I. Cambios globales y sus impactos en el sistema del comercio internacional
Las transformaciones que se observan en la actualidad en el poder mundial
y en la competencia económica global, son reconocidas como uno
de los desafíos principales para la adaptación de las agendas
de negociaciones comerciales internacionales de los próximos años.
Y es una adaptación tanto más necesaria, si se toma en cuenta
la percepción que muchos países tienen -especialmente los
protagonistas emergentes o re-emergentes, según sea la perspectiva
histórica en la que se los visualice- en el sentido que, en una
medida significativa, instituciones y reglas existentes reflejan una realidad
del poder mundial que está siendo rápidamente superada.
A diferencia del mundo en el que se originó el sistema del comercio
mundial institucionalizado primero en el GATT y luego en la OMC, donde
pocos países tenían el poder suficiente para adoptar decisiones
y generar reglas que penetraran en la realidad, el actual es mucho más
diverso, complejo y dinámico. Es un mundo de muchos clubes. Pero
no más de un club dominante: el "condominio oligárquico"
al que se referían analistas y diplomáticos de los años
sesenta y setenta del siglo pasado.
Es difícil efectuar pronósticos sobre la evolución
futura del sistema del comercio internacional. La Conferencia Ministerial
de Nairobi en diciembre 2015 y la evolución de las negociaciones
de mega-acuerdos comerciales y, en lo inmediato, del Transpacific Partnership
(TPP), tendrán una influencia fuerte en el diseño de los
posibles escenarios.
Pero parece existir consenso sobre la gradual erosión del sistema
multilateral de comercio institucionalizado en la OMC, que podría
resultar del efecto acumulado de, por un lado, el estancamiento de la
Rueda Doha y, por el otro, las nuevas iniciativas que están conduciendo
a la proliferación de los mega-acuerdos preferenciales interregionales.
Tal erosión, por sus efectos de fragmentación del marco
institucional del comercio mundial, puede no sólo afectar los flujos
transnacionales de bienes, servicios e inversiones productivas, pero incluso
tener connotaciones geopolíticas. El debate en torno a la eventual
dimensión geopolítica del denominado TPP así lo ilustra.
Si así fuere podría contribuir a afectar la ya complicada
gobernabilidad global, en lo que implica como prevalencia de condiciones
para la paz y la estabilidad en el mundo y en sus regiones.
Resulta difícil imaginar, sin embargo, que en cortos plazos -ni
tan siquiera medianos- sea factible llegar a consensuar planteamientos
refundacionales que impliquen una revisión de fondo del sistema
de la OMC, asumiendo que ello fuera eventualmente recomendable. La dificultad
de reunir la masa crítica de poder mundial que se requiere para
generar nuevas instituciones y reglas de juego, permite anticipar que
la transición ya iniciada demandará mucho tiempo antes de
que se pueda ingresar a una nueva etapa en el orden internacional. Ello
implicaría abrir el debate sobre la revisión de algunos
mecanismos e instrumentos del actual sistema multilateral del comercio
mundial que, de ser introducidas, pudieran contribuir a mejorar sus efectividad,
eficacia y legitimidad social. O, al menos, a detener la actual tendencia
al deterioro gradual de esas tres indispensables cualidades sistémicas
de instituciones y reglas destinadas a perdurar.
Administrar los efectos sobre el sistema multilateral del comercio mundial
que puedan resultar de la compleja transición hacia un nuevo orden
económico internacional, será entonces uno de los desafíos
a encarar en la inmediato. Más que inclinaciones refundacionales,
se requerirá de un gran sentido práctico que permita resolver
algunos de los puntos más débiles del sistema actual. No
parece recomendable al respecto, imaginar acciones que respondan a planteamientos
ideológicos o teóricos. Un signo de los tiempos es precisamente
la rapidez con que se están volviendo obsoletas muchas concepciones
ideológicas o teóricas aplicadas, entre otras, a las relaciones
comerciales internacionales.
Entre otras cuestiones relevantes por su incidencia en el mencionado
deterioro sistémico, dos merecen una atención particular.
Se refieren, en primer lugar, a cómo pueden encarar los países
en desarrollo miembros de la OMC, medidas de emergencia a través
de válvulas de escape que impliquen una mayor flexibilidad de la
que toleran las reglas actuales y, en segundo lugar, a cómo fortalecer
las disciplinas colectivas en materia de acuerdos comerciales preferenciales
a fin de evitar que contribuyan a una mayor fragmentación del sistema
multilateral del comercio mundial e, incluso, a su fractura.
Dani Rodrik, entre otros, ha avanzado sugerencias sobre cómo tener
un sistema de válvulas de escape más flexible que permitan
a los países en desarrollo encarar, en determinadas condiciones,
situaciones de emergencia económica que comprometan sus objetivos
de desarrollo [1]. Implicaría, entre otras medidas, reformar disposiciones
del actual acuerdo de la OMC sobre salvaguardias, a fin de que los países
en desarrollo encaren con mayor flexibilidad, aquellas situaciones de
emergencia económica y comercial que puedan transitoriamente afectar
su capacidad para navegar la globalización, incluyendo las originadas
en eventuales fluctuaciones cambiarias.
Y con respecto a los acuerdos preferenciales, especialmente aquellos
que abarquen a varios países -incluso de distintas regiones- y
con compromisos que trascienden a los asumidos en la OMC, teniendo en
cuenta sus potenciales efectos de fragmentar el sistema del comercio mundial,
parecería recomendable analizar nuevas disciplinas colectivas.
Ellas deberían asegurar una efectiva transparencia en cuanto a
las medidas preferenciales que incluyan -por lo tanto potencialmente discriminatorias
con respecto a los países que no son miembros de un determinado
acuerdo- y, en particular, una periódica apreciación técnica
independiente sobre sus efectos en flujos de comercio y de inversión
originados en terceros países, y en la cohesión del sistema
multilateral del comercio mundial.
Son, las sugeridas, iniciativas que deberían agregarse a algunas
de las cuestiones que están siendo consideradas a abordar en la
hipótesis de un estancamiento prolongado de la Rueda Doha o, incluso,
en la de la conclusión de una Rueda Doha con resultados menos ambiciosos
a los imaginados en un contexto mundial muy diferente al actual. Podrían
formar parte de una agenda de adaptaciones del sistema del comercio mundial
a los requerimientos de la transición hacia un nuevo orden económico
internacional que incluyera, además de las mencionadas, las referidas,
entre otras, a la facilitación del comercio, a diferentes modalidades
de acuerdos plurilaterales y/o sectoriales, y a la ayuda al comercio.
II. Hacia un nuevo contexto global de mega-acuerdos preferenciales
Las negociaciones de mega-acuerdos preferenciales de alcance interregional
ocupan hoy un lugar central en la agenda de las relaciones comerciales
internacionales. A pesar de los resultados de la Conferencia Ministerial
de la OMC en Bali (2013) y de los posibles resultados de la próxima
Conferencia de Nairobi (Diciembre 2015), la atención de quienes
tratan de entender el futuro del comercio internacional está más
concentrada en lo que serían, en un plazo aún incierto,
los acuerdos que surjan de tres frentes negociadores: el Trans-Pacific
Partnership (TPP), el Trans-Atlantic Trade and Investment Partnership
(TTIP) y el Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP).
Son negociaciones comerciales que se insertan en un marco de incertidumbres
con respecto a su evolución, que se manifiestan especialmente en
los casos del TPP y del TTIP. Tienen que ver con resistencias que se observan
en algunos de los protagonistas, especialmente los EEUU y la UE. Pero
también con incertidumbres más amplias con respecto a la
propia evolución del sistema comercial internacional global y con
la de algunas de sus principales regiones. En ambos casos, las tendencias
a la fragmentación y confrontación parecen por momentos
estar predominando sobre las de cooperación y convergencia. Hay,
por cierto, otras negociaciones comerciales internacionales relevantes,
tales como las de la UE con la India y con el propio Mercosur. Pero las
antes mencionadas concentran una mayor atención por el hecho de
abarcar a los EEUU, a la UE, y a un grupo aún no definitivo de
países de Asia y del Pacífico. Sumados representarían
una parte significativa del producto y del comercio mundial.
Por lo demás, quienes impulsan el TPP y el TTIP parecen aspirar
a que el contenido de los acuerdos que se logren fijen, en adelante, los
estándares para las principales reglas de juego del comercio mundial
del futuro. Es decir que persiguen objetivos que incluyen pero a su vez
trascienden al plano del impulso cuantitativo del comercio actual.
El hecho que en su momento la Conferencia de Bali no haya restablecido
la expectativa de una negociación multilateral global que pudiera
concluirse en un tiempo razonable -a través de la actual Rueda
Doha o de algunas de las variantes que se han planteado en el marco de
la OMC-, fue considerado como uno de los incentivos a avanzar a través
de los mega-acuerdos interregionales. Sin embargo, es factible argumentar
que el tiempo que demandan estas negociaciones de alcance parcial, debilita
el esfuerzo político y técnico que requeriría desatar
algunos de los principales nudos que traban las negociaciones multilaterales
globales. Y a su vez, lo que está apareciendo con cierta nitidez
es que los principales nudos son similares en todos los frentes, tanto
en el multilateral global como en el interregional. Tienen que ver, entre
otras cuestiones y no siempre con los mismos matices, con aspectos sensibles
del comercio de productos agrícolas; con sectores industriales
claves como son los de las tecnologías de la información,
la biotecnología, los bienes de capital y el automotriz; con los
diferentes marcos regulatorios; con las compras gubernamentales; con la
propiedad intelectual, y con el tratamiento de las inversiones y, en especial,
la solución de eventuales diferendos que ellas originen entre inversores
y países receptores.
En los casos del TTIP y del TPP, dos interpretaciones podrían
efectuarse con respecto a los motivos que lleva a países que son
protagonistas relevantes del comercio y de las inversiones a escala mundial
-y que no sólo lo han sido durante muchos años, pero que
además les ha permitido jugar el papel de "rule makers"
en la gestación del GATT y luego en la de la propia OMC- a privilegiar
ahora, en los hechos aunque no siempre en la retórica, al plano
de los acuerdos interregionales por sobre el multilateral global.
La primera interpretación tiende a enfatizar el hecho de que entre
un grupo reducido de países -y más si pueden considerarse
como "like minded"- es más factible llegar a acuerdos
que vayan más allá de los compromisos actualmente vigentes
en el marco de la OMC -los denominados compromisos "OMC plus"
y "OMC 2.0"-. Tales compromisos podrían luego extenderse
a aquellos interesados en sumarse. Según quienes los impulsan,
por esta vía entonces se llegaría con mayor facilidad a
aquello que hoy no se visualiza como viable en el ámbito de la
estancada Rueda Doha.
La segunda interpretación atribuye mayor peso a la geopolítica.
Ello está muy vinculado a lo que Pascal Lamy -el anterior Director
General de la OMC- señalara al afirmar que la "geopolítica
ha vuelto a la mesa de las negociaciones comerciales internacionales".
Es una interpretación que tiende a ver el impulso de las negociaciones
de mega-acuerdos interregionales, en razones políticas relacionados
con la necesidad de contrapesar el peso creciente de economías
denominadas "emergentes", no sólo en el comercio mundial
sino que también en la competencia por el poder mundial. Según
algunos analistas el peso de la geopolítica sería más
visible en las negociaciones del TPP, en especial si ellas concluyen sin
haber incorporado a China.
En realidad, el problema principal no lo plantearían los mega-acuerdos
interregionales, pero sí el hecho que ellos pudieran concretarse
sin que se hubiera restablecido la fortaleza y eficacia del sistema multilateral
global. La razón principal es que todos los mega-acuerdos que se
están negociando son preferenciales. Esto es, incluyen compromisos
que generan ventajas sólo para los países participantes
y tienen por ende un alcance discriminatorio con respecto a aquellos países
que en ellos no participan. Tienen por lo tanto un potencial efecto de
fragmentación del sistema comercial internacional.
Y es aquí donde puede residir precisamente el potencial efecto
negativo de una red de mega-acuerdos comerciales preferenciales, inserta
en un sistema multilateral global que presente síntomas de erosión.
Sería el de introducir un factor de eventual debilitamiento de
las condiciones de gobernanza global. Podría implicar entonces
acentuar la tendencia a fragmentar el sistema internacional, precisamente
en un momento donde tensiones geopolíticas en distintas regiones
del mundo recuerdan escenarios con características similares a
las del camino que condujo a la catástrofe de 1914 [2].
En esta perspectiva cobra toda su importancia la idea de promover la
convergencia de los acuerdos globales y los preferenciales. Fue una de
las recomendaciones principales del informe que produjo un panel de expertos
convocado por la OMC y que quizás no ha requerido la atención
que se merecía [3].
Precisamente la idea de convergencia en la diversidad es también
para la región latinoamericana, un aporte de la estrategia que
orienta al gobierno de la Presidenta Bachelet en Chile. Si bien tal idea
hace referencia específica a la articulación entre el Mercosur
y la Alianza del Pacífico, contiene una aproximación de
alcance global y regional, centrada en compromisos de velocidades diferenciadas.
Si tales compromisos se insertan en marcos institucionales y normativos
comunes, como podría ser la ALADI en el plano regional, o una OMC
renovada y fortalecida en el plano global, permitirían neutralizar
tendencias a la fragmentación sistémica que se observan
en la actualidad. Es una idea que puede ser central para que los acuerdos
que se están negociando contribuyan al objetivo de lograr pautas
razonables de gobernabilidad global y regional. Implica conciliar aproximaciones
de alcance parcial, con una visión de conjunto indispensable para
impulsar el comercio mundial, en un contexto de la paz y estabilidad política
que sea favorable al desarrollo económico y social de todos los
países. Implica, a la vez, valorizar la diversidad y neutralizar
los efectos más negativos de la fragmentación.
III. La articulación de intereses latinoamericanos en el frente
de las negociaciones comerciales globales e interregionales.
En un mundo que se ha vuelto más complejo, diverso y dinámico,
se observa que los países latinoamericanos tienden a replantearse
sus propias agendas de negociaciones comerciales externas. Ello es especialmente
una resultante de los cambios internacionales que se están produciendo
en tres planos muy relacionados entre sí.
El primero de los tres planos es el mencionado del sistema comercial
multilateral institucionalizado en la OMC. Al respecto el estancamiento
de la Rueda Doha evidencia dificultades en relación a una de sus
funciones principales, que es precisamente la de facilitar negociaciones
comerciales que abarquen a todos sus países miembros. Son dificultades
que están nutriendo las antes mencionadas tendencias por parte
de algunos de sus principales países miembros -por su grado de
desarrollo económico y por su incidencia en los flujos de comercio
e inversión en el plano global- a fugarse hacia otros ámbitos
de negociaciones que les permitan profundizar los compromisos asumidos
hasta el presente en el ámbito de la OMC. En algunos casos serviría
como excusa para justificar tales fugas.
El segundo plano, es el también ya mencionado de las negociaciones
de mega-acuerdos comerciales preferenciales, incluso de alcance inter-regional.
No es fácil prever aún si tales negociaciones culminarán
en acuerdos firmados y ratificados por los países participantes.
El precedente de las negociaciones fracasadas en el ALCA, indican que
más allá de las expectativas que puedan generarse, incluso
utilizando una buena dosis de "diplomacia mediática"
con todo tipo de "efectos especiales", no siempre ellas concluyen
en la firma de un acuerdo. Y el precedente de la Carta de la Habana en
1948, de la cual surgió la Organización Internacional del
Comercio (OIC), permite asimismo recordar que aún cuando las negociaciones
concluyan con éxito, no siempre pasan luego el test de su aprobación
parlamentaria y, por ende, de su ratificación y entrada en vigencia.
Pero si finalmente concluyeran y los respectivos acuerdos entraran en
vigencia, podrían producir dos tipos de resultados. Incluso ellos
pueden ser secuenciales. Uno sería un fuerte vaciamiento del sistema
multilateral con las consecuencias que puede tener en términos
de erosión de una institución relevante para la gobernanza
global tal como lo es la OMC. Es decir que sus impactos trascenderían,
en tal caso, el plano más limitado del comercio mundial. El otro
sería el que los citados acuerdos podrían generar estándares
de compromisos en materia de regulación del comercio global de
bienes y de servicios, así como, entre otras, de las inversiones,
la propiedad intelectual, y las compras gubernamentales, que luego se
procuraría extenderlos al plano multilateral. En la práctica
implicarían marginalizar países que no participan en tales
acuerdos, del proceso de definición de reglas e instituciones que
en el futuro regularán el comercio mundial. Y es difícil
imaginar que los países excluidos, especialmente si tienen o aspiran
a tener una participación relevante en el comercio mundial, acepten
pasivamente tal marginalización.
Y el tercero plano es el de las múltiples modalidades de encadenamientos
productivos transnacionales con alcance global y, a veces, sólo
regional o inter-regional. En el glosario de la diplomacia comercial actual
se las encapsula en el concepto de cadenas globales de valor. A veces
ellas son resultantes de la fragmentación en distintos países
de la producción de grandes empresas transnacionales, con su lógica
incidencia en los flujos de inversión y en los servicios de distribución,
transporte y logística. Pero también resultan de la articulación
transfronteriza de grupos de empresas -muchas veces pequeñas y
medianas- con nichos de especialización y con fuerte potencial
de complementación. En tal caso, pueden ser la resultante de estrategias
de integración productiva desarrolladas por un grupo de países,
tal como se ha intentado hacer en el Mercosur y antes en el viejo Grupo
Andino.
Las tendencias a la fragmentación del sistema comercial internacional,
producto del posible efecto combinado de la proliferación de mega-acuerdos
preferenciales inter-regionales y del estancamiento de la OMC como ámbito
para impulsar negociaciones comerciales de alcance multilateral, amplían
la importancia que para los países de la región latinoamericana
-y en especial para los de América del Sur-, tiene el fortalecer
el trabajo conjunto en el campo del comercio y las inversiones recíprocas,
en la perspectiva de la articulación de sus respectivos sistemas
productivos nacionales. Por mucho tiempo tal idea ha estado asociada -al
menos en el plano programático y conceptual- con los objetivos
de varios de los múltiples procesos de cooperación e integración
regional.
¿Cuáles son hoy algunos de los principales incentivos para
procurar una mayor articulación productiva y coordinación
de las respectivas estrategias de negociaciones comerciales internacionales
entre los países de la región? Esta es una de las preguntas
que deberían ocupar un lugar importante en el debate que se deberá
continuar desarrollando en los países de América Latina.
Tiene que ver con una cuestión fundamental para las relaciones
entre países que comparten una región geográfica,
que es la de los factores que impulsan hacia la cooperación y la
integración. Y tiene que ver, en particular, con los efectos que
pudieran producirse si es que la región -o al menos varios de sus
países más relevantes, tales como los que son miembros del
Mercosur y de la Alianza del Pacífico- pudiera dejar de tener un
papel de protagonismo activo en el diseño de la arquitectura del
sistema de comercio internacional del futuro. Tal diseño, es el
que muy probablemente será influenciado por los avances institucionales
que, eventualmente, resulten de los varios mega-acuerdos preferenciales
interregionales que se están negociando en la actualidad. No ser
parte significativa del proceso de creación de nuevas reglas de
juego del comercio mundial, puede tener costos significativos para los
países de la región o, al menos, para los que se quedan
marginados.
Entre otras prioritarias, tal estrategia debería comprender las
acciones concertadas en el frente de la OMC, en el de las negociaciones
de acuerdos interregionales -incluso con respecto a aquellos en las que
no participen- y en el de la región más inmediata en la
cual se insertan el Mercosur y la Alianza, sea ella la del Sur Americano
o la de Latinoamérica en su conjunto.
Conciliar lo diverso en un contexto de fuertes cambios internacionales,
es un desafío que enfrentan los países latinoamericanos
a la hora de construir un espacio regional de cooperación e integración,
especialmente si a la vez procuran desarrollar una inserción competitiva
en los mercados mundiales. Es ello más cierto aún si es
que los respectivos liderazgos políticos, empresariales y sociales
aspiran a asegurar condiciones para un razonable grado de gobernabilidad
(paz y estabilidad política, desarrollo productivo y cohesión
social), tanto en el plano global como en el regional.
Múltiples son los planos en los que el factor diversidad incide
en las relaciones comerciales internacionales. Por cierto que la dimensión
económica y el grado de desarrollo de un país ocupan un
lugar relevante. Pero también inciden, entre otras, las diferencias
culturales, ideológicas, religiosas, étnicas, y de capacidades
tecnológicas. Comprenderlas e incluso apreciarlas, es una condición
indispensable para navegar un mundo de modernidad mestiza [4]. Tan pronto
se incluye en el análisis y en la acción el factor de dinámica
de cambio, la tarea de aceptar la diversidad como parte ineludible de
la realidad internacional se torna más compleja y quizás
apasionante. La velocidad que han caracterizado en las últimas
dos décadas los desplazamientos del poder relativo entre las naciones,
la densidad en la conectividad física entre los distintos espacios
nacionales y regionales, y la incorporación de nuevos protagonistas
a la competencia económica global (países emergentes y creciente
población urbano con ingresos de clase media), están acentuando
las dificultades que se observan para apreciar el nuevo entorno internacional
en la perspectiva del comercio y de las inversiones transnacionales. Las
dificultades son mayores en los países que por mucho tiempo fueron
protagonistas decisivos de las relaciones internacionales. Y también
para quienes aspiran a interpretar realidades actuales en base a conceptos,
paradigmas, marcos teóricos o enfoques ideológicos del pasado.
¿Cómo conciliar o al menos equilibrar intereses, valores
y visiones diferentes entre países que comparten un espacio geográfico
regional como el latinoamericano o el sudamericano? Es un desafío
que encaran los países de nuestra región, en la medida que
procuren potenciar oportunidades que se les están abriendo en el
escenario internacional, especialmente por su dotación de recursos
naturales, por su diversidad cultural combinada con una fuerte creatividad,
y por la experiencia acumulada en su desarrollo económico y social,
incluyendo al respecto el acervo de éxitos, frustraciones y abiertos
fracasos.
Hablar con una sola voz y desarrollar una mirada de conjunto de las grandes
cuestiones de la agenda global -ejemplos son los desafíos que plantea
el cambio climático o la necesidad de evitar que las negociaciones
de mega-acuerdos inter-regionales terminen por erosionar la efectividad
y eficacia del sistema multilateral de comercio institucionalizado en
la OMC- no requiere necesariamente de la homogeneidad. Requiere sí
de puntos de equilibrio entre visiones eventualmente diferentes que es,
precisamente, aquello que puede aspirar a lograrse con liderazgos políticos
colectivos y con instituciones regionales tales como son la ALADI, la
UNASUR y la CELAC, especialmente si cuentan con el apoyo intelectual y
técnico de organismos como la CEPAL, la CAF y el SELA.
Pero también requiere de un sólido esfuerzo en cada país
de la región para definir y actualizar sus estrategias de inserción
comercial internacional. Países que saben lo que quieren y lo que
pueden, especialmente si lo hacen a través de una fuerte participación
social, están en mejores condiciones de procurar puntos de equilibrio
en sus respectivos intereses al dialogar y negociar con los otros países
de la región.
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