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  Félix Peña

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  Voces en el Fénix | Junio 2014
Comercio e integración en las relaciones entre Argentina y Brasil: ¿Cómo capitalizar y proyectar al futuro la experiencia adquirida con el Mercosur?

Las relaciones entre Argentina y Brasil tienen raíces profundas. Están nutridas por la proximidad. Pero también por una historia compartida entre dos pueblos vecinos, la que se remonta -como han señalado, entre otros, tanto Helio Jaguaribe como Alberto Methol Ferrer- incluso a un pasado ibérico.

No siempre fue una relación de cooperación y, a veces, ni tan siquiera amistosa. La geopolítica de la emoción, en el sentido de Dominique Moïsi [1], tuvo en este Sur de las Américas muchas oportunidades de exteriorizarse y algunas pocas veces, con fuerte animosidad.

Pero por el agotamiento de fuentes significativas de conflictos y por el predominio de una razonable sabiduría en el liderazgo político, son relaciones bilaterales que al promediar la década del 80 del siglo pasado entraron con intensidad en un curso de cooperación y amistad no exenta, por cierto, de momentos de rispideces, la mayor parte de las veces derivadas de realidades y percepciones en relación a intereses en juego en el comercio recíproco.

Ha sido siempre una relación multidimensional como suele ser normal en especial entre naciones contiguas. Lo político, lo económico, lo social, lo cultural, son fuentes de factores que interactúan en forma constante y dinámica entre países vecinos, aunque no siempre sea ello perceptible para los analistas acostumbrados a navegar una sola disciplina académica, como por ejemplo la de la economía. Las agendas de seguridad y defensa, de paz y estabilidad política, de democracia y cohesión social, de desarrollo productivo y de comercio, de educación y cultura, de ciencia y tecnología, tienen en cada uno de los dos países múltiples vasos comunicantes con los del vecino, aunque sólo sea en forma implícita -por ejemplo, por efecto de demostración-.

Asimismo, por mucho tiempo, las de la Argentina y el Brasil han sido relaciones influenciadas por visiones distintas de la respectiva inserción en el sistema internacional o, al menos, por estrategias competitivas de vinculación con las grandes potencias del momento, primero Gran Bretaña y luego los Estados Unidos. El síndrome de la importancia relativa de cada nación ha ocupado -¿ocupa?- un lugar significativo especialmente en las elites de ambos países. En particular, es el caso de la importancia relativa que se tiene o se cree tener frente al resto del mundo y las potencias principales.

Desde los acuerdos Alfonsín-Sarney -facilitados por el hecho que el acuerdo tripartito sobre recursos hídricos de 1979 entre Argentina, Brasil y Paraguay, había cerrado la última razón significativa con potencial para nutrir una cultura de confrontación y conflicto que penetrara hondo, incluso en el plano de las estrategias de defensa y en tendencias a carreras armamentistas con un claro desdoblamiento en el plano nuclear- esta relación multidimensional se canaliza a través de acuerdos y mecanismos operativos diversos, y de velocidades y densidades diferenciadas. A partir de la creación del Mercosur en 1991, incluye en un marco más amplio a Paraguay y Uruguay, lo que la enriquece en múltiples aspectos.

Y la creación del Mercosur implicó por lo demás, un pacto al menos implícito, de negociar como conjunto los acuerdos con terceros países que pudieran incidir en el plano del comercio y las inversiones y, eventualmente, erosionar la idea central de un espacio común, económico y comercial, preferencial.

En tal perspectiva puede visualizarse el instrumento del arancel externo común -que no fuera definido en forma precisa en el acuerdo fundacional- como un eje central de la distinción "nosotros y ellos" que nutre una relación considerada como estratégica entre naciones vecinas. Es, en tal sentido, mucho más que un instrumento de política comercial externa y ni su contenido, flexibilidades y eventual geometría variable, podrían sólo determinarse con criterios de eficiencia económica.

El arancel externo común, penetra hondo en la razón de ser política de la idea de trabajo conjunto, con vocación de permanencia en el tiempo, entre dos naciones vecinas y que, a la vez, desean preservar su identidad nacional y su soberanía. Recordemos al respecto que cuando se tomó la decisión de recurrir al instrumento del arancel externo común, ambos países enfrentaban desafíos estratégicos significativos, que trascendían el plano del comercio -especialmente en sus sectores industriales y en su intercambio comercial con el resto de América del Sur- como consecuencia de la iniciativa del gobierno de los EEUU que conduciría luego a las fracasadas negociaciones del denominado ALCA.

Pero, desde el momento fundacional del Mercosur ha pasado, en términos relativos, mucho tiempo. Han cambiado los respectivos países y, sobre todo, han cambiado, y en forma profunda, el contexto global y el regional en el que se insertan.

El mundo de los ochenta y comienzos de los noventa no existe más con los rasgos fundamentales que entonces lo caracterizaban. Al menos ello es así si se observa la realidad mundial en la perspectiva del mapa del poder y de la competencia económica global, y en el de las reglas de juego que inciden en las relaciones comerciales internacionales incluyendo, por cierto, los actores con capacidad de ser sus productores ("rule-makers").

Es un mundo, el actual, que presenta un cuadro -comparado con el del momento fundacional del Mercosur- de marcada redistribución del poder relativo -un mundo "multiplex", como lo ha denominado Amitav Acharya [2]-; de aumento significativo del número de protagonistas con capacidad de incidir en la competencia económica global -los emergentes y, en particular, los "re-emergentes"-; de marcadas transformaciones en la forma en que se producen bienes y se prestan servicios a escala global y regional -las cadenas transnacionales de valor y los encadenamientos productivos que abarcan varios países a la vez-; de acortamiento de las distancias físicas y culturales -consecuencias, entre otros factores, de fuertes cambios tecnológicos en el transporte, la logística y las comunicaciones-, y de empoderamiento de nuevos protagonistas sociales, sea como consumidores, como trabajadores, como innovadores, como ciudadanos, especialmente impulsado por la mayor conectividad, el crecimiento poblacional y el de los sectores urbanos con ingreso económico de clase media -tal el fenómeno de la "clase C" en Brasil que se da con mucha intensidad en todo el mundo en desarrollo-.

En ese nuevo contexto externo, todo país cualquiera que sea su dimensión económica o grado de desarrollo económico, puede tener múltiples opciones en su estrategia de inserción comercial internacional. Y por lo general tratan de aprovecharlas. De ahí que nadie quiera quedar pegado a nadie. Han quedado en el pasado los tiempos en que la integración económica voluntaria entre naciones soberanas podía plantearse con un alcance de alianzas exclusivas y excluyentes. Hoy, por el contrario, lo que empieza a predominar en el comercio preferencial entre las naciones, son las alianzas complejas y muy dinámicas, múltiples y simultáneas, y no se las visualiza como necesariamente contradictorias.

En tal marco, cabe interrogarse acerca del futuro del Mercosur concebido, a la vez, como un hábitat clave para el desarrollo de la vinculación estratégica entre sus socios -y en especial entre la Argentina y el Brasil-; como una plataforma para insertarse en la competencia económica global, y como un núcleo duro que permita viabilizar condiciones de paz y de estabilidad política, de democracia y de cohesión social, en el espacio regional más amplio de América del Sur, con su consiguiente impacto a escala de América Latina.

Al respecto cabe tener presente que, por momentos, se observa una tendencia, a veces exagerada, a considerar que el Mercosur ha fracasado o, al menos, que ha sido superado por nuevas realidades. Se invocan las dificultades que suelen surgir en el comercio bilateral entre sus socios, por ejemplo entre Argentina y Brasil, como un indicador de cómo el proceso de integración regional dista de lo que se comprometió en los textos fundacionales y, más aún, de lo que los enfoques teóricos prescriben que debería ser el funcionamiento de una unión aduanera. Hay por cierto otros planos en los que no se ha avanzado en eliminar múltiples factores que desnivelan el campo de juego entre los países socios.

En tal sentido, el "Mercosur nos ata" es una frase que suele pronunciarse en distintos sectores de los países miembros. Muchas veces reflejan juegos mediáticos impulsados por intereses de diferentes orígenes, incluso externos. Implicaría ella que sus países miembros no podrían aprovechar plenamente las oportunidades que se están abriendo en el plano global, ya que como bloque se estaría, por ejemplo, quedando marginado de las negociaciones en curso de mega-acuerdos interregionales preferenciales, tales como el Trans-Pacific Partnership" o el "Trans-Atlantic Trade and Investment Partnership", con su eventual incidencia de debilitamiento del sistema comercial multilateral plasmado en la OMC.

De allí lo frecuente que es escuchar la propuesta de transformar el Mercosur en una zona de libre comercio, dejando de lado el arancel externo común y el objetivo de completar el desarrollo de una unión aduanera. No siempre se explicitan los efectos que ello podría acarrear en la calidad de la relación política entre los socios. Una consecuencia práctica de la percepción de un Mercosur que no puede encarar negociaciones conjuntas con otros protagonistas relevantes del comercio mundial, es la propuesta que algunos sectores plantean en el sentido de que se pudieran avanzar negociaciones y acuerdos bilaterales entre países miembros del Mercosur y la Unión Europea -y eventualmente también con los EEUU-.

A pesar de las posiciones más críticas con respecto a la efectividad del Mercosur y sin perjuicio de otros indicadores, los datos del comercio de manufacturas intra-Mercosur permiten observar, sin embargo, la importancia que tiene para el desarrollo productivo de cada país este espacio de integración y su proyección al resto de América Latina a través de una red de acuerdos preferenciales negociados en el ámbito de la ALADI. Para Brasil, por ejemplo, la Argentina es el destino de un 18% de su comercio total de manufacturas. América Latina en su conjunto representa un 80% de sus exportaciones de manufacturas y, en su conjunto, representa un valor superior al de tales exportaciones a la Unión Europea, EEUU y Japón en su conjunto [3].

No es el objetivo de este artículo analizar la estructura del intercambio comercial (bienes y servicios) y de las inversiones recíprocas entre la Argentina y el Brasil. Lo que sí parece razonable en esta oportunidad es formular dos hipótesis que pueden ser relevantes a la hora de tener que debatir y que decidir sobre el futuro de la relación comercial bilateral y del lugar que en ella ocupan los acuerdos plasmados a partir de los entendimientos bilaterales de 1985 y luego de la creación del Mercosur.

La primera hipótesis es que un porcentaje significativo del comercio de manufacturas entre los dos países y del desarrollo -débil aún- de encadenamientos productivos subregionales, se beneficia de las preferencias negociadas incluyendo, por cierto, las del acuerdo automotriz. Y que se beneficiaría también de una estrategia efectiva de valorizar distintas modalidades de acuerdos sectoriales, que es un instrumento presente en los acuerdos originales entre la Argentina y el Brasil, como también en el propio Tratado de Asunción.

Y la segunda es que hay espacio -incluso mucho- para capitalizar la experiencia acumulada en las últimas tres décadas, innovando en lo necesario con respecto a la metodología del trabajo conjunto entre dos naciones -y sus socios- que, por muchos motivos que trascienden lo comercial e incluso lo económico, pueden ganar más si siguen trabajando juntas con criterios preferenciales, que si optan por retornar a un pasado de una vecindad que a la vez que es inevitable careciera, como en el pasado, de marcos institucionales consensuados que generen un cuadro preferencial alimentado por ganancias mutuas.

¿Cuáles pueden algunas cuestiones prioritarias a incluir en la agenda de un necesario debate orientado a examinar posibles cursos de acción que permitan encarar el futuro trabajo conjunto entre la Argentina y el Brasil -y sus socios-, preservando el marco institucional preferencial del Mercosur y, a la vez, enriqueciéndolo a través de su necesaria adaptación a las nuevas realidades, tanto globales, como regionales e internas de cada uno de los países miembros?

Al respecto parecería oportuno que, tanto en el plano gubernamental como en el académico y empresario, pudieran efectuarse análisis conducentes a efectuar propuestas viables y concretas sobre cómo lograr además una efectiva convergencia de los distintos acuerdos y mecanismos de integración que tienen vigencia en la región latinoamericana. El objetivo sería precisamente procurar la mayor convergencia respetando los límites que pueden surgir como consecuencia de múltiples diversidades.

La convergencia entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico, por ejemplo, debería ser un objetivo prioritario dada la relevancia económica y política de los países participantes. Al respecto cabe privilegiar interpretaciones flexibles de compromisos existentes en el Mercosur, por ejemplo, con respecto al arancel externo común. La propia normativa del Mercosur y la del GATT brindan suficiente margen para lograr una razonable dosis de flexibilidad, incluso dentro del marco conceptual de una unión aduanera. Tal flexibilidad implica interpretar correctamente las reglas existentes como también revisar con espíritu crítico conceptos, modelos y marcos teóricos provenientes de otras realidades.

Algunas de las cuestiones más relevantes para una agenda de adaptación del Mercosur a través de su metamorfosis y de la "convergencia en la diversidad" a nivel de la región en su conjunto -en el sentido planteado por Heraldo Muñoz, Canciller del gobierno de Michael Bachelet [4]- y que pueden requerir ideas creativas y viables, tanto desde un de vista económico como jurídico y político, pueden ser las siguientes:

a) encadenamientos productivos a través de inversiones conjuntas en los que participen empresas pymes de distintos países y que, como incentivo a la inversión cuenten no sólo con acceso al financiamiento pero, en especial, de garantías colectivas al acceso irrestricto a los mercados de los países participantes del mecanismo que se negocie;

b) acumulación de reglas de origen que permita un aprovechamiento conjunto por parte de empresas de diversos países de las preferencias comerciales que se negocien en el plano regional e, incluso, interregional;

c) calidad de la conectividad física y medidas eficaces de facilitación de comercio y,

d) programas efectivos de cooperación con los países de menor desarrollo relativo orientados a estimular la inversión productiva por medio de la garantía en el acceso irrestricto a los mercados de los países de mayor grado de desarrollo de la región.

Cabe tener presente, además, que explicitar en el Mercosur y entre los países de la región lo que ha denominado en un libro reciente Anthony Giddens como "comunidad de destino" , a fin de hablar con una sola voz y desarrollar una mirada de conjunto de las grandes cuestiones de la agenda global no requiere necesariamente de la homogeneidad. Ejemplos son los desafíos que plantea el cambio climático o la necesidad de evitar que las negociaciones de mega-acuerdos inter-regionales terminen por erosionar la efectividad y eficacia del sistema multilateral de comercio institucionalizado en la OMC. Requiere sí de puntos de equilibrio entre visiones eventualmente diferentes que es, precisamente, aquello que puede aspirar a lograrse con liderazgos políticos colectivos y con instituciones regionales tales como son la ALADI, la UNASUR y la CELAC, especialmente si cuentan con el apoyo intelectual y técnico de organismos como la CEPAL, la CAF y el SELA.

Pero también requiere de un sólido esfuerzo en cada país de la región para definir y actualizar sus estrategias de inserción comercial internacional, tanto a escala global como regional. Países que saben lo que quieren y lo que pueden, especialmente si lo hacen a través de una fuerte participación social, están en mejores condiciones de procurar puntos de equilibrio en sus respectivos intereses al dialogar y negociar con los otros países de la región y del mundo.

Quizás sea ésta la tarea más relevante a la cual deban abocarse la Argentina y el Brasil, así como sus socios si se aspira a transformar al Mercosur en un ámbito efectivo, eficaz y con legitimidad social que les permita navegar con idoneidad el mundo del futuro en función de sus respectivos intereses nacionales.


Referencias:


[1] Cf. Moïsi, Dominique, "La Geopolítica de las Emociones", Grupo Editorial Norma, Bogotá 2009.

[2] Acharya, Amitav, in Henry, Ken; Shuli, Hu; Feigenbaum, Evan A.; Acharya, Amitav, "Multiplex world: steps toward a new global order", East Asia Forum, ANU, Canberra, August 14, 2013, at http://www.eastasiaforum.org/.

[3] IEDI, "A Multiplicacao dos Acordos Preferenciais de Comércio e o Isolamento do Brasil", IEDI, Sao Paulo 2013, en http://retaguarda.iedi.org.br/, y FIESP, "Agenda de Integracao Externa", FIESP, Sao Paulo 2013, en http://www.fiesp.com.br/.

[4] Cf. Peña, Félix, "Fragmentación en las Negociaciones Comerciales", en su Newsletter de marzo 2014, en: http://www.felixpena.com.ar/.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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