Aprovechar las oportunidades que se están abriendo constantemente
en el mundo para un país como la Argentina y para una región
como la sudamericana, constituye un desafío al talento y a la inteligencia
de sus ciudadanos actuando individual y, sobre todo, colectivamente. Obvio
que también para los liderazgos políticos, sociales, empresarios
e intelectuales.
Son oportunidades que resultan de los cambios que se han operado en
los últimos años en la competencia económica global
y que todo indica que se acentuarán en el futuro. Son cambios que
se observan en al menos tres planos.
El primero es el de la conectividad creciente, aunque con distintas intensidades,
entre los mercados de todo el mundo. Es producto, entre otros factores,
de continuas y profundas transformaciones tecnológicas en los medios
de comunicación y de transporte que han acentuado el colapso de
distancias físicas entre espacios geográficos y entre sus
poblaciones. Pero también es resultante del desarrollo de marcos
institucionales internacionales, tales como el de la OMC en el plano global,
que han contribuido con sus reglas de juego a otorgar más fluidez
a la interacción entre los diferentes mercados nacionales. Todo
ello se traduce no sólo en una mayor conexión económica
pero también cultural y por cierto política.
El segundo es el del crecimiento de la población mundial urbana
con ingreso económico propio de clase media. Lo que en Brasil se
ha denominado la "clase C" es un fenómeno que se está
generalizando a escala global y, en particular, en las regiones densamente
pobladas del Asia, de América Latina y en forma creciente del Medio
Oriente y de África. Implica cambios cuantitativos significativos
en la escala de la demanda global de bienes y de servicios, muy en particular
de energía, transporte, telecomunicaciones y alimentos procesados.
Pero implica, además, cambios profundos de tipo cualitativo. Nos
dirigimos hacia un mundo en el que dos tercios de la población
será de clase media urbana y, por lo tanto, con pautas de consumo
y niveles de información mucho más sofisticados que en el
pasado. Serán consumidores cada vez más exigentes e informados.
Sobre todo, conscientes del poder que les da el tener muchas opciones
en términos de cómo alimentarse, vestirse, divertirse, educarse
y equiparse de lo que la tecnología pondrá crecientemente
a su alcance en todos los planos, incluso en el de la salud. Y dispuestos,
por lo tanto a ejercerlo.
Y el tercero será el de la multiplicidad de opciones que todos
los países tendrán a la hora de definir sus estrategias
de comercio exterior, de desarrollo productivo y de inserción competitiva
en el escenario global. El profesor Amitav Acharya ha señalado
que el mundo es hoy "multiplex", donde los protagonistas -sean
ellos países o consumidores- tienen múltiples opciones conectadas
entre sí.
Son tres cambios que permiten anticipar una creciente demanda de bienes
y de servicios inteligentes y de calidad -es decir, con valor intelectual
incorporado-, que a su vez hará del esfuerzo en innovación
y en tecnología una variable clave a la hora que un país
aspire a ser un ganador en los frentes de la competencia por los mercados
mundiales.
En tal perspectiva cabe colocar el futuro de la inserción comercial
externa de la Argentina. La dotación de recursos naturales es un
activo indudable, aunque sería un error considerar que en sí
mismo conduce a garantizar prosperidad para nuestra población y
capacidad para atraer inversiones y tecnologías. Tener los recursos
no es lo mismo que saber cómo aprovecharlos. Sí debe tenerse
presente que si los argentinos no lo aprovechamos, otros intentarían
hacerlo por nosotros. Otro activo es nuestra población, resultante
del mestizaje que la caracteriza tanto en la de origen migrante de múltiples
orígenes como en la descendiente de la rica diversidad de los pueblos
originarios. Es una característica que si bien puede contribuir
a explicar cierta cultura del caos -que según el último
libro de Nassim Taleb puede ser incluso una ventaja para navegar el mundo
moderno- también explica la densidad de creatividad que nos caracteriza.
Y un tercer activo es el "barrio" en el que nos insertamos.
Incluso con sus defectos y debilidades Sudamérica constituye en
muchas perspectivas un entorno privilegiado, también por sus recursos
naturales y por su mestizaje pero, en particular, por el hecho de ser
uno de los espacios geográficos regionales con menos potencial
de inclinarse hacia la violencia en la relación entre sus naciones.
Sería ingenuo negar los muchos problemas existentes en la región,
incluso los que pueden originarse en "disonancias conceptuales".
De lo que se trata, sin embargo, es colocar tales problemas en una matriz
más compleja en la que se inserten tanto las "buenas"
como las "malas noticias" y se la compare con similar matriz
en otras "barriadas del mundo".
Un enfoque como el señalado apunta a pensar en términos
asertivos la estrategia para una futura inserción de la Argentina
en el mundo, en la que se tenga la habilidad de capitalizar los activos
y fortalezas, y se puedan neutralizar los efectos de algunas notorias
debilidades. Tal estrategia debería implicar sacar todo el provecho
posible a lo que el país pueda aportar al mundo, en forma competitiva,
en materia de bienes y servicios con fuerte densidad de inteligencia incorporada.
Ello requerirá moverse bien en tres planos interrelacionados.
El primero es el de la inteligencia competitiva. Esto es la capacidad
de diagnósticos correctos sobre lo que ocurre en el mundo, las
fuerzas profundas que modelan su futuro y los hechos que permiten anticipar
tendencias y, en particular, sobre los factores que puedan incidir en
el desplazamiento a nuestro favor o en contra de aquellas ventajas competitivas
que tengamos o podamos desarrollar. Pueden ser factores tecnológicos.
O también originados en políticas y estrategias que desarrollan
países o regiones en los que procuramos insertarnos tales como,
por ejemplo, las actuales negociaciones de mega-acuerdos comerciales preferenciales
de alcance interregional sea, entre otros, en el espacio del Pacífico
o en el del Atlántico.
El segundo es el de la articulación interna entre todos los sectores
sociales. Se sabe que es un país en su conjunto el que compite
en el mundo. Y ello requiere un grado eficaz de concertación público-privado-académico
en las líneas del triángulo que nos señalara años
atrás ese gran argentino y visionario que fue el ingeniero Jorge
Sábato.
Y, finalmente, el tercero es el del tejido de densas redes transnacionales,
globales y regionales, funcionales a nuestros intereses nacionales, que
sean la resultante de múltiples variantes de articulaciones gubernamentales
y de encadenamientos productivos en los que se inserten, en especial,
nuestras pequeñas y medianas empresas.
Es en tal perspectiva que corresponde colocar la agenda de inserción
de la Argentina en los múltiples encuadramientos institucionales
vinculados al comercio internacional, sean globales o regionales, a los
que puede aspirar a ser miembros -lo que implica su utilización
efectiva en función del interés nacional-. Obvio que los
de la región -tales como el Mercosur, la ALADI y la UNASUR, y diversas
redes de acuerdos de cooperación que se están desarrollando
en distintos campos- tienen una prioridad especial. Pero también
la tiene la Organización Mundial del Comercio. La cuestión
no sólo es ser miembro. Lo que importa es saber cómo aprovechar
tal membrecía para empujar reglas de juego y métodos de
trabajo que sean funcionales al interés nacional.
Y al respecto, la regla de oro es saber qué se quiere obtener
-imposible sin una estrategia nacional bien definida- y qué es
lo que se puede logar -difícil de saber sin un buen diagnóstico
sobre la dinámica que hace a la valoración que nuestros
socios tienen de nuestro país en función de sus propias
estrategias nacionales-.
En un mundo en que todos tienen múltiples opciones -sean países
grandes o chicos- y en el que constantemente se adoptan decisiones que
implican definir futuros ganadores y perdedores, un país tiene
que tener claro cuáles son sus objetivos y cuáles son sus
cartas en las múltiples mesas de negociación. Y la clave
es sentarse con buenas cartas en el mayor número de mesas posibles.
Como en el futbol, todo ello requerirá de una cultura de equipo
y mucho sentido de equilibrio, especialmente entre los legítimos
intereses ofensivos y defensivos que caracterizan los sistemas productivos
de cualquier país. Es un sentido de equilibrio que puede lograrse
mejor en el marco de una erosión de la distinción entre
corto y largo plazo y, sobre todo, con una apreciación daltónica
de los otros competidores. El conocido lema de Deng Xiaoping es clave
al respecto ("que importa que el gato sea negro o blanco, con tal
que cace ratones"). Hoy, un mundo conectado y denso en un comercio
internacional de bienes y de servicios inteligentes, requiere tener conciencia
que corto y largo plazo se confunden especialmente a la hora de definir
inversiones productivas que generen empleo y, por ende, bienestar para
las respectivas poblaciones. Es un aspecto fundamental en una política
comercial internacional que sea efectiva y funcional a los intereses estructurales
de una sociedad. Tiende a ser entonces el actual un mundo en el que el
futuro se define en cada presente. Y en el que todo va cambiando con altas
velocidades. Incluso en forma imprevisible.
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