de la competencia
comercial global. Imaginemos si además agregáramos a la
UE y a Rusia.
Pero imaginemos que se acentuaran las rivalidades políticas e
incluso ideológicas entre los países con los cuales los
del Mercosur se asociaran. Es decir que se diera un escenario en el que
los efectos de las fracturas que afectaran al orden internacional, penetraran
hondo en la región hoy denominada Mercosur.
Salir de un escenario de estancamiento del Mercosur trasciende entonces
el plano comercial y regional. Supone un esfuerzo colectivo de entender
desde la región los posibles escenarios futuros de la competencia
global, entendida en forma amplia y no limitada sólo a lo económico.
Implica colocar la estrategia de los países que son miembros del
Mercosur, en un marco regional más amplio, que incluya a los países
de América Latina y del Caribe. Y supone, sobre todo, dejar de
lado planteamientos que impliquen empezar de nuevo.
En América Latina henos caído muchas veces en esa tentación.
Supone, por el contrario, interrogarnos sobre los pasos a dar a partir
de lo existente, esto es, el Mercosur con sus actuales miembros y el Tratado
de Asunción como hito fundacional.
¿Cuánto podemos innovar sin necesidad de abrir una nueva
negociación fundacional? Ello requerirá capacidad de imaginación
y de arquitectura jurídica, pero también capacidad de liderazgo
como el que caracterizó tanto el momento fundacional del Mercosur,
como su precedente que fue el que lideraron Alfonsín y Sarney y
sus respectivos equipos. Cabe una sola pregunta a responder: ¿estará
el horno para bollos?
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