El Papa Francisco al hablar el 2 de este mes en su primera Audiencia
General post pandemia, dijo que "para salir mejor de esta crisis,
debemos hacerlo juntos, en solidaridad". Es lo que permite, dijo,
que nos veamos como interdependientes y "sólo siendo solidarios
podremos salir adelante, pues de lo contrario, surgen desigualdad, egoísmos,
injusticia y marginación". Señaló que la solidaridad
es un cambio de mentalidad que nos conduce "a pensar en términos
de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación
de los bienes de parte de unos pocos", y agrega que "para que
nuestra interdependencia sea solidaria y dé frutos, debe fundarse
en el respeto a nuestros semejantes y a la creación".
Son conceptos que nos ayudan a la hoy necesaria reflexión sobre
cómo encarar una nueva etapa del desarrollo de nuestro país
y del mundo. Pero también nos ayuda a repensar el futuro de la
cooperación latinoamericana basada en la solidaridad entre los
países y los pueblos, como una forma de poder incidir como región,
con más eficacia, en los necesarios replanteos del orden internacional
y de las instituciones multilaterales y regionales existentes. Y ese replanteo,
tanto en nuestra propia región como en el plano global, debe asentarse
en la idea de "convergencia en la diversidad", que los países
latinoamericanos aprobaron en su momento, en base a una iniciativa lanzada
en el 2014 por el entonces gobierno chileno de Michelle Bachelet.
Al menos en tres planos nuestro país puede impulsar la idea de
que en el mundo post-pandemia, la solidaridad sea uno de los factores
centrales en las relaciones de cooperación económica y comercial
entre las naciones y entre las regiones. Es una idea que estuvo implícitamente
presente, por lo demás, en muchos de los planteos efectuados por
argentinos que participaron en la construcción institucional -Raúl
Prebisch para mencionar sólo a uno- del mundo de las últimas
décadas.
Tal impulso puede estar basado, por un lado, en el hecho que se estaría
en la última etapa de lo que debería ser la entrada en vigencia
del acuerdo de asociación entre el Mercosur y la UE, y por el otro,
también en el hecho que este acuerdo -bien interpretado y aplicado-
puede ser un instrumento solidario que permita hacer realidad el necesario
momento refundacional del propio Mercosur,
El primero de los tres planos se refiere al desarrollo, en la práctica,
de las disposiciones previstas en el acuerdo birregional, para el apoyo
a la participación efectiva de las pequeñas y medianas empresas.
Nos referimos en particular, a lo que podrían ser los programas
de cooperación técnica y de financiamiento de la transformación
productiva que se desarrollen con el apoyo de la UE, con el objetivo de
facilitar la adaptación de empresas pymes a las nuevas condiciones
de competitividad que surgirán de la vigencia del acuerdo de asociación.
Además de las diversas experiencias que la UE ha desarrollado
a través de los años en sus políticas de apoyo a
la reconversión productiva, más recientemente ha acumulado
otras como consecuencia de la incorporación de los países
de Europa del Este, muchas de ellas inspiradas en los efectos del Plan
Marshall para la propia Europa de la post-guerra, en lo que ha sido uno
de los mejores ejemplos de solidaridad entre naciones. Son todas ellas
experiencias que pueden servir de guía a políticas de cooperación
con las pymes de los países del Mercosur, que se preparen para
competir en el espacio bi-regional.
El segundo plano, se refiere a la participación activa de los
distintos gobiernos locales de cada uno de los países del Mercosur,
en el aprovechamiento por sus respectivos sectores productivos, de las
oportunidades que se abrirán con el acuerdo birregional. Algunos
ya tienen programas referidos al comercio y a las inversiones con la UE.
En ese sentido, el acuerdo de asociación abre oportunidades para
el desarrollo de programas de cooperación técnica y financiera
destinados a facilitar la participación de regiones, provincias
y ciudades de países del Mercosur en el espacio económico
birregional, y también para estimular la cooperación y las
acciones conjuntas, especialmente con la participación de empresas
pymes de los dos lados del Atlántico.
Y el tercer plano es el del análisis de los múltiples desdoblamientos
a que puede dar lugar el acuerdo birregional, tan pronto se lo inserte,
con sus respectivas reglas de origen, en las redes de acuerdos de comercio
preferencial, que han celebrado o puedan celebrar el Mercosur y la UE
con otros países y regiones, y en especial, con los de la Alianza
del Pacífico.
El vínculo entre "reglas de origen", "acuerdos
regionales preferenciales" y "cadenas de valor", podría
nutrir políticas de cooperación bi-regional que faciliten
y promuevan la acción solidaria conjunta entre pymes de ambos lados
del Atlántico, con las de otras regiones con las que ya existen
distintas modalidades de acuerdos preferenciales de la UE, por ejemplo,
con países de la propia América Latina, de África
y del Asia-Pacífico.
Las acciones mencionadas en estos tres planos, son ejemplos de los desdoblamientos
imaginables si ambas regiones se propusieran realmente acrecentar la originalidad
y atracción social del acuerdo -y por cierto también la
política, que se reflejará sobre todo en la oportunidad
de su aprobación parlamentaria-, no sólo en los temas sustantivos
referidos al tratamiento de bienes y servicios y a los planos antes mencionados,
pero también a otros relacionados, por ejemplo, con cuestiones
de medio ambiente y sociales, incluidas las del capítulo sensible
sobre "comercio y desarrollo sustentable", en el cual los compromisos
están enfocados en la idea de "trabajar juntos".
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