Un necesario debate
Tanto el Mercosur como la Unión Europea (UE) están en
una compleja transición hacia nuevas etapas en sus respectivos
desarrollos. En ambos casos, parece prematuro aventurar pronósticos
sobre cómo ellas serán. Los resultados son aún inciertos.
Pero todo indica que serán diferentes a las anteriores etapas.
De salir todo bien, muy probablemente sería porque se habrían
preservado los activos acumulados y capitalizado las enseñanzas
del pasado. De lo contrario, se podría estar frente a escenarios
en los que resulte difícil excluir el uso de la palabra fracaso
y, en especial, el de afrontar sus consecuencias. La historia larga de
las relaciones entre naciones que comparten una misma región -especialmente
en el espacio geográfico europeo- indica que eventualmente tales
consecuencias pueden ser costosas.
Más allá de las enormes diferencias que distinguen a los
dos procesos de integración, como también a sus historias
y realidades regionales, la buena noticia es que se observan en ambos
casos debates a nivel de las respectivas sociedades, por momentos intensos
y hasta ríspidos, que reflejan dilemas metodológicos y,
cada vez más, también existenciales. Cuánto más
amplios e inclusivos sean estos debates, mejor será para la legitimidad
social de sus resultados.
Un elemento común en estos debates en ambos lados del Atlántico,
es el de las crecientes dudas que se plantean sobre que realmente haya
posibilidad aún para la subsistencia de una distinción entre
"nosotros" -sean los miembros de la UE o los del Mercosur- y
"ellos" -los terceros países-, que refleje una identidad
común arraigada en las respectivas ciudadanías. Es como
si el "cada una por las suyas" con toda su crudeza, empezara
a sustituir la idea fuerza, un poco más romántica, de "juntos
hasta la muerte". Especialmente en Europa, los ciudadanos de algunos
de los países no visualizan como propios los problemas de los otros
socios. No ven entonces porqué deberían asumir los costos
de ayudar a resolverlos.
Pero a la vez, se observa que incluso quienes parecerían estar
más frustrados -incluso "indignados"- con la pertenencia
de su país al respectivo proceso de integración, tienen
fuertes dificultades de explicitar una opción razonable y creíble,
que se sustente en el plano económico como, sobre todo, en el político.
Esto es, una opción con la legitimidad social propia de sociedades
pluralistas y democráticas, que no supere con creces los costos
de intentar corregir las deficiencias del trabajo conjunto en el marco
de los actuales procesos de integración. Si fuere cierto que los
países miembros -grandes o chicos- no tienen opciones razonables
a la integración voluntaria con sus actuales socios, el debate
quedaría en tal caso confinado al plano metodológico de
cómo trabajar juntos en un espacio geográfico compartido
-dato de la realidad- y no tanto en el más existencial de porqué
hacerlo.
Profundizar un debate franco y abierto sobre opciones posibles, combinando
la perspectiva de bien definidas estrategias nacionales y la puesta en
común de los diversos intereses nacionales en juego en el marco
de un proyecto estratégico común, parece ser lo más
recomendable para transitar el período del diseño de una
nueva etapa del Mercosur. Como también se requerirá en el
caso de la integración europea, su diseño deberá
asentarse en un diagnóstico correcto sobre tendencias profundas
que están operando en el plano global, incluyendo el balance de
desafíos y oportunidades que resultarán de la nueva geografía
del poder y de la competencia económica mundial.
¿El fin de una etapa del Mercosur?
Tras la Cumbre de Mendoza el Mercosur ha iniciado su transición
hacia una nueva etapa. La iniciada con su creación y desarrollada
durante los últimos veinte años por los cuatro países
fundadores puede considerarse como concluida. Cuánto durará
la transición y cómo será la nueva etapa, parece
aún prematuro el pronosticarlo. Lo que se observa hasta ahora tiene
todas las características de una metamorfosis. Como veremos luego,
será importante que cada uno de los países miembros defina
bien cómo imagina y qué espera de esta nueva etapa.
Más allá del ineludible debate sobre las dimensiones jurídicas,
tanto de la suspensión temporal del Paraguay en el ejercicio de
su condición de miembro, como de la consumación del ingreso
de Venezuela sin que se hubieren podido cumplir requisitos que los propios
países miembros establecieron, además de las soluciones
que se puedan encontrar con inteligencia y voluntad política, será
necesario entonces abordar el diseño de las modalidades y de los
alcances de una nueva etapa.
En la etapa que se puede considerar que ha concluido tras la Cumbre de
Mendoza, muchas metas no se lograron pero, a la vez, mucho de los avances
en el comercio y en la interacción económica entre los países
socios se pueden relacionar con los compromisos asumidos en el Tratado
de Asunción. Asimismo, en esta etapa se ha afirmado la idea estratégica
de cooperación entre naciones vecinas, más allá de
diferencias de intereses y de conocidas asimetrías, a fin de generar
un espacio capaz de irradiar efectos de paz, democracia y estabilidad
política en América del Sur. Es obvio que es mucho lo que
queda por delante. Pero también se ha aprendido mucho y ahora ello
podrá capitalizarse en la nueva etapa que habrá que iniciar.
Cabe recordar que el propio Tratado de Asunción implicó
la conclusión de la etapa iniciada por los acuerdos bilaterales
entre la Argentina y el Brasil. En este caso el paso de una etapa a la
otra no implicó dejar de lado lo acumulado en la etapa bilateral
inicial. Por el contrario, y no es un dato menor, subsisten aún
los compromisos jurídicos bilaterales del Tratado de Buenos Aires
de 1988, y los principales acuerdos comerciales acumulados fueron asimilados
en la nueva etapa a través de los dos instrumentos operativos,
uno bilateral -el ACE n° 14- y el otro entre todos los socios del
Mercosur -el ACE n° 18-. Cabe destacar que el ACE n° 14 tiene
hoy 39 Protocolos adicionales, en su mayoría firmados una vez iniciada
la etapa del Mercosur y especialmente referidos a un sector clave en la
integración regional, como es el automotriz. Y, a su vez, el ACE
n° 18, ya tiene 93 Protocolos adicionales. No es un dato menor a tener
en cuenta el que los compromisos comerciales que plasmen la incorporación
de Venezuela al Mercosur, deberían ser luego incorporados al ACE
n° 18, al menos tal como están las reglas de juego hasta el
momento actual.
Lo que sí parece claro es que en el segundo semestre de este año
algunas definiciones significativas deberán ser analizadas y, eventualmente,
adoptadas por los socios. Brasil, por estar a cargo de la Presidencia
Pro-Tempore, tendrá la oportunidad de ejercer un cierto liderazgo
en el proceso de diseño de la nueva etapa. Ello pondrá a
prueba su tradicional habilidad diplomática.
Al respecto, por lo menos tres cuestiones prioritarias conformarán
la agenda de este inicio de la transición. Según se las
encare y resuelva serán quizás las características
que tendrá el Mercosur del futuro. No se puede excluir incluso
un escenario en que el Mercosur originado en 1991 deje eventualmente de
existir.
La primera cuestión se refiere a los múltiples desdoblamientos
que pueden derivarse de la decisión de suspender la participación
del Paraguay en los órganos del Mercosur. Ha originado una situación
inédita que no tiene precedentes en este proceso de integración.
Su superación requerirá mucha prudencia y sabiduría.
Es un desafío al arte de la política y de la diplomacia,
en la que convendrá distinguir lo coyuntural de lo permanente,
con una inteligente combinación de valores e intereses. Difícil
de lograr dada la precariedad institucional que sigue caracterizando al
Mercosur, a pesar de los esfuerzos por generar instancias independientes
que faciliten la concertación de intereses nacionales. En este
caso están en juego no sólo realidades políticas
y económicas complejas, con múltiples connotaciones jurídicas,
pero también sensibilidades y emociones de la ciudadanía
de una de las naciones fundadoras del Mercosur, con una historia en común
con sus socios, de la que resultan profundas raíces e innumerables
vasos comunicantes.
El texto que establece la suspensión del Paraguay y que fuera
firmado por los Jefes de Estado de Argentina, Brasil y Uruguay, invoca
al Protocolo de Ushuaia sobre "Compromiso Democrático en el
Mercosur" y establece: "1. Suspender a la República del
Paraguay del derecho a participar en los órganos del Mercosur y
de las deliberaciones, en los términos del artículo 5°
del Protocolo de Ushuaia. 2. Mientras dure la suspensión, lo previsto
en el inciso iii) del artículo 40 del Protocolo de Ouro Preto se
producirá con la incorporación que realicen Argentina, Brasil
y Uruguay, en los términos del inciso ii) de dicho artículo.
3. La suspensión cesará cuando, de acuerdo a lo establecido
en el artículo 7° del Protocolo de Ushuaia, se verifique el
pleno restablecimiento del orden democrático en la parte afectada.
Los Cancilleres mantendrán consultas regulares al respecto".
Cabe señalar que no hubo una Decisión del Consejo del Mercosur,
con el alcance de acto jurídico adoptado en el marco de los arts.
2, 3, 8 y 9 del Protocolo de Ouro Preto. Según el texto aprobado,
el levantamiento de la suspensión se producirá al verificarse
el restablecimiento del orden democrático en el Paraguay, y al
respecto se prevé mantener consultas regulares.
La segunda cuestión prioritaria es la de completar en todas sus
dimensiones la incorporación de Venezuela al Mercosur acordada
en el Protocolo de Caracas (2006). La decisión adoptada en Mendoza
en el sentido de proceder a incorporar a Venezuela al Mercosur, es en
parte una resultante de lo que ocurriera con Paraguay. En efecto, el Protocolo
de Caracas no pudo entrar en vigencia por no haberse producido la ratificación
por parte del Paraguay. En su momento, el Poder Ejecutivo retiró
el texto de la consideración del Congreso por entender que no iba
a ser aprobado. La impasse así generada no es un dato menor a la
hora de intentar entender el clima político existente, al menos
en algunos de los países miembros, en torno a la cuestión
de la incorporación de Venezuela al Mercosur.
En Mendoza los tres Jefes de Estado decidieron: "1. El ingreso de
la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur; 2. Convocar
a una reunión especial a los fines de la admisión oficial
de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur para el día
31 de julio de 2012, en la ciudad de Río de Janeiro, República
Federativa del Brasil, y. 3.- Convocar a todos los países de América
del Sur para que en el complejo escenario internacional actual se unan,
para lograr que el proceso de crecimiento e inclusión social protagonizado
en la última década en nuestra región, se profundice
y actúe como factor de estabilidad económica y social en
un ambiente de plena vigencia de la democracia en el continente".
Tras la decisión adoptada en Mendoza sobre la incorporación
de Venezuela, sin que se hubiere completado lo previsto por el artículo
12 del Protocolo de Caracas, se está desarrollando un debate político
e incluso jurídico en los países miembros, en relación
al cual corresponde distinguir dos cuestiones. Por un lado, está
la decisión política de incorporar a Venezuela al Mercosur,
que se formalizó en el Protocolo de Caracas. Refleja la clara voluntad
soberana de cinco países, expresada con los procedimientos previstos
en el Tratado de Asunción. Luego se completó el proceso
constitucional interno para proceder a su ratificación en tres
de los países miembros. Por otro lado, está la cuestión
de la decisión adoptada en Mendoza, de proceder a completar la
incorporación de Venezuela aún cuando no se hubiere producido
la ratificación del Protocolo de Caracas por parte de Paraguay.
Es sobre esta decisión, su oportunidad política y su solidez
jurídica, que se ha abierto un debate por momentos intenso. Incluso
el gobierno de Paraguay llevó el caso a la consideración
del Tribunal Permanente de Revisión del Mercosur, el que consideró
que no era procedente en la forma en que había sido planteado.
Luego en la reunión presidencial realizada en Río de Janeiro
el 31 de julio se formalizó la incorporación de Venezuela
al Mercosur. Habrá que observar entonces cómo se completa
el cumplimiento de lo dispuesto por el Protocolo de Caracas con respecto
a la aplicación por parte de Venezuela del programa de liberalización
comercial, incluyendo el cese de los efectos de las normas y disciplinas
del ACE nº 59 en el ámbito de la ALADI (arts. 5 y 6 del Protocolo)
y luego con respecto a la incorporación de la normativa del Mercosur
y, en particular, de la Nomenclatura Arancelaria Común y del Arancel
Externo Común (arts. 3 y 4 del Protocolo).
Con el conocimiento preciso del perfil arancelario resultante de la plena
incorporación de Venezuela al Mercosur, estará cada país
miembro en mejores condiciones para evaluar los efectos económicos
concretos, en particular en relación a la competitividad de bienes
y servicios originados en el Mercosur con respecto a los provenientes
de terceros países, por ejemplo de los Estados Unidos, la UE, China
o de países andinos. Se sabrá entonces, con mayor aproximación,
cuál es el valor agregado que resulta de la incorporación
de Venezuela con respecto a tratamientos preferenciales en el comercio
de bienes y servicios, en inversiones y en compras gubernamentales, en
relación a lo que ya existe actualmente, en particular como resultante
del ACE nº 59.
Como se mencionó antes, otro paso será el de la adhesión
de Venezuela al Acuerdo de Alcance Parcial n° 18, que es el que incorpora
el Tratado de Asunción al marco legal de la ALADI. Su importancia
práctica deriva del hecho que constituye la base legal para aplicar
entre los socios las preferencias resultantes de los compromisos asumidos
en el Mercosur, sin que se extiendan a los demás países
de la ALADI. En algunos de los socios del Mercosur, tal incorporación
podría ser fundamental para asegurar la legalidad interna de la
liberalización arancelaria que se pacte con Venezuela. Su artículo
15 prevé la adhesión de otros países miembros de
la ALADI por medio de un Protocolo Adicional al ACE n° 18.
Vinculada a la mencionada cuestión de Venezuela, también
será importante observar cuáles serán las modalidades
y alcances de la incorporación de otros países sudamericanos
al Mercosur. En Mendoza se abrió el camino a la incorporación
del Ecuador. Sin embargo la idea parecería orientada a darle al
Mercosur un alcance sudamericano. Es algo que estaba contemplado en el
propio Tratado de Asunción. Muy probablemente ello acentuará
la necesidad de que, en su nueva etapa, el Mercosur cuente con un diseño
que combine un razonable grado de seguridad jurídica con geometrías
variables y múltiples velocidades en sus compromisos. Incluso se
ha llegado a mencionar la posibilidad de fusionar el Mercosur con la UNASUR.
Y la tercera cuestión prioritaria es la que resulta de lo planteado
por Wen Jiabao, el Primer Ministro de China, especialmente en la video
conferencia del 25 de junio realizada desde Buenos Aires con la participación
de las Presidentas de Argentina y de Brasil, y del Presidente del Uruguay.
Sugirió efectuar un estudio de factibilidad sobre un eventual acuerdo
de libre comercio. También planteó el objetivo de duplicar
el comercio recíproco en cuatro años. A medida que se avanzare
en la iniciativa de un eventual acuerdo de libre comercio ente el Mercosur
y China, puede suponerse que por su envergadura tendrá un impacto
en las negociaciones comerciales del Mercosur con otros países
y regiones. Especialmente podría tener un impacto en las demoradas
negociaciones Mercosur-UE. Con respecto a estas negociaciones se requerirá
aún mucho oxígeno político, así como flexibilidad
conceptual y técnica, si es que se procura lograr un acuerdo que
permita abrir un proceso de largo plazo que sea, en todas sus etapas,
equilibrado y ambicioso.
Condiciones para el diseño de una nueva etapa del Mercosur
Reflexionar sobre las condiciones que permiten desarrollar procesos de
integración en espacios geográficos regionales, de manera
tal que generen un cuadro previsible de ganancias mutuas para los países
participantes, tiene hoy fuerte relevancia práctica.
La tiene por cierto en Europa. Y la tiene en especial en América
del Sur. La transición del Mercosur hacia una nueva etapa con perfiles
institucionales y métodos de trabajo aún inciertos, acrecienta
la necesidad de pensar cómo se puede acceder, en base a la experiencia
adquirida y capitalizando los activos acumulados, a una nueva etapa del
proceso de integración en la que los beneficios que se generen
puedan ser percibidos como ventajosos por los distintos países
y, en particular, por sus ciudadanos.
No será fácil. Desde que fuera creado en 1991 se han acumulado
experiencias y activos que tienen valor, por ejemplo en términos
de accesos preferenciales relativamente garantizados a los respectivos
mercados y de una incipiente integración productiva. Incluso, por
momentos, el Mercosur llegó a ser percibido como algo exitoso.
Pero también se han acumulado muchas frustraciones. Ellas se originan
en las propias dificultades de un emprendimiento de trabajo conjunto que
requiere combinar muy distintos intereses nacionales en un contexto de
numerosas asimetrías, en especial de dimensión económica
relativa.
Forzoso es reconocer, sin embargo, que tales frustraciones también
pueden explicarse por una relativa tendencia a producir hechos mediáticos
-en su momento calificados como "históricos" por los
respectivos protagonistas- que han terminando generando la imagen de una
especie de "integración de escaparate" (parangonando
la expresión de "modernización de escaparate"
que utilizara en su momento Fernando Fanjzylber, el recordado economista
de la CEPAL), en la que las apariencias parecerían predominar sobre
las realidades. Frustraciones que pueden explicar la indiferencia e incluso
el rechazo de la idea de integración regional por sectores a veces
amplios de algunos de los respectivos países.
La reflexión sugerida precisa ser realizada teniendo en cuenta
el contexto de los profundos cambios que se están operando a escala
global. Y también requiere colocar al Mercosur en el marco de la
arquitectura institucional de la región sudamericana (la UNASUR),
del espacio regional latinoamericano (la ALADI y el SELA), y del más
amplio de América Latina y el Caribe (la CELAC). Articular las
acciones de cooperación que puedan desarrollarse a través
del mosaico de instituciones existentes es hoy una de las prioridades
que reconocen los propios países que las integran. Es una articulación
que en una visión idealizada podría evocar a las matrioskas
rusas, en el hecho de caber una dentro de otra y, a la vez, cada una reflejar
una realidad distinta en sus dimensiones.
Son varias las opciones posibles para el diseño de la nueva etapa.
Al igual que en el caso europeo no existe una fórmula única.
Una de las lecciones a extraer de la experiencia acumulada tanto en éstas
como en otras regiones, es precisamente que el traje debe ser diseñado
a la medida de realidades bien diagnosticadas. Como enseñara en
su momento Jean Monnet, lo esencial es encontrar fórmulas adaptadas
a cada circunstancia histórica. Es allí donde se requiere
una adecuada combinación de imaginación política
y técnica.
Una opción podría ser concebir al Mercosur como una red
de acuerdos bilaterales y plurilaterales, incluso sectoriales y multisectoriales
de integración productiva, conectados entre sí. Requeriría
mecanismos flexibles de geometría variable y de múltiples
velocidades. La propia UE tiene experiencias al respecto. No significaría
dejar de lado el compromiso de construir una unión aduanera como
paso hacia un espacio económico común. Podría hacerse
a través de Protocolos Adicionales al Tratado de Asunción
o por instrumentos jurídicos paralelos pero no contradictorios.
Los acuerdos bilaterales entre la Argentina y el Brasil sientan un precedente
a tener en cuenta. Entre otras regiones, la centroamericana es un punto
de referencia al respecto.
Tal opción permitiría incluir la posibilidad de flexibilizar
en determinadas condiciones, la concertación de compromisos que
se asuman en el marco de acuerdos preferenciales que concluyan uno o más
países miembros con terceros países o grupos de países.
Claro que ello implicaría acordar disciplinas colectivas entre
los socios del Mercosur que puedan ser tuteladas y evaluadas en su cumplimiento
por un órgano técnico con competencias efectivas. No tiene
porqué ajustarse al estereotipo instalado con el equívoco
concepto de "supranacional". El modelo del papel del Director-General
de la OMC puede ser útil al respecto.
Lo importante es tener en cuenta que son muchas las condiciones que pueden
ser necesarias para la construcción de un espacio regional signado
por las ideas de integración y de cooperación, esto es,
de trabajo conjunto entre naciones que lo conforman. Son condiciones que
resultan, en particular, de algunos rasgos centrales de este tipo emprendimientos
multinacionales, tales como, el carácter voluntario de la participación
de cada nación -nadie obliga a nadie a ser miembro de un determinado
acuerdo de integración-; la gradualidad en el sentido que los objetivos
perseguidos, especialmente los más ambiciosos, pueden requerir
mucho tiempo para ser alcanzados e, incluso, quizás nunca se los
alcance plenamente; y la adaptación a los continuos cambios operados
en las circunstancias que condujeron al momento fundacional.
Pero en el caso del Mercosur, en su momento actual de fin de una etapa
y de tránsito hacia una nueva aún no definida con precisión,
tres parecen ser las condiciones más relevantes que se requerirán
a fin de dar un salto hacia una construcción más sólida
y eficaz, con potencial de captar el interés de los ciudadanos
por su capacidad de generar ganancias mutuas para cada uno de los países
participantes, teniendo en cuenta las diversidades que los caracterizan.
Tales condiciones son: la estrategia de desarrollo y de inserción
internacional de cada país participante; la calidad de institucional
y de las reglas de juego, y la articulación productiva de alcance
transnacional.
Parecería recomendable que estas tres condiciones estén
presentes en el necesario debate nacional que cada país interesado
en continuar siendo miembro o en incorporarse como nuevo país miembro,
debería estimular a fin de definir con solidez las estrategias
y las metodologías de la nueva etapa del Mercosur.
El trabajo conjunto entre naciones que comparten un espacio geográfico
regional, especialmente si se expresa a través de acuerdos e instituciones
con objetivos ambiciosos y de largo plazo como es el caso del Mercosur,
supone que cada país participante sepa lo que necesita y lo que
puede obtener al asociarse con los otros. Esto es, que tenga una estrategia
de desarrollo y de inserción internacional, elaborada en función
de sus propias características internas y de los objetivos valorados
por la respectiva sociedad. Estrategia, por lo demás, que no se
limitará a la región. Hoy más que nunca es en el
plano de objetivos de alcance global en el que deben colocarse los objetivos
perseguidos en el plano regional.
Cómo se elabora tal estrategia y se expresa su contenido, es algo
que depende de cada país. Lo concreto es que la construcción
consensuada de una región multinacional, cualesquiera que sean
sus objetivos, modalidades y alcances, se hace a partir de lo nacional
o sea, de lo que le interesa a cada país participante. En tal sentido,
se ha señalado con razón que los países se asocian
en el plano regional no a partir de hipotéticas racionalidades
supranacionales, sino de concretas y a veces de patéticas racionalidades
nacionales. Es la puesta en común de intereses nacionales en torno
a una visión estratégica compartida, lo que caracteriza
este tipo de trabajo conjunto voluntario entre naciones soberanas que
no están dispuestas a dejar de serlo.
De allí que se requiera ser franco en el sentido que si un país
no tiene tal estrategia, o si ella no fuera realista (por ejemplo, si
sobreestima lo que es su valor y su capacidad de negociación frente
al resto del mundo y más concretamente frente sus socios), resultará
difícil imaginar que los otros países -más allá
de la retórica- contemplarán plenamente sus intereses. Es
lo que Ian Bremmer expresa crudamente con el título de su reciente
libro sobre el mundo actual: "cada nación por las suyas"
Y agrega con más crudeza aún que habrá "ganadores
y perdedores" (en "Every Nation for Itself. Winners and Loosers
in G-Zero World", Portfolio-Penguin, New York 2012). El mensaje que
se puede extraer es entonces claro: en un contexto global sin una potencia
central -y sin un directorio creíble de potencias centrales (G0)-
cada nación debe defender sus propios intereses, para lo cual debe
saber lo que necesita y lo que puede obtener, y en la transición
hacia el mundo del futuro habrá ganadores y perdedores. Es un mensaje
que tiene validez para cada uno de los espacios geográficos regionales.
Y, por cierto, también para América del Sur.
En el caso concreto del Mercosur en su actual encrucijada, a cada país
miembro le conviene entonces interrogarse sobre sus opciones reales, no
las teóricas. Si un país no estuviere conforme con el Mercosur
y visualizare opciones razonables que permitan mejor contemplar las principales
dimensiones de su inserción en la región y en el mundo,
esto es que perciba tener un "plan B", lo razonable podría
ser abandonar el emprendimiento conjunto. Lo hizo en su momento Chile
con respecto al Grupo Andino, luego al no aceptar la invitación
para participar del Mercosur como miembro pleno, y lo hizo también
Venezuela cuando decidió dejar de ser país miembro de la
Comunidad Andina de Naciones. Si por el contrario, ese país no
visualizara un "plan B" razonable tanto desde una perspectiva
política como económica le convendrá ponderar, desde
su propia perspectiva, qué alcances debería tener la futura
etapa del Mercosur a la luz de los pactos constitutivos y de las opciones
metodológicas que pudieran imaginarse. Pero tal ponderación
será más sólida en la medida que refleje los objetivos
definidos en la respectiva estrategia de desarrollo nacional (el "home
grown plan" en los conocidos planteamientos del profesor Dani Rodrik),
que parece razonable imaginar que incluirá una apreciación
de lo que el país necesita y puede obtener de su entorno global
y regional.
Una segunda condición se relaciona con la calidad de las instituciones
y de las reglas de juego. Ello incluye tanto al proceso de elaboración
de decisiones, como a las propias reglas que se aprueben, a los mecanismos
de aplicación de las normas, y a los de solución de los
diferendos que pudieran producirse entre los países miembros en
relación al cumplimiento de lo pactado. E incluye tanto la fase
nacional como la multinacional de las instituciones del Mercosur. Una
vez más, es posible sostener que la calidad institucional comienza
en el respectivo plano nacional, para expresarse luego en el plano multinacional
-cualquiera que sea la composición del respectivo órgano
y su sistema de votación- y retornar al plano nacional que es donde
se cumple o no con lo pactado.
La intensidad de la participación de la sociedad civil en el plano
interno de cada país miembro es un factor central para asegurar
la calidad institucional de un proceso de integración. Requiere,
a su vez, de una cultura de transparencia que se refleje, en el plano
nacional como en el multinacional, en la calidad de páginas Web
densas en información útil para la gestión de inteligencia
competitiva por parte de todos los protagonistas.
Reglas precarias, con baja capacidad de ser efectivas y eficaces, sobre
todo si son una resultante de deficiencias en su proceso de elaboración,
tienden a erosionar la eficacia y legitimidad del propio proceso de integración.
No favorecen a los países de menor dimensión relativa ni
son tomadas en serio por quienes tienen que adoptar decisiones de inversión
productiva. En el Mercosur la precariedad institucional y de las reglas
de juego, incluso la insuficiente transparencia y débil participación
de la sociedad civil -manifestada en múltiples ejemplos- son una
de las principales causas del deterioro que ha sufrido el proceso de integración.
Quizás sea una especie de virus que proviene de la experiencia
de integración en la ALALC primero y luego en la ALADI, donde muchas
se pudo observar el predominio de una cultura de la anomia, en el sentido
que las reglas se cumplían solo en la medida que ello fuera factible
y que la información necesaria para decidir, no era fácilmente
accesible. La historia de las listas de excepción merecería
ser reconstruida al respecto. Es una cultura que tanto en el plano interno
de una sociedad como en el internacional, tiende a favorecer a quienes
tienen más poder relativo.
Conciliar flexibilidad con previsibilidad parece ser fundamental si es
que en su próxima etapa el Mercosur aspira a incluir a otros países
sudamericanos, acrecentándose así las asimetrías
y la diversidad de intereses en juego. Ello requerirá recurrir
a metodologías de geometría variable y de múltiples
velocidades. Sin reglas de juego de calidad, tales metodologías
podrían acentuar tendencias a la dispersión de esfuerzos
y conducir el Mercosur a nuevas frustraciones.
Y la tercera condición tiene que ver con la articulación
productiva a nivel regional. La agenda de la integración productiva
ocupa hoy un lugar importante en la agenda del Mercosur. En realidad proviene
de su momento fundacional, cuando se incorpora el concepto de acuerdos
sectoriales y se aprueba la Decisión CMC 03/91. Está basada
en la experiencia acumulada en el período de integración
bilateral entre la Argentina y el Brasil. Sus precedentes son múltiples.
Se encuentran en los momentos fundacionales de la integración europea
y también de lo que fuera el Grupo Andino.
La integración productiva a través de cadenas de valor
transnacionales permite, además de generar un cuadro de ganancias
mutuas entre los países participantes, desarrollar lo que en sus
planteamientos fundacionales de la integración europea, Jean Monnet
denominaba las solidaridades de hecho. Pueden ser, en tal sentido, un
importante factor para reducir los riesgos de reversibilidad de los compromisos
asumidos por los países miembros. Y ello es así, porque
contribuyen a encadenar los distintos sistemas productivos nacionales
y a sus protagonistas, generándose así fuertes incentivos
para preservar y expandir un proceso de integración multinacional.
Requiere en cada uno de los países, empresas con intereses ofensivos
y capacidad de proyección internacional.
Las tres condiciones mencionadas están estrechamente vinculadas
entre sí. Sumadas permiten imaginar una estrategia realista de
negociaciones comerciales con otros países y regiones. Sin estrategia
nacional, será difícil que un país pueda beneficiarse
de las decisiones que se elaboren para orientar un proceso de integración
y para generar sus reglas de juego. Sin reglas de juego que se cumplan
efectivamente, será difícil ganar en flexibilidad y lograr,
a la vez, que las empresas efectúen inversiones productivas en
función del mercado ampliado. Sin tales inversiones productivas,
especialmente en el marco de cadenas de valor transfronterizas, será
difícil que se generen en forma estable los beneficios que puedan
esperarse de un proceso de integración, especialmente aquellos
de mayor impacto social por sus efectos de creación de fuentes
de empleo y de identificación de los ciudadanos con la idea de
región compartida. Será más difícil aún,
entablar negociaciones comerciales internacionales que sean favorables
al desarrollo y a la transformación productiva de cada país
de la región.
|