Claves para diseñar una estrategia-país
exitosa en la competencia económica global
En un mundo de profundos cambios como el actual, tres observaciones pueden
ser útiles a la hora de encarar una estrategia-país que
aspire a una inserción exitosa en la competencia económica
global.
La primera es que para nuestro país la OMC es mucho más
que la Rueda Doha. Es un bien público internacional que tiene un
valor fundamental en el objetivo de asegurar una razonable gobernanza
global. Permite ordenar la competencia entre las naciones interesadas
en lo que las otras pueden ofrecer o demandar en bienes y servicios. De
allí que el camino ya iniciado hacia la Novena Conferencia Ministerial
que tendrá lugar en Bali, Indonesia, en diciembre próximo,
genera la oportunidad de enriquecer la actual agenda de la OMC, con medidas
que tiendan a facilitar el comercio mundial; a estimular la conexión
estable entre los distintos mercados; a desarrollar las capacidades que
permitan a los países en desarrollo participar activamente en el
comercio mundial, y a fortalecer la transparencia y las necesarias disciplinas
colectivas.
Otro objetivo prioritario en la agenda 2013 tendría que ser el
de asegurar efectivas disciplinas colectivas que permitan neutralizar
tendencias a una erosión sistémica de la OMC.
La percepción de que resulta difícil imaginar avances rápidos
en las negociaciones de la Ronda Doha está incentivando el desarrollo
de nuevas modalidades de acuerdos entre grupos de países, muchas
veces orientadas a lograr objetivos en el plano del comercio y de las
inversiones que vayan más allá de lo que se ha alcanzado
-o se pudiera alcanzar- en el ámbito de la OMC.
El problema es que la proliferación de nuevos "clubes privados"
del comercio internacional, que son la resultante de los acuerdos preferenciales,
todo ellos con un alcance discriminatorio para los países que no
son miembros, aunque sí lo sean de la OMC, podría precisamente
acentuar la fragmentación del sistema multilateral del comercio
mundial. La consiguiente erosión sistémica podría
tener incluso connotaciones geopolíticas, especialmente en algunas
regiones más sensibles a conflictos y tensiones. Es una de las
preocupaciones que genera, por ejemplo, el Transpacific Partnership, cuya
negociación está siendo impulsada con entusiasmo por Estados
Unidos.
La segunda es que la densidad y calidad de la conexión entre los
mercados es fundamental para el comercio internacional. Lo ha sido así
desde la época de las rutas de la seda. Es por cierto la conectividad
física. Pero lo es también la económica, legal e
institucional y, en particular, la cultural, visualizada ésta como
la capacidad para entender costumbres, valores y preferencias de aquellos
con quienes se aspira a comerciar. La pérdida relativa de la importancia
de los aranceles como factor que incide en las transacciones comerciales
internacionales, acrecienta la relevancia de otras medidas, incluyendo
por cierto las relacionadas con los servicios, las compras gubernamentales
y, sobre todo, la propiedad intelectual.
Y, finalmente, la tercera observación es que existe una tendencia
creciente a fragmentar la producción en múltiples países
a través de cadenas globales de valor.
"Hecho en el mundo" es un concepto instalado por la OMC como
forma de reflejar las nuevas modalidades de articulación productiva
transnacional. Ellas tienen un impacto fuerte en las estadísticas
del comercio internacional (¿cómo captar el valor agregado
que un bien que llega al consumidor tuvo en los distintos países
que efectuaron aportes para su elaboración?); en las propias estrategias
empresarias (¿cómo se inserta una empresa en las redes que
generan bienes y servicios para muy distintos mercados?), y en las políticas
comerciales externas de cada país (¿cómo evitar medidas
que desestimulen inversiones productivas en función del desarrollo
de cadenas de valor transnacionales?).
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