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  Félix Peña

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  Academia Nacional de Ciencias | Noviembre 2014
Instituciones y reglas de juego en la construcción de una región: condiciones para su efectividad, eficacia y legitimidad social

A modo de introducción:
Los tres planos de la gobernanza económica global

El actual período internacional parece ser el del fin de un ciclo histórico con raíces de larga data y que fuera evolucionando por etapas, desde la iniciada con la Paz de Westfalia y pasando luego por la del Concierto Europeo, las dos guerras mundiales, la Guerra Fría y la Post-Guerra Fría.

Cada una de estas etapas ha reflejado cambios en la distribución del poder relativo entre las naciones. Se han traducido, asimismo, en diferentes formas de asegurar por un tiempo una cierta gobernanza global, con sus propias pautas, reglas de juego e instituciones. Los puntos de inflexión se han caracterizado más por el predominio de la fuerza que la razón.

Un elemento común en tal evolución han sido las dificultades que han tenido los protagonistas -países, gobiernos, actores económicos y ciudadanías- para captar los alcances de cada etapa y percibir las fuerzas profundas que estaban detrás de los acontecimientos más notorios. Por ello muchas veces resultaron ser perdedores, casi sin percibirlo a tiempo.

El fin del ciclo histórico largo se observa también en la actualidad, en los planos en los que interactúan las acciones orientadas a construir nuevas pautas, instituciones y reglas para la gobernanza económica internacional. Son el global multilateral -que en relación al comercio mundial está institucionalizado en la Organización Mundial del Comercio (OMC)-; el inter-regional -que se expresa en las negociaciones para establecer una vinculación preferencial entre regiones relevantes, tales como las del Transatlantic Trade and Investment Treaty, entre los Estados Unidos y la Unión Europea (EU), y las del Trans-Pacific Partnership entre países del Asia-Pacífico y países americanos del Pacífico-, y el regional -entre países de diferentes regiones geográficas-.

Dadas las incertidumbres observables con respecto al futuro de las negociaciones que se están desarrollando en los primeros dos planos, el regional aparece hoy como el más relevante [1]. Por su interés para la Argentina, nos concentraremos entonces a examinar el plano regional latinoamericano en el que se inserta el Mercosur.

 

El plano regional latinoamericano:
El caso de América del Sur y, en especial, el del Mercosur.

América del Sur configura un subsistema político y económico regional en el ámbito del sistema internacional global. La calidad y solidez de su organización y de sus instituciones, al igual que en el caso de otros subsistemas regionales y en particular el institucionalizado en la UE, está adquiriendo una importancia especial desde la perspectiva de la gobernanza económica global.

De ahí que reflexionar sobre las condiciones que permitan desarrollar procesos de integración regional, que sean sustentables y que generen un cuadro previsible de ganancias mutuas para los países participantes, tiene hoy relevancia en América del Sur, como también la tiene en los últimos años en el caso de la UE.
Tales condiciones implican fortalecer tendencias a la convergencia que contrapesen las que suelen impulsar a la fragmentación y, en particular, a la confrontación entre naciones que comparten un espacio geográfico regional. Son tendencias que requieren sustentarse en pasos concretos orientados a acentuar la conectividad y la compatibilidad entre los respectivos sistemas económicos nacionales.

En el caso más específico del Mercosur, su actual transición hacia una nueva etapa con perfiles institucionales y métodos de trabajo aún inciertos, acrecienta la necesidad de reflexionar sobre cómo se pueden diseñar, en base a las experiencias ya adquiridas y, a la vez, capitalizando los activos acumulados, estrategias y metodologías de integración y de trabajo conjunto, que generen beneficios percibidos como ventajosos por los distintos países y sus ciudadanías.

No será fácil. Desde que fuera creado en 1991 se ha acumulado experiencias y compromisos que, de haber penetrado en la realidad -lo que no siempre ocurrió-, habrían tenido un valor significativo en términos de accesos preferenciales relativamente garantizados a los respectivos mercados y de la integración productiva. Incluso, por momentos, el Mercosur llegó a ser percibido como algo que tendía a ser exitoso. Se notaba entusiasmo.

Pero también se han acumulado muchas frustraciones [2]. Ellas se originan en las propias dificultades de un emprendimiento de trabajo conjunto, que requiere combinar distintos intereses nacionales en un contexto de numerosas asimetrías, incluyendo las de dimensión económica relativa. Tales frustraciones podrían también explicarse por una tendencia recurrente a producir hechos mediáticos -calificados como "históricos" por los respectivos protagonistas- que contribuyeron a generar la imagen de una integración en la que las apariencias parecerían predominar sobre las realidades. Frustraciones que pueden explicar la indiferencia e incluso el rechazo de la idea de integración regional que por momentos ser observa en sectores de los respectivos países.

La reflexión antes sugerida, precisa realizarse teniendo en cuenta el contexto de profundos cambios que se están operando a escala global. Y requiere colocar al Mercosur en el marco de la arquitectura institucional de la región sudamericana (la UNASUR), del espacio regional latinoamericano (la ALADI y el SELA), y del más amplio de América Latina y el Caribe (la CELAC) [3]. Articular acciones de cooperación regional que puedan desarrollarse a través del mosaico de instituciones existentes, es hoy una de las prioridades que reconocen los propios países que las integran.

 

Condiciones necesarias para una construcción institucional regional que sea efectiva.

¿Cuáles pueden ser algunas condiciones que faciliten la construcción gradual de un espacio regional de integración y cooperación, esto es, de trabajo conjunto entre naciones que lo conforman?

Ellas resultan, en particular, de algunos rasgos centrales de este tipo de emprendimientos multinacionales. Los principales son: el carácter voluntario de la participación de cada nación -nadie obliga a nadie a ser miembro de un determinado acuerdo de integración-; la gradualidad, en el sentido que los objetivos perseguidos, especialmente los más ambiciosos, requieren tiempo para alcanzarse e, incluso, quizás nunca se los alcance plenamente; y la adaptación permanente a continuos cambios operados en las circunstancias que condujeron al momento fundacional.

En la definición de la metodología a emplear en el desarrollo de un proceso de integración es importante tener presente el principio de "libertad de organización", que Angelo Piero Sereni [4] señalara como válido en cualquier construcción institucional para la cooperación internacional entre naciones soberanas.

Pero también es fundamental tomar en cuenta factores que inciden en la demanda institucional y normativa de procesos voluntarios de cooperación y, en particular, de integración económica entre naciones soberanas. La experiencia de distintas regiones indicaría que los más relevantes para la definición de los métodos de trabajo y, por ende, de las respectivas instituciones, son: el grado de conectividad e interdependencia económica y política entre los países participantes; la distribución del poder relativo entre los socios; el carácter evolutivo y multidimensional del respectivo proceso de integración, y la inserción en el cuadro complejo de relaciones internacionales de los países participantes.

En el caso del Mercosur, en su momento actual de fin de una etapa y de tránsito hacia una nueva aún no definida con precisión, tres parecerían ser las condiciones requeridas a fin de dar un salto hacia una construcción más flexible pero sólida y eficaz, con potencial de captar el interés ciudadano por su capacidad de generar ganancias mutuas para cada uno de los países participantes, teniendo en cuenta las diversidades que los caracterizan.

Tales condiciones son: una estrategia nacional de desarrollo y de inserción internacional de cada país; calidad de institucional y de las reglas de juego que se pacten, y articulación productiva de alcance transnacional.

Parece recomendable que estas condiciones estén presentes en el debate nacional que cada país interesado en continuar siendo del Mercosur, debería estimular a fin de definir con solidez las estrategias y las metodologías de una eventual nueva etapa en su construcción.

La primera condición es la estrategia nacional de desarrollo y de inserción internacional de cada país participante. El trabajo conjunto entre naciones que comparten un espacio geográfico regional, especialmente si se expresa a través de acuerdos e instituciones con objetivos ambiciosos y de largo plazo como es el caso del Mercosur, supone que cada país participante sepa lo que necesita y lo que puede obtener al asociarse con los otros. Esto es, que tenga una estrategia de desarrollo y de inserción internacional, elaborada en función de sus propias características internas y de los objetivos valorados por la respectiva sociedad. Estrategia, por lo demás, que no se limitará a la región. Hoy más que nunca, dada la multiplicidad de opciones que todo país tiene, cualquiera que sea su dimensión, es en el plano de objetivos de alcance global en el que deben colocarse los perseguidos en el plano regional.

Cómo se elabora tal estrategia y se expresa su contenido, es algo que depende de cada país. Lo concreto es que la construcción consensuada de una región multinacional, cualesquiera que sean sus objetivos, modalidades y alcances, se hace a partir de lo nacional o sea, de lo que le interesa a cada país participante. Se ha señalado con razón que los países se asocian en el plano regional no a partir de hipotéticas racionalidades supranacionales, sino de concretas racionalidades nacionales.

De allí que se requiera ser franco en el sentido que si un país no tiene tal estrategia, o si ella no fuera realista (por ejemplo, si sobreestima lo que es su valor y su capacidad de negociación frente al resto del mundo y más concretamente frente sus socios), resultará difícil imaginar que los otros países -más allá de la retórica- contemplarán plenamente sus intereses. Es lo que Ian Bremmer [5] expresa crudamente con el título de su libro sobre el mundo actual: "cada nación por las suyas". El mensaje a extraer es claro: en un contexto global en transición hacia un orden internacional diferente al que ha predominado en las últimas décadas, y sin una potencia central o un directorio creíble de potencias centrales (G-0), cada nación debe defender sus propios intereses, para lo cual debe saber lo que necesita y lo que puede obtener a partir de un diagnóstico correcto del entorno internacional. Y, por lo demás, en la transición hacia el mundo del futuro habrá ganadores y perdedores. Es un mensaje que tiene validez para cada uno de los espacios geográficos regionales. Y, por cierto, también para América del Sur.

En la actual encrucijada del Mercosur, a cada país miembro le conviene entonces interrogarse sobre sus opciones reales, no las teóricas. Si un país, grande o chico, no estuviere conforme con el Mercosur y visualizare opciones razonables que permitan mejor contemplar los principales requerimientos de su inserción en la región y en el mundo, esto es que perciba tener un "plan B", lo razonable podría ser entonces abandonar el emprendimiento conjunto. Lo hizo en su momento Chile con respecto al Grupo Andino, luego al no aceptar la invitación para participar del Mercosur como miembro pleno, y lo hizo también Venezuela cuando decidió dejar de ser país miembro de la Comunidad Andina de Naciones.

Sí, por el contrario, ese país no visualizara un "plan B" razonable tanto desde una perspectiva política como económica, le convendrá a fin de negociar en función de sus intereses y posibilidades, ponderar qué alcances debería tener la futura etapa del Mercosur a la luz de los pactos constitutivos, la experiencia adquirida y las opciones metodológicas que pudieran imaginarse. Tal ponderación será más sólida si refleja los objetivos definidos en su estrategia de desarrollo nacional, que parece razonable imaginar que incluirá una apreciación de lo que el país necesita y puede obtener de su entorno global y regional.

Una segunda condición se relaciona con la calidad de instituciones y reglas de juego. Incluye tanto al proceso de elaboración de decisiones, como a las reglas que se aprueben, los mecanismos de aplicación de las normas, y los de solución de los diferendos que pudieran producirse entre países miembros en relación al cumplimiento de lo pactado. Conviene recordar que la calidad institucional comienza en el respectivo plano nacional, para expresarse luego en el multinacional -cualquiera que sea la composición del respectivo órgano y su sistema de votación- y retornar al nacional que es donde se cumple o no con lo pactado. Sin calidad institucional en el plano nacional, es para un país operar con éxito en el respectivo proceso de integración.

La intensidad de la participación de la sociedad civil en el plano interno de cada país miembro es un factor central para asegurar la calidad institucional de un proceso de integración. Requiere, a su vez, de una cultura de transparencia que se refleje, en el plano nacional como en el multinacional, en la calidad de páginas Web densas en información útil para la gestión de inteligencia competitiva por parte de todos los protagonistas.

Reglas precarias, con baja capacidad de ser efectivas y eficaces, sobre todo si son una resultante de deficiencias en su proceso de elaboración, tienden a erosionar la eficacia y legitimidad del propio proceso de integración. No favorecen a los países de menor dimensión relativa ni son tomadas en serio por quienes tienen que adoptar decisiones de inversión productiva. En el Mercosur la precariedad institucional y de las reglas de juego, incluso la insuficiente transparencia y débil participación de la sociedad civil, son quizás una de las principales causas del deterioro que ha sufrido el proceso de integración. Sería una especie de virus que provendría de la experiencia de integración en la ALALC primero y luego en la ALADI, donde muchas veces se pudo observar el predominio de una cultura de la anomia, en el sentido que las reglas se cumplían solo en la medida que ello fuera factible y que la información necesaria para decidir, no era fácilmente accesible. Es una cultura que, tanto en el plano interno de una sociedad como en el internacional, tiende a favorecer a quienes tienen más poder relativo, acentuando desigualdades y promoviendo todo tipo de desequilibrios. La historia de las listas de excepción en los acuerdos de preferencias arancelarias concertados tanto en la ALALC como en la ALADI, merecería ser reconstruida por lo mucho que indicaría sobre las realidades de la integración comercial regional.

Conciliar flexibilidad con previsibilidad parece ser fundamental si es que en su próxima etapa el Mercosur aspira a incluir a otros países sudamericanos, acrecentándose así las asimetrías y la diversidad de intereses en juego. Ello requerirá recurrir a metodologías de geometría variable y de múltiples velocidades. Sin reglas de juego de calidad, tales metodologías podrían acentuar tendencias a la dispersión de esfuerzos y conducir el Mercosur a nuevas frustraciones.

Y una tercera condición tiene que ver con la articulación productiva a nivel regional. La idea de integración productiva ocupa hoy un lugar importante en la agenda del Mercosur. En realidad proviene de su momento fundacional, cuando se incorpora al Tratado de Asunción el concepto de acuerdos sectoriales y se aprueba la Decisión CMC 03/91 (en http://www.mercosur.int/) . Está basada en la experiencia del período de integración bilateral entre Argentina y Brasil. Sus precedentes son múltiples. Se encuentran en los momentos fundacionales de la integración europea y también de lo que fuera el Grupo Andino.

La integración productiva a través de cadenas de valor transnacionales permite, además de generar un cuadro de ganancias mutuas entre los países participantes, desarrollar lo que en sus planteamientos fundacionales de la integración europea, Jean Monnet denominaba las solidaridades de hecho. Pueden ser, en tal sentido, un importante factor para estimular las necesarias disciplinas colectivas y reducir los riesgos de reversibilidad de los compromisos asumidos por los países miembros. Ello es así, porque contribuyen a encadenar los distintos sistemas productivos nacionales y a sus protagonistas, generándose incentivos para preservar y expandir un proceso de integración multinacional. Pero requiere en cada uno de los países, empresas con intereses ofensivos y capacidad de proyección internacional.

Las tres condiciones mencionadas están estrechamente vinculadas entre sí. Sumadas permiten imaginar una estrategia realista de negociaciones comerciales con otros países y regiones. Sin estrategia nacional, será difícil que un país pueda beneficiarse de las decisiones que se elaboren para orientar un proceso de integración y para generar sus reglas de juego. Sin reglas de juego que se cumplan efectivamente, será difícil ganar en flexibilidad y lograr, a la vez, que las empresas efectúen inversiones productivas en función del mercado ampliado. Sin tales inversiones productivas, especialmente en el marco de cadenas de valor transfronterizas, será difícil que se generen en forma estable los beneficios que puedan esperarse de un proceso de integración, especialmente aquellos de mayor impacto social por sus efectos de creación de fuentes de empleo y de identificación de los ciudadanos con la idea de región compartida. Será más difícil aún, entablar negociaciones comerciales internacionales que sean favorables al desarrollo y a la transformación productiva de cada país de la región.

 

Reflexiones sobre metodologías de construcción del Mercosur

El marco institucional de las relaciones comerciales internacionales en el espacio global, o de la integración multinacional en un espacio regional, se construye a través del tiempo. Las reglas y los procesos de decisión y de creación normativa, tienen que ser visualizados como resultantes de un esfuerzo de construcción permanente sin límites temporales y como algo que no tiene, necesariamente, un producto final pre-definido.

El punto de partida formal de tal construcción suele reflejarse en un acuerdo fundacional plasmado en algún tipo de instrumento jurídico internacional multilateral. Es el que fija el marco normativo para el desarrollo de acciones orientadas al logro de objetivos comunes perseguidos por los países participantes.

En el diseño de tal marco normativo fundacional, no necesariamente se debe seguir un modelo teórico o histórico predeterminado. En este tipo de marcos institucionales, tal diseño sólo puede estar condicionado por lo que se considera como racional y, en especial, por lo prescripto en los respectivos ordenamientos jurídicos internos y por compromisos jurídicos internacionales asumidos por los países fundadores. Tal es el caso, por ejemplo, de los condicionamientos que resultan para el diseño de acuerdos comerciales preferenciales -cualquiera que sea su modalidad- del marco normativo de la OMC.

El acuerdo fundacional da lugar a procesos que no suelen ser lineales. Son más bien, una resultante de pasos sucesivos que se dan a través del tiempo o en etapas pre-determinadas -tal el caso, por ejemplo, de lo estipulado por el Tratado de Asunción para el fin del período de transición en el Mercosur- orientados al logro de objetivos comunes entre las naciones participantes.

Son pasos que suelen requerir, luego, la adaptación de objetivos, instrumentos y métodos de trabajo, a los inevitables cambios en realidades políticas, económicas y sociales, tanto de los países participantes como del entorno internacional global o regional.

Según sean los factores que inciden en las demandas de adaptación, el marco institucional puede ser ajustado o, eventualmente, rediseñado incluso a través de su transformación completa. Esto último es lo que suele dar lugar a la expresión "re-fundar". Algo así como comenzar eventualmente de fojas cero. La falta de adaptación a los cambios en las realidades puede también conducir al fracaso de la idea que condujo al momento fundacional original y, por ende, al destierro del respectivo marco institucional hacia el plano de las irrelevancias o del olvido.

Las anteriores son consideraciones motivadas por lo que está ocurriendo hoy en el ámbito del Mercosur. En este caso lo que se observa es un cuestionamiento, por momentos intenso, que sería contraproducente ignorar, sobre su adaptación a nuevas realidades de inserción internacional global y regional de sus países miembros. Muchas veces está focalizado en uno de los instrumentos que provienen del momento fundacional, que es el arancel externo común (AEC). Al respecto, algunas preguntas más relevantes se refieren a: ¿conviene o no preservar el AEC? y en todo caso, ¿cuál es el real alcance del compromiso asumido por los países miembros? Sobre todo ¿qué flexibilidad existe para su aplicación efectiva en el caso de una negociación comercial con terceros países? y, ¿cuál sería el impacto de su supresión en la validez y en el alcance efectivo de la preferencia comercial intra-Mercosur pactada originalmente en el Tratado de Asunción?

Si desde un punto de vista económico conviene o no preservar el instrumento del AEC y, por ende, la figura de una unión aduanera, es algo que en la práctica debe determinarse por los países miembros en función de sus intereses nacionales, como también de consideraciones que hacen a sus respectivas políticas comerciales y al funcionamiento efectivo del acuerdo preferencial que han pactado los países miembros del Mercosur.

Pero también resulta relevante tener en cuenta cuál es el grado de permisibilidad que al respecto otorga el marco normativo existente hoy en el Mercosur. La pregunta de fondo sería la de saber si puede ser suficiente la modificación de normas aprobadas por el Consejo del Mercosur, como órgano principal del proceso de creación normativa o si, por el contrario, se requieren modificaciones del propio Tratado de Asunción. Tanto las energías políticas como los costos que requerirían una u otra opción, pueden llegar a ser distintos e, incluso, muy distintos.

La flexibilización del AEC puede ser una opción más acorde con la necesidad política de preservar el Mercosur como un núcleo duro de la construcción de un espacio común entre sus países miembros, que sea funcional a objetivos de estabilidad política regional, de convergencia en sus estrategias nacionales de desarrollo económico y social, y de una razonable articulación entre sus respectivos sistemas productivos, al menos en sectores relevantes para su desarrollo e inserción en la economía internacional.

De allí la conveniencia de analizar y debatir entre los países del Mercosur, en el marco más amplio del espacio regional latinoamericano o, al menos, sudamericano, tanto el alcance del compromiso asumido en el sentido de tener un AEC, como los métodos que permitirían eventualmente, o revisar sustancialmente tal compromiso -por ejemplo a través de su eliminación-, o flexibilizarlo a través de una interpretación de sus alcances efectivos.

El hecho que no existan normas jurídicas que prescriban lo que deba entenderse por un AEC, o que las que existen en el GATT o en el Mercosur, bien interpretadas brindan un amplio margen para una razonable flexibilidad [6], permite imaginar un desarrollo futuro del Mercosur que no requiera modificar sustancialmente los textos normativos fundacionales, lo que puede ser costoso en el plano político.

Quizás al respecto, lo importante sería privilegiar la preservación de lo esencial que se procura lograr, tanto en una perspectiva política como económica, con la construcción del espacio regional preferencial. Y lo esencial podría ser visualizado no tanto en la idea de un nuevo espacio económico único de alcance regional, pero sí de uno que sea común aunque diferenciado, incluso con geometrías variables, y que privilegie objetivos de conectividad, compatibilidad y convergencia de los respectivos espacios nacionales, a la vez que preservando sus ricas diferencias, identidades e individualidades.

 

A modo de conclusión:
Sugerencias para un necesario debate sobre el futuro de la integración regional

Un cuarto de siglo después de iniciado el recorrido de un camino que sería difícil de imaginar cómo lineal y carente de incertidumbres y de tentaciones, todo indica hoy que el Mercosur, concebido como su principal expresión institucional actual -e incluso su símbolo antes las respectivas ciudadanías y el resto del mundo- está siendo objeto de fuertes críticas no siempre suficientemente fundadas, incluso si se considerara sólo su impacto efectivo en el comercio recíproco.

En tal sentido cabe reconocer que, en la perspectiva de analistas y protagonistas relevantes, el Mercosur se encontraría en una encrucijada que, por momentos, parecería incluso tener una dimensión existencial (¿porqué trabajar juntos?) y no sólo metodológica (¿cómo trabajar juntos?).

Sería una encrucijada que requeriría ser abordada a través de un debate franco sobre opciones hacia el futuro y también sobre los costos de desandar el camino recorrido. Es un debate que no podría quedar limitado al plano gubernamental. Requiere de una participación activa de los sectores sociales -incluyendo al empresariado- y de enfoques multidimensionales y transdisciplinarios. No podría ser abordado con éxito si se limitara al plano de económico y del comercio internacional, como por momentos parecería ser una tendencia observable en diversos enfoques. Debería desarrollarse en el marco amplio de la región latinoamericana en su conjunto y de su inserción en el plano global.

Los aportes que surjan de tal debate deberían nutrir también una agenda sobre las relaciones entre la Argentina y Brasil y, en tal marco bilateral, sobre el Mercosur, cuyo desarrollo signifique seguir capitalizando lo mucho adquirido en más de treinta años de trabajo conjunto.

Sin perjuicio de otras que pueden considerarse como relevantes, las siguientes son algunas de las sugerencias de preguntas para un debate sobre el futuro de la integración latinoamericana y del propio Mercosur:

  • ¿Cómo preservar la efectividad y eficacia de un espacio regional de preferencias, que signifique un incentivo al desarrollo productivo compartido, al menos en los sectores que se privilegien, como así también a la inserción competitiva de las empresas en el plano regional y en el global?
  • ¿Cómo estimular el desarrollo de encadenamientos productivos efectivos y sustentables, y de otras modalidades de cooperación, especialmente en el campo científico y en el de la innovación tecnológica?
  • ¿Cómo abrir nuevos campos de acción conjunta, por ejemplo en materia de fuentes sustentables de energía e hidrocarburos, de producción y comercialización de alimentos, y de aprovechamiento de los abundantes recursos naturales?
  • ¿Cómo generar condiciones que faciliten la conectividad entre los espacios económicos nacionales, especialmente a través del desarrollo de la infraestructura física y de las agendas de facilitación de comercio?
  • ¿Cómo facilitar una efectiva participación de la sociedad civil y en particular de la juventud, en la construcción de un espacio regional inserto en el mundo, que tenga identidad y brinde horizontes de futuro a las ciudadanías?
  • ¿Cómo conciliar un espacio preferencial comercial conjunto, con los requerimientos de la agenda potencial de negociaciones comerciales, que puedan eventualmente encarar cada país con otros países y regiones?
  • ¿Cómo articular la construcción de un espacio económico preferencial entre los socios del Mercosur y de una relación estratégica que perdure en el tiempo, con las acciones que se están desarrollando o intentando desarrollar entre otros países de la región, tal como son los de la Alianza del Pacífico y los del ALBA?

El debate sugerido contribuiría por lo demás, con sus eventuales resultados, a afirmar la participación regional latinoamericana en los esfuerzos que habrá que realizar para generar instituciones de gobernanza económica global que sean efectivas, eficaces y legítimas.



Notes:


[1] Cf. Peña, Félix, "Los espacios regionales y la transición del orden mundial. Su protagonismo en la construcción de una renovada gobernanza global", su Newsletter, marzo 2015, en: http://www.felixpena.com.ar/

[2] Cf. Peña, Félix, "La curva del desencanto: Factores que suelen conducir a la frustración en los procesos de integración regional", Newsletter de Félix Peña, enero 2014, en: http://www.felixpena.com.ar/.

[3] Cf. Peña, Félix, "América Latina entre la convergencia y la fragmentación", Documento de trabajo elaborado por encargo de CEPES-FES, Septiembre 2014, en: http://www.felixpena.com.ar/.

[4] Cf. Seregni, Angelo Piero, "Le Organizzazioni Internazionali", Dott.A.Giuffré - Editore, Milano 1959.

[5] Cf. Bremmer, Ian, "Every Nation for Itself. Winners and Loosers in G-Zero World", Portfolio-Penguin, New York 2012).

[6] Cf. Peña, Félix, "El Mercosur en un mundo de mega-acuerdos preferenciales. Sugerencias para debatir su adaptación a nuevas realidades del comercio global". Artículo publicado en el Boletín Techint, N° 345, Noviembre 2014, en: http://www.boletintechint.com/ y en: http://www.felixpena.com.ar/.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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