A modo de introducción:
Los tres planos de la gobernanza económica global
El actual período internacional parece ser el del fin de un ciclo
histórico con raíces de larga data y que fuera evolucionando
por etapas, desde la iniciada con la Paz de Westfalia y pasando luego
por la del Concierto Europeo, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría
y la Post-Guerra Fría.
Cada una de estas etapas ha reflejado cambios en la distribución
del poder relativo entre las naciones. Se han traducido, asimismo, en
diferentes formas de asegurar por un tiempo una cierta gobernanza global,
con sus propias pautas, reglas de juego e instituciones. Los puntos de
inflexión se han caracterizado más por el predominio de
la fuerza que la razón.
Un elemento común en tal evolución han sido las dificultades
que han tenido los protagonistas -países, gobiernos, actores económicos
y ciudadanías- para captar los alcances de cada etapa y percibir
las fuerzas profundas que estaban detrás de los acontecimientos
más notorios. Por ello muchas veces resultaron ser perdedores,
casi sin percibirlo a tiempo.
El fin del ciclo histórico largo se observa también en
la actualidad, en los planos en los que interactúan las acciones
orientadas a construir nuevas pautas, instituciones y reglas para la gobernanza
económica internacional. Son el global multilateral -que en relación
al comercio mundial está institucionalizado en la Organización
Mundial del Comercio (OMC)-; el inter-regional -que se expresa en las
negociaciones para establecer una vinculación preferencial entre
regiones relevantes, tales como las del Transatlantic Trade and Investment
Treaty, entre los Estados Unidos y la Unión Europea (EU), y las
del Trans-Pacific Partnership entre países del Asia-Pacífico
y países americanos del Pacífico-, y el regional -entre
países de diferentes regiones geográficas-.
Dadas las incertidumbres observables con respecto al futuro de las negociaciones
que se están desarrollando en los primeros dos planos, el regional
aparece hoy como el más relevante [1]. Por su interés para
la Argentina, nos concentraremos entonces a examinar el plano regional
latinoamericano en el que se inserta el Mercosur.
El plano regional latinoamericano:
El caso de América del Sur y, en especial, el del Mercosur.
América del Sur configura un subsistema político y económico
regional en el ámbito del sistema internacional global. La calidad
y solidez de su organización y de sus instituciones, al igual que
en el caso de otros subsistemas regionales y en particular el institucionalizado
en la UE, está adquiriendo una importancia especial desde la perspectiva
de la gobernanza económica global.
De ahí que reflexionar sobre las condiciones que permitan desarrollar
procesos de integración regional, que sean sustentables y que generen
un cuadro previsible de ganancias mutuas para los países participantes,
tiene hoy relevancia en América del Sur, como también la
tiene en los últimos años en el caso de la UE.
Tales condiciones implican fortalecer tendencias a la convergencia que
contrapesen las que suelen impulsar a la fragmentación y, en particular,
a la confrontación entre naciones que comparten un espacio geográfico
regional. Son tendencias que requieren sustentarse en pasos concretos
orientados a acentuar la conectividad y la compatibilidad entre los respectivos
sistemas económicos nacionales.
En el caso más específico del Mercosur, su actual transición
hacia una nueva etapa con perfiles institucionales y métodos de
trabajo aún inciertos, acrecienta la necesidad de reflexionar sobre
cómo se pueden diseñar, en base a las experiencias ya adquiridas
y, a la vez, capitalizando los activos acumulados, estrategias y metodologías
de integración y de trabajo conjunto, que generen beneficios percibidos
como ventajosos por los distintos países y sus ciudadanías.
No será fácil. Desde que fuera creado en 1991 se ha acumulado
experiencias y compromisos que, de haber penetrado en la realidad -lo
que no siempre ocurrió-, habrían tenido un valor significativo
en términos de accesos preferenciales relativamente garantizados
a los respectivos mercados y de la integración productiva. Incluso,
por momentos, el Mercosur llegó a ser percibido como algo que tendía
a ser exitoso. Se notaba entusiasmo.
Pero también se han acumulado muchas frustraciones [2]. Ellas
se originan en las propias dificultades de un emprendimiento de trabajo
conjunto, que requiere combinar distintos intereses nacionales en un contexto
de numerosas asimetrías, incluyendo las de dimensión económica
relativa. Tales frustraciones podrían también explicarse
por una tendencia recurrente a producir hechos mediáticos -calificados
como "históricos" por los respectivos protagonistas-
que contribuyeron a generar la imagen de una integración en la
que las apariencias parecerían predominar sobre las realidades.
Frustraciones que pueden explicar la indiferencia e incluso el rechazo
de la idea de integración regional que por momentos ser observa
en sectores de los respectivos países.
La reflexión antes sugerida, precisa realizarse teniendo en cuenta
el contexto de profundos cambios que se están operando a escala
global. Y requiere colocar al Mercosur en el marco de la arquitectura
institucional de la región sudamericana (la UNASUR), del espacio
regional latinoamericano (la ALADI y el SELA), y del más amplio
de América Latina y el Caribe (la CELAC) [3]. Articular acciones
de cooperación regional que puedan desarrollarse a través
del mosaico de instituciones existentes, es hoy una de las prioridades
que reconocen los propios países que las integran.
Condiciones necesarias para una construcción institucional
regional que sea efectiva.
¿Cuáles pueden ser algunas condiciones que faciliten la
construcción gradual de un espacio regional de integración
y cooperación, esto es, de trabajo conjunto entre naciones que
lo conforman?
Ellas resultan, en particular, de algunos rasgos centrales de este tipo
de emprendimientos multinacionales. Los principales son: el carácter
voluntario de la participación de cada nación -nadie obliga
a nadie a ser miembro de un determinado acuerdo de integración-;
la gradualidad, en el sentido que los objetivos perseguidos, especialmente
los más ambiciosos, requieren tiempo para alcanzarse e, incluso,
quizás nunca se los alcance plenamente; y la adaptación
permanente a continuos cambios operados en las circunstancias que condujeron
al momento fundacional.
En la definición de la metodología a emplear en el desarrollo
de un proceso de integración es importante tener presente el principio
de "libertad de organización", que Angelo Piero Sereni
[4] señalara como válido en cualquier construcción
institucional para la cooperación internacional entre naciones
soberanas.
Pero también es fundamental tomar en cuenta factores que inciden
en la demanda institucional y normativa de procesos voluntarios de cooperación
y, en particular, de integración económica entre naciones
soberanas. La experiencia de distintas regiones indicaría que los
más relevantes para la definición de los métodos
de trabajo y, por ende, de las respectivas instituciones, son: el grado
de conectividad e interdependencia económica y política
entre los países participantes; la distribución del poder
relativo entre los socios; el carácter evolutivo y multidimensional
del respectivo proceso de integración, y la inserción en
el cuadro complejo de relaciones internacionales de los países
participantes.
En el caso del Mercosur, en su momento actual de fin de una etapa y de
tránsito hacia una nueva aún no definida con precisión,
tres parecerían ser las condiciones requeridas a fin de dar un
salto hacia una construcción más flexible pero sólida
y eficaz, con potencial de captar el interés ciudadano por su capacidad
de generar ganancias mutuas para cada uno de los países participantes,
teniendo en cuenta las diversidades que los caracterizan.
Tales condiciones son: una estrategia nacional de desarrollo y de inserción
internacional de cada país; calidad de institucional y de las reglas
de juego que se pacten, y articulación productiva de alcance transnacional.
Parece recomendable que estas condiciones estén presentes en el
debate nacional que cada país interesado en continuar siendo del
Mercosur, debería estimular a fin de definir con solidez las estrategias
y las metodologías de una eventual nueva etapa en su construcción.
La primera condición es la estrategia nacional de desarrollo y
de inserción internacional de cada país participante. El
trabajo conjunto entre naciones que comparten un espacio geográfico
regional, especialmente si se expresa a través de acuerdos e instituciones
con objetivos ambiciosos y de largo plazo como es el caso del Mercosur,
supone que cada país participante sepa lo que necesita y lo que
puede obtener al asociarse con los otros. Esto es, que tenga una estrategia
de desarrollo y de inserción internacional, elaborada en función
de sus propias características internas y de los objetivos valorados
por la respectiva sociedad. Estrategia, por lo demás, que no se
limitará a la región. Hoy más que nunca, dada la
multiplicidad de opciones que todo país tiene, cualquiera que sea
su dimensión, es en el plano de objetivos de alcance global en
el que deben colocarse los perseguidos en el plano regional.
Cómo se elabora tal estrategia y se expresa su contenido, es algo
que depende de cada país. Lo concreto es que la construcción
consensuada de una región multinacional, cualesquiera que sean
sus objetivos, modalidades y alcances, se hace a partir de lo nacional
o sea, de lo que le interesa a cada país participante. Se ha señalado
con razón que los países se asocian en el plano regional
no a partir de hipotéticas racionalidades supranacionales, sino
de concretas racionalidades nacionales.
De allí que se requiera ser franco en el sentido que si un país
no tiene tal estrategia, o si ella no fuera realista (por ejemplo, si
sobreestima lo que es su valor y su capacidad de negociación frente
al resto del mundo y más concretamente frente sus socios), resultará
difícil imaginar que los otros países -más allá
de la retórica- contemplarán plenamente sus intereses. Es
lo que Ian Bremmer [5] expresa crudamente con el título de su libro
sobre el mundo actual: "cada nación por las suyas". El
mensaje a extraer es claro: en un contexto global en transición
hacia un orden internacional diferente al que ha predominado en las últimas
décadas, y sin una potencia central o un directorio creíble
de potencias centrales (G-0), cada nación debe defender sus propios
intereses, para lo cual debe saber lo que necesita y lo que puede obtener
a partir de un diagnóstico correcto del entorno internacional.
Y, por lo demás, en la transición hacia el mundo del futuro
habrá ganadores y perdedores. Es un mensaje que tiene validez para
cada uno de los espacios geográficos regionales. Y, por cierto,
también para América del Sur.
En la actual encrucijada del Mercosur, a cada país miembro le
conviene entonces interrogarse sobre sus opciones reales, no las teóricas.
Si un país, grande o chico, no estuviere conforme con el Mercosur
y visualizare opciones razonables que permitan mejor contemplar los principales
requerimientos de su inserción en la región y en el mundo,
esto es que perciba tener un "plan B", lo razonable podría
ser entonces abandonar el emprendimiento conjunto. Lo hizo en su momento
Chile con respecto al Grupo Andino, luego al no aceptar la invitación
para participar del Mercosur como miembro pleno, y lo hizo también
Venezuela cuando decidió dejar de ser país miembro de la
Comunidad Andina de Naciones.
Sí, por el contrario, ese país no visualizara un "plan
B" razonable tanto desde una perspectiva política como económica,
le convendrá a fin de negociar en función de sus intereses
y posibilidades, ponderar qué alcances debería tener la
futura etapa del Mercosur a la luz de los pactos constitutivos, la experiencia
adquirida y las opciones metodológicas que pudieran imaginarse.
Tal ponderación será más sólida si refleja
los objetivos definidos en su estrategia de desarrollo nacional, que parece
razonable imaginar que incluirá una apreciación de lo que
el país necesita y puede obtener de su entorno global y regional.
Una segunda condición se relaciona con la calidad de instituciones
y reglas de juego. Incluye tanto al proceso de elaboración de decisiones,
como a las reglas que se aprueben, los mecanismos de aplicación
de las normas, y los de solución de los diferendos que pudieran
producirse entre países miembros en relación al cumplimiento
de lo pactado. Conviene recordar que la calidad institucional comienza
en el respectivo plano nacional, para expresarse luego en el multinacional
-cualquiera que sea la composición del respectivo órgano
y su sistema de votación- y retornar al nacional que es donde se
cumple o no con lo pactado. Sin calidad institucional en el plano nacional,
es para un país operar con éxito en el respectivo proceso
de integración.
La intensidad de la participación de la sociedad civil en el plano
interno de cada país miembro es un factor central para asegurar
la calidad institucional de un proceso de integración. Requiere,
a su vez, de una cultura de transparencia que se refleje, en el plano
nacional como en el multinacional, en la calidad de páginas Web
densas en información útil para la gestión de inteligencia
competitiva por parte de todos los protagonistas.
Reglas precarias, con baja capacidad de ser efectivas y eficaces, sobre
todo si son una resultante de deficiencias en su proceso de elaboración,
tienden a erosionar la eficacia y legitimidad del propio proceso de integración.
No favorecen a los países de menor dimensión relativa ni
son tomadas en serio por quienes tienen que adoptar decisiones de inversión
productiva. En el Mercosur la precariedad institucional y de las reglas
de juego, incluso la insuficiente transparencia y débil participación
de la sociedad civil, son quizás una de las principales causas
del deterioro que ha sufrido el proceso de integración. Sería
una especie de virus que provendría de la experiencia de integración
en la ALALC primero y luego en la ALADI, donde muchas veces se pudo observar
el predominio de una cultura de la anomia, en el sentido que las reglas
se cumplían solo en la medida que ello fuera factible y que la
información necesaria para decidir, no era fácilmente accesible.
Es una cultura que, tanto en el plano interno de una sociedad como en
el internacional, tiende a favorecer a quienes tienen más poder
relativo, acentuando desigualdades y promoviendo todo tipo de desequilibrios.
La historia de las listas de excepción en los acuerdos de preferencias
arancelarias concertados tanto en la ALALC como en la ALADI, merecería
ser reconstruida por lo mucho que indicaría sobre las realidades
de la integración comercial regional.
Conciliar flexibilidad con previsibilidad parece ser fundamental si es
que en su próxima etapa el Mercosur aspira a incluir a otros países
sudamericanos, acrecentándose así las asimetrías
y la diversidad de intereses en juego. Ello requerirá recurrir
a metodologías de geometría variable y de múltiples
velocidades. Sin reglas de juego de calidad, tales metodologías
podrían acentuar tendencias a la dispersión de esfuerzos
y conducir el Mercosur a nuevas frustraciones.
Y una tercera condición tiene que ver con la articulación
productiva a nivel regional. La idea de integración productiva
ocupa hoy un lugar importante en la agenda del Mercosur. En realidad proviene
de su momento fundacional, cuando se incorpora al Tratado de Asunción
el concepto de acuerdos sectoriales y se aprueba la Decisión CMC
03/91 (en http://www.mercosur.int/) . Está basada en la experiencia
del período de integración bilateral entre Argentina y Brasil.
Sus precedentes son múltiples. Se encuentran en los momentos fundacionales
de la integración europea y también de lo que fuera el Grupo
Andino.
La integración productiva a través de cadenas de valor
transnacionales permite, además de generar un cuadro de ganancias
mutuas entre los países participantes, desarrollar lo que en sus
planteamientos fundacionales de la integración europea, Jean Monnet
denominaba las solidaridades de hecho. Pueden ser, en tal sentido, un
importante factor para estimular las necesarias disciplinas colectivas
y reducir los riesgos de reversibilidad de los compromisos asumidos por
los países miembros. Ello es así, porque contribuyen a encadenar
los distintos sistemas productivos nacionales y a sus protagonistas, generándose
incentivos para preservar y expandir un proceso de integración
multinacional. Pero requiere en cada uno de los países, empresas
con intereses ofensivos y capacidad de proyección internacional.
Las tres condiciones mencionadas están estrechamente vinculadas
entre sí. Sumadas permiten imaginar una estrategia realista de
negociaciones comerciales con otros países y regiones. Sin estrategia
nacional, será difícil que un país pueda beneficiarse
de las decisiones que se elaboren para orientar un proceso de integración
y para generar sus reglas de juego. Sin reglas de juego que se cumplan
efectivamente, será difícil ganar en flexibilidad y lograr,
a la vez, que las empresas efectúen inversiones productivas en
función del mercado ampliado. Sin tales inversiones productivas,
especialmente en el marco de cadenas de valor transfronterizas, será
difícil que se generen en forma estable los beneficios que puedan
esperarse de un proceso de integración, especialmente aquellos
de mayor impacto social por sus efectos de creación de fuentes
de empleo y de identificación de los ciudadanos con la idea de
región compartida. Será más difícil aún,
entablar negociaciones comerciales internacionales que sean favorables
al desarrollo y a la transformación productiva de cada país
de la región.
Reflexiones sobre metodologías de construcción del Mercosur
El marco institucional de las relaciones comerciales internacionales
en el espacio global, o de la integración multinacional en un espacio
regional, se construye a través del tiempo. Las reglas y los procesos
de decisión y de creación normativa, tienen que ser visualizados
como resultantes de un esfuerzo de construcción permanente sin
límites temporales y como algo que no tiene, necesariamente, un
producto final pre-definido.
El punto de partida formal de tal construcción suele reflejarse
en un acuerdo fundacional plasmado en algún tipo de instrumento
jurídico internacional multilateral. Es el que fija el marco normativo
para el desarrollo de acciones orientadas al logro de objetivos comunes
perseguidos por los países participantes.
En el diseño de tal marco normativo fundacional, no necesariamente
se debe seguir un modelo teórico o histórico predeterminado.
En este tipo de marcos institucionales, tal diseño sólo
puede estar condicionado por lo que se considera como racional y, en especial,
por lo prescripto en los respectivos ordenamientos jurídicos internos
y por compromisos jurídicos internacionales asumidos por los países
fundadores. Tal es el caso, por ejemplo, de los condicionamientos que
resultan para el diseño de acuerdos comerciales preferenciales
-cualquiera que sea su modalidad- del marco normativo de la OMC.
El acuerdo fundacional da lugar a procesos que no suelen ser lineales.
Son más bien, una resultante de pasos sucesivos que se dan a través
del tiempo o en etapas pre-determinadas -tal el caso, por ejemplo, de
lo estipulado por el Tratado de Asunción para el fin del período
de transición en el Mercosur- orientados al logro de objetivos
comunes entre las naciones participantes.
Son pasos que suelen requerir, luego, la adaptación de objetivos,
instrumentos y métodos de trabajo, a los inevitables cambios en
realidades políticas, económicas y sociales, tanto de los
países participantes como del entorno internacional global o regional.
Según sean los factores que inciden en las demandas de adaptación,
el marco institucional puede ser ajustado o, eventualmente, rediseñado
incluso a través de su transformación completa. Esto último
es lo que suele dar lugar a la expresión "re-fundar".
Algo así como comenzar eventualmente de fojas cero. La falta de
adaptación a los cambios en las realidades puede también
conducir al fracaso de la idea que condujo al momento fundacional original
y, por ende, al destierro del respectivo marco institucional hacia el
plano de las irrelevancias o del olvido.
Las anteriores son consideraciones motivadas por lo que está ocurriendo
hoy en el ámbito del Mercosur. En este caso lo que se observa es
un cuestionamiento, por momentos intenso, que sería contraproducente
ignorar, sobre su adaptación a nuevas realidades de inserción
internacional global y regional de sus países miembros. Muchas
veces está focalizado en uno de los instrumentos que provienen
del momento fundacional, que es el arancel externo común (AEC).
Al respecto, algunas preguntas más relevantes se refieren a: ¿conviene
o no preservar el AEC? y en todo caso, ¿cuál es el real
alcance del compromiso asumido por los países miembros? Sobre todo
¿qué flexibilidad existe para su aplicación efectiva
en el caso de una negociación comercial con terceros países?
y, ¿cuál sería el impacto de su supresión
en la validez y en el alcance efectivo de la preferencia comercial intra-Mercosur
pactada originalmente en el Tratado de Asunción?
Si desde un punto de vista económico conviene o no preservar el
instrumento del AEC y, por ende, la figura de una unión aduanera,
es algo que en la práctica debe determinarse por los países
miembros en función de sus intereses nacionales, como también
de consideraciones que hacen a sus respectivas políticas comerciales
y al funcionamiento efectivo del acuerdo preferencial que han pactado
los países miembros del Mercosur.
Pero también resulta relevante tener en cuenta cuál es
el grado de permisibilidad que al respecto otorga el marco normativo existente
hoy en el Mercosur. La pregunta de fondo sería la de saber si puede
ser suficiente la modificación de normas aprobadas por el Consejo
del Mercosur, como órgano principal del proceso de creación
normativa o si, por el contrario, se requieren modificaciones del propio
Tratado de Asunción. Tanto las energías políticas
como los costos que requerirían una u otra opción, pueden
llegar a ser distintos e, incluso, muy distintos.
La flexibilización del AEC puede ser una opción más
acorde con la necesidad política de preservar el Mercosur como
un núcleo duro de la construcción de un espacio común
entre sus países miembros, que sea funcional a objetivos de estabilidad
política regional, de convergencia en sus estrategias nacionales
de desarrollo económico y social, y de una razonable articulación
entre sus respectivos sistemas productivos, al menos en sectores relevantes
para su desarrollo e inserción en la economía internacional.
De allí la conveniencia de analizar y debatir entre los países
del Mercosur, en el marco más amplio del espacio regional latinoamericano
o, al menos, sudamericano, tanto el alcance del compromiso asumido en
el sentido de tener un AEC, como los métodos que permitirían
eventualmente, o revisar sustancialmente tal compromiso -por ejemplo a
través de su eliminación-, o flexibilizarlo a través
de una interpretación de sus alcances efectivos.
El hecho que no existan normas jurídicas que prescriban lo que
deba entenderse por un AEC, o que las que existen en el GATT o en el Mercosur,
bien interpretadas brindan un amplio margen para una razonable flexibilidad
[6], permite imaginar un desarrollo futuro del Mercosur que no requiera
modificar sustancialmente los textos normativos fundacionales, lo que
puede ser costoso en el plano político.
Quizás al respecto, lo importante sería privilegiar la
preservación de lo esencial que se procura lograr, tanto en una
perspectiva política como económica, con la construcción
del espacio regional preferencial. Y lo esencial podría ser visualizado
no tanto en la idea de un nuevo espacio económico único
de alcance regional, pero sí de uno que sea común aunque
diferenciado, incluso con geometrías variables, y que privilegie
objetivos de conectividad, compatibilidad y convergencia de los respectivos
espacios nacionales, a la vez que preservando sus ricas diferencias, identidades
e individualidades.
A modo de conclusión:
Sugerencias para un necesario debate sobre el futuro de la integración
regional
Un cuarto de siglo después de iniciado el recorrido de un camino
que sería difícil de imaginar cómo lineal y carente
de incertidumbres y de tentaciones, todo indica hoy que el Mercosur, concebido
como su principal expresión institucional actual -e incluso su
símbolo antes las respectivas ciudadanías y el resto del
mundo- está siendo objeto de fuertes críticas no siempre
suficientemente fundadas, incluso si se considerara sólo su impacto
efectivo en el comercio recíproco.
En tal sentido cabe reconocer que, en la perspectiva de analistas y protagonistas
relevantes, el Mercosur se encontraría en una encrucijada que,
por momentos, parecería incluso tener una dimensión existencial
(¿porqué trabajar juntos?) y no sólo metodológica
(¿cómo trabajar juntos?).
Sería una encrucijada que requeriría ser abordada a través
de un debate franco sobre opciones hacia el futuro y también sobre
los costos de desandar el camino recorrido. Es un debate que no podría
quedar limitado al plano gubernamental. Requiere de una participación
activa de los sectores sociales -incluyendo al empresariado- y de enfoques
multidimensionales y transdisciplinarios. No podría ser abordado
con éxito si se limitara al plano de económico y del comercio
internacional, como por momentos parecería ser una tendencia observable
en diversos enfoques. Debería desarrollarse en el marco amplio
de la región latinoamericana en su conjunto y de su inserción
en el plano global.
Los aportes que surjan de tal debate deberían nutrir también
una agenda sobre las relaciones entre la Argentina y Brasil y, en tal
marco bilateral, sobre el Mercosur, cuyo desarrollo signifique seguir
capitalizando lo mucho adquirido en más de treinta años
de trabajo conjunto.
Sin perjuicio de otras que pueden considerarse como relevantes, las siguientes
son algunas de las sugerencias de preguntas para un debate sobre el futuro
de la integración latinoamericana y del propio Mercosur:
- ¿Cómo preservar la efectividad y eficacia de un espacio
regional de preferencias, que signifique un incentivo al desarrollo
productivo compartido, al menos en los sectores que se privilegien,
como así también a la inserción competitiva de
las empresas en el plano regional y en el global?
- ¿Cómo estimular el desarrollo de encadenamientos productivos
efectivos y sustentables, y de otras modalidades de cooperación,
especialmente en el campo científico y en el de la innovación
tecnológica?
- ¿Cómo abrir nuevos campos de acción conjunta,
por ejemplo en materia de fuentes sustentables de energía e hidrocarburos,
de producción y comercialización de alimentos, y de aprovechamiento
de los abundantes recursos naturales?
- ¿Cómo generar condiciones que faciliten la conectividad
entre los espacios económicos nacionales, especialmente a través
del desarrollo de la infraestructura física y de las agendas
de facilitación de comercio?
- ¿Cómo facilitar una efectiva participación de
la sociedad civil y en particular de la juventud, en la construcción
de un espacio regional inserto en el mundo, que tenga identidad y brinde
horizontes de futuro a las ciudadanías?
- ¿Cómo conciliar un espacio preferencial comercial conjunto,
con los requerimientos de la agenda potencial de negociaciones comerciales,
que puedan eventualmente encarar cada país con otros países
y regiones?
- ¿Cómo articular la construcción de un espacio
económico preferencial entre los socios del Mercosur y de una
relación estratégica que perdure en el tiempo, con las
acciones que se están desarrollando o intentando desarrollar
entre otros países de la región, tal como son los de la
Alianza del Pacífico y los del ALBA?
El debate sugerido contribuiría por lo demás, con sus eventuales
resultados, a afirmar la participación regional latinoamericana
en los esfuerzos que habrá que realizar para generar instituciones
de gobernanza económica global que sean efectivas, eficaces y legítimas.
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