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  Félix Peña

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  Revista Megatrade - Año XXI Nro. 247 | Octubre 2013
La inserción en el comercio mundial: un desafío al talento de los argentinos.

Aprovechar las oportunidades que se están abriendo constantemente en el mundo para un país como la Argentina y para una región como la sudamericana, constituye un desafío al talento y a la inteligencia de sus ciudadanos actuando individual y, sobre todo, colectivamente. Obvio que también para los liderazgos políticos, sociales, empresarios e intelectuales.

Son oportunidades que resultan de los cambios que se han operado en los últimos años en la competencia económica global y que todo indica que se acentuarán en el futuro. Son cambios que se observan en al menos tres planos.

El primero es el de la conectividad creciente, aunque con distintas intensidades, entre los mercados de todo el mundo. Es producto, entre otros factores, de continuas y profundas transformaciones tecnológicas en los medios de comunicación y de transporte que han acentuado el colapso de distancias físicas entre espacios geográficos y entre sus poblaciones. Pero también es resultante del desarrollo de marcos institucionales internacionales, tales como el de la OMC en el plano global, que han contribuido con sus reglas de juego a otorgar más fluidez a la interacción entre los diferentes mercados nacionales. Todo ello se traduce no sólo en una mayor conexión económica pero también cultural y por cierto política.

El segundo es el del crecimiento de la población mundial urbana con ingreso económico propio de clase media. Lo que en Brasil se ha denominado la "clase C" es un fenómeno que se está generalizando a escala global y, en particular, en las regiones densamente pobladas del Asia, de América Latina y en forma creciente del Medio Oriente y de África. Implica cambios cuantitativos significativos en la escala de la demanda global de bienes y de servicios, muy en particular de energía, transporte, telecomunicaciones y alimentos procesados. Pero implica, además, cambios profundos de tipo cualitativo. Nos dirigimos hacia un mundo en el que dos tercios de la población será de clase media urbana y, por lo tanto, con pautas de consumo y niveles de información mucho más sofisticados que en el pasado. Serán consumidores cada vez más exigentes e informados. Sobre todo, conscientes del poder que les da el tener muchas opciones en términos de cómo alimentarse, vestirse, divertirse, educarse y equiparse de lo que la tecnología pondrá crecientemente a su alcance en todos los planos, incluso en el de la salud. Y dispuestos, por lo tanto a ejercerlo.

Y el tercero será el de la multiplicidad de opciones que todos los países tendrán a la hora de definir sus estrategias de comercio exterior, de desarrollo productivo y de inserción competitiva en el escenario global. El profesor Amitav Acharya ha señalado que el mundo es hoy "multiplex", donde los protagonistas -sean ellos países o consumidores- tienen múltiples opciones conectadas entre sí.

Son tres cambios que permiten anticipar una creciente demanda de bienes y de servicios inteligentes y de calidad -es decir, con valor intelectual incorporado-, que a su vez hará del esfuerzo en innovación y en tecnología una variable clave a la hora que un país aspire a ser un ganador en los frentes de la competencia por los mercados mundiales.

En tal perspectiva cabe colocar el futuro de la inserción comercial externa de la Argentina. La dotación de recursos naturales es un activo indudable, aunque sería un error considerar que en sí mismo conduce a garantizar prosperidad para nuestra población y capacidad para atraer inversiones y tecnologías. Tener los recursos no es lo mismo que saber cómo aprovecharlos. Sí debe tenerse presente que si los argentinos no lo aprovechamos, otros intentarían hacerlo por nosotros. Otro activo es nuestra población, resultante del mestizaje que la caracteriza tanto en la de origen migrante de múltiples orígenes como en la descendiente de la rica diversidad de los pueblos originarios. Es una característica que si bien puede contribuir a explicar cierta cultura del caos -que según el último libro de Nassim Taleb puede ser incluso una ventaja para navegar el mundo moderno- también explica la densidad de creatividad que nos caracteriza. Y un tercer activo es el "barrio" en el que nos insertamos. Incluso con sus defectos y debilidades Sudamérica constituye en muchas perspectivas un entorno privilegiado, también por sus recursos naturales y por su mestizaje pero, en particular, por el hecho de ser uno de los espacios geográficos regionales con menos potencial de inclinarse hacia la violencia en la relación entre sus naciones. Sería ingenuo negar los muchos problemas existentes en la región, incluso los que pueden originarse en "disonancias conceptuales". De lo que se trata, sin embargo, es colocar tales problemas en una matriz más compleja en la que se inserten tanto las "buenas" como las "malas noticias" y se la compare con similar matriz en otras "barriadas del mundo".

Un enfoque como el señalado apunta a pensar en términos asertivos la estrategia para una futura inserción de la Argentina en el mundo, en la que se tenga la habilidad de capitalizar los activos y fortalezas, y se puedan neutralizar los efectos de algunas notorias debilidades. Tal estrategia debería implicar sacar todo el provecho posible a lo que el país pueda aportar al mundo, en forma competitiva, en materia de bienes y servicios con fuerte densidad de inteligencia incorporada. Ello requerirá moverse bien en tres planos interrelacionados.

El primero es el de la inteligencia competitiva. Esto es la capacidad de diagnósticos correctos sobre lo que ocurre en el mundo, las fuerzas profundas que modelan su futuro y los hechos que permiten anticipar tendencias y, en particular, sobre los factores que puedan incidir en el desplazamiento a nuestro favor o en contra de aquellas ventajas competitivas que tengamos o podamos desarrollar. Pueden ser factores tecnológicos. O también originados en políticas y estrategias que desarrollan países o regiones en los que procuramos insertarnos tales como, por ejemplo, las actuales negociaciones de mega-acuerdos comerciales preferenciales de alcance interregional sea, entre otros, en el espacio del Pacífico o en el del Atlántico.

El segundo es el de la articulación interna entre todos los sectores sociales. Se sabe que es un país en su conjunto el que compite en el mundo. Y ello requiere un grado eficaz de concertación público-privado-académico en las líneas del triángulo que nos señalara años atrás ese gran argentino y visionario que fue el ingeniero Jorge Sábato.

Y, finalmente, el tercero es el del tejido de densas redes transnacionales, globales y regionales, funcionales a nuestros intereses nacionales, que sean la resultante de múltiples variantes de articulaciones gubernamentales y de encadenamientos productivos en los que se inserten, en especial, nuestras pequeñas y medianas empresas.

Es en tal perspectiva que corresponde colocar la agenda de inserción de la Argentina en los múltiples encuadramientos institucionales vinculados al comercio internacional, sean globales o regionales, a los que puede aspirar a ser miembros -lo que implica su utilización efectiva en función del interés nacional-. Obvio que los de la región -tales como el Mercosur, la ALADI y la UNASUR, y diversas redes de acuerdos de cooperación que se están desarrollando en distintos campos- tienen una prioridad especial. Pero también la tiene la Organización Mundial del Comercio. La cuestión no sólo es ser miembro. Lo que importa es saber cómo aprovechar tal membrecía para empujar reglas de juego y métodos de trabajo que sean funcionales al interés nacional.

Y al respecto, la regla de oro es saber qué se quiere obtener -imposible sin una estrategia nacional bien definida- y qué es lo que se puede logar -difícil de saber sin un buen diagnóstico sobre la dinámica que hace a la valoración que nuestros socios tienen de nuestro país en función de sus propias estrategias nacionales-.

En un mundo en que todos tienen múltiples opciones -sean países grandes o chicos- y en el que constantemente se adoptan decisiones que implican definir futuros ganadores y perdedores, un país tiene que tener claro cuáles son sus objetivos y cuáles son sus cartas en las múltiples mesas de negociación. Y la clave es sentarse con buenas cartas en el mayor número de mesas posibles.

Como en el futbol, todo ello requerirá de una cultura de equipo y mucho sentido de equilibrio, especialmente entre los legítimos intereses ofensivos y defensivos que caracterizan los sistemas productivos de cualquier país. Es un sentido de equilibrio que puede lograrse mejor en el marco de una erosión de la distinción entre corto y largo plazo y, sobre todo, con una apreciación daltónica de los otros competidores. El conocido lema de Deng Xiaoping es clave al respecto ("que importa que el gato sea negro o blanco, con tal que cace ratones"). Hoy, un mundo conectado y denso en un comercio internacional de bienes y de servicios inteligentes, requiere tener conciencia que corto y largo plazo se confunden especialmente a la hora de definir inversiones productivas que generen empleo y, por ende, bienestar para las respectivas poblaciones. Es un aspecto fundamental en una política comercial internacional que sea efectiva y funcional a los intereses estructurales de una sociedad. Tiende a ser entonces el actual un mundo en el que el futuro se define en cada presente. Y en el que todo va cambiando con altas velocidades. Incluso en forma imprevisible.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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