La relación entre dos espacios regionales con profundas transformaciones
En épocas de marcadas incertidumbres e incluso de frecuentes turbulencias,
como es sin duda la actual, es normal que las respectivas sociedades esperen
de sus líderes orientaciones sobre cómo superar situaciones
críticas y sobre cómo construir un futuro que hoy tiende
a aparecer como difuso y, a veces, incluso como peor que el presente.
Cuando no perciben tal liderazgo, los ciudadanos se suelen indignar o
rebelar.
En el plano internacional, tal expectativa social se suele concentrar
también en las Cumbres que periódicamente se realizan con
la participación de los líderes políticos de una
región o de un espacio interregional (o incluso pluri-regional
como es el caso del G20). La frecuencia con que se realizan las distintas
Cumbres y sus no siempre nítidos resultados, puede explicar un
cierto deterioro de su imagen y credibilidad ante la opinión pública.
A pesar de ello, estas son reuniones al más alto nivel político
de las que se espera poder visualizar el ejercicio de un liderazgo, en
lo posible colectivo, orientado a superar eventuales crisis y, en especial,
a señalizar rutas factibles sobre cómo un grupo de naciones
aspira a compartir sus acciones en procura de objetivos de gobernabilidad
(paz y estabilidad política) y de un desarrollo económico
y social que sea sustentable (bienestar, igualdad y empleo).
En el plano inter-regional euro-latinoamericano, al reunirse con sus
respectivas contrapartes europeas, los líderes políticos
latinoamericanos tienen periódicamente oportunidad de apreciar
y de demostrar que la diplomacia de las Cumbres posee aún la vigencia
necesaria para producir resultados eficaces o, tan siquiera, mediáticos.
Éste será el caso precisamente de la Cumbre CELAC-UE a
realizarse en Santiago de Chile los días 26 y 27 de enero del 2013.
En tal oportunidad se espera que se reúnan al más alto nivel,
un número significativo de los líderes políticos
de dos espacios regionales que han experimentado profundas transformaciones
con respecto a los momentos en que el actual sistema de Cumbres fuera
instalado en Río de Janeiro en 1999.
El espacio europeo es hoy más amplio que en aquel entonces, tras
la incorporación de los nuevos países miembros, especialmente
los de Europa del Este. Pero, además, es un espacio regional que
ha experimentado en los últimos cuatro años los efectos
desiguales de una profunda crisis económica y financiera que evidencia,
incluso, connotaciones sistémicas en el plano político interno
de varios de los países que integran la UE. Hoy es la propia idea
de integración la que por momentos comienza a cuestionarse. En
todo caso, la crisis que se ha tornado evidente a partir del año
2008, ha dado lugar a un intenso debate sobre los métodos a emplear
para continuar y eventualmente profundizar la construcción europea.
También el espacio latinoamericano ha sufrido en estas dos décadas
profundas transformaciones. Se observan en el plano interno de los respectivos
sistemas políticos y económicos, donde si bien la democracia
aparece más consolidada, las expectativas con respecto al desarrollo
económico y social de cada país, así como las opciones
en materia de inserción en la economía mundial presentan
en muchos casos diferencias. Igualmente se observan diferencias con respecto
a cómo encarar las respectivas estrategias de integración
latinoamericana. Si bien se ha avanzado en la construcción de marcos
institucionales de alcance regional como los casos de la Comunidad
de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y, en el espacio
regional sudamericano, de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR),
se observa a su vez un mosaico más diverso en el plano de los procesos
de integración profunda, en el que existe una red de acuerdos comerciales
preferenciales en el marco de la Asociación Latinoamericana de
Integración (ALADI)), y acuerdos subregionales con distintos grados
de efectividad y de eficacia tal los casos del Mercosur, de la Comunidad
Andina, del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), de
la Comunidad del Caribe (CARICOM), y de la recientemente anunciada Alianza
del Pacífico, cuyo contenido efectivo habrá aún que
observar a través de su desarrollo concreto-. A ellos debe sumarse
la Alianza Bolivariana (ALBA) y también el Sistema Económico
Latinoamericano (SELA).
Sin embargo parece posible sostener que en esta oportunidad, la posibilidad
de poner de manifiesto la vigencia y eficacia del sistema de Cumbres interregionales
dependerá, en gran medida, del interés que demuestren los
líderes políticos de la UE, en reafirmar la idea y en actualizar
los objetivos de la respectiva asociación inter-regional (dimensión
existencial) y en renovar las modalidades del trabajo conjunto (dimensión
metodológica).
Y ello parece ser así, dado que a diferencia del momento fundacional
del sistema de estas Cumbres inter-regionales, se presenta hoy un cuadro
de situación en el que el interés por construir relaciones
más estrechas con países latinoamericanos se observa en
muchos de otros protagonistas relevantes de la competencia económica
global. En particular la activa y creciente presencia del Asia y
en particular de China- en América Latina, está poniendo
de manifiesto un cambio estructural muy profundo en la inserción
internacional de cada uno de los países latinoamericanos. Éstos
tienen hoy múltiples opciones en sus estrategias de inserción
internacional, aún cuando también se observa un interés
en asegurar contrapesos a cada una de las opciones existentes.
Lo anterior se expresa en numerosos hechos cargados de futuro, que van
mucho más allá del intercambio comercial y que se manifiesta
en inversiones directas especialmente originadas en China- en diversos
sectores tales como, entre otros, el de los hidrocarburos, la energía,
los alimentos, la construcción, el financiero y el automotriz.
En este último sector la tendencia de largo plazo empieza a manifestarse
en inversiones orientadas a instalar fábricas terminales especialmente
por su magnitud relativa- en el Brasil. Son esos hechos que anticipan
una tendencia que parece ser fuerte e irreversible y que puede estar señalizando
al menos en América del Sur- el fin de una larga época
de predominio de inversiones originadas en Europa y en los Estados Unidos.
Quizás por primera vez desde que se realizan estas Cumbres inter-regionales,
se podrá observar entonces una región latinoamericana que
presenta países que tienen un comportamiento más asertivo
y que procuran potenciar múltiples opciones en el abanico de sus
relaciones económicas internacionales. Y, también por primera
vez, se observa una región europea con países que atraviesan
profundas crisis y que tienen quizás prioridades más inmediatas
que las que implicaría la renovación y profundización
de alianzas con otras regiones.
Por lo demás, la crisis de la integración europea ha reforzado
en América Latina la idea de que no existen modelos únicos
de cómo encarar el trabajo conjunto entre naciones que comparten
un mismo espacio geográfico regional. Por el contrario, se está
acentuando la idea de que incluso Europa pueda tener algo que aprender
de la aparente heterodoxia de los caminos que utilizan los países
latinoamericanos para asegurar una razonable gobernabilidad de su propio
espacio regional e integrar sus mercados.
¿Qué puede entonces razonablemente esperarse de la próxima
Cumbre interregional de Santiago de Chile? ¿Cuáles pueden
ser sus resultados más valiosos?
Uno de los resultados significativos de esta Cumbre sería que
se ponga de manifiesto la utilidad de la CELAC para generar la capacidad
de la región latinoamericana de expresarse con una sola voz, en
lo posible o, al menos, con un marcado grado de coordinación.
Pero quizás el principal resultado sería el que se concluya
o al menos que se haya avanzado sustancialmente hacia su conclusión-
el postergado acuerdo de asociación entre la Unión Europea
y el Mercosur.
¿Es factible un acuerdo bi-regional entre los países del
Mercosur y la UE?
Desde sus orígenes, la idea de una negociación bi-regional
entre el Mercosur y la Unión Europea ha sido concebida como parte
de una más amplia estrategia global de ambas regiones, con fuertes
dimensiones políticas y económicas.
La idea central ha sido construir en torno a los países del Mercosur
y la UE como una parte fundamental de la relación inter-regional
euro-latinoamericana- un elemento central para la gobernanza global a
través de la cooperación de dos regiones comprometidas a
la integración de sus economías, con vínculos significativos
e intereses comunes y, a la vez, con valores políticos y sociales
compartidos.
Promover el comercio y las inversiones era por cierto un objetivo importante.
Incluso era visualizado como crucial. Pero no necesariamente se lo percibía
como la única razón para encarar negociaciones que serían
complejas, ni tan siquiera como la principal.
En el marco de nuevas tendencias globales y regionales que están
renovando el escenario internacional, la idea original puede ser percibida
aún como válida y factible, a condición que en sus
modalidades se adapte a nuevas realidades muy diferentes a la de los momentos
iniciales.
Aún con los profundos cambios que se pueden observar en ambos
lados del Atlántico, incluyendo la metamorfosis que está
evolucionando tanto en la Unión Europea como en el Mercosur, la
idea de compartir esfuerzos en la construcción de condiciones sustentables
para una gobernanza regional que pueda contribuir a fortalecer los tan
necesarios esfuerzos de gobernanza global, es hoy tan válida o
más aún que hace veinte años.
Dos recientes Cumbres que tuvieran lugar los mismos días en Bruselas
y en Mendoza (28 y 29 de junio de 2012), pueden ser percibidas como el
comienzo de nuevas fases en cada uno y por cierto muy diferentes-
de los procesos de trabajo conjunto entre naciones soberanas que
no se plantean el dejar de serlo- que comparten el objetivo de asegurar
un grado razonable de gobernanza regional, adaptada en cada caso a sus
realidades propias.
En tal contexto, la conclusión de un acuerdo bi-regional entre
el Mercosur y la UE, debería permitir a los países de ambas
regiones a involucrarse en un ambicioso y equilibrado proceso de ganancias
mutuas, cuyas modalidades prácticas habrá que definir con
una combinación de suficiente voluntad política y creatividad
técnica.
El resultado de este proceso que maduraría en el largo plazo,
sería el multiplicar todo tipo de redes económicas y sociales
entre dos regiones que comparten muchos intereses comunes y con profundas
raíces en el pasado. Como tal, esta conexión inter-regional
implicaría una significativa contribución al desarrollo
de un orden global más racional.
Condiciones para una negociación bi-regional exitosa
Voluntad política y una visión estratégica que refleja
concretos intereses nacionales; condiciones externas que generan la percepción
de desafíos políticos y económicos comunes, incluso
de amenazas, y una red de intereses cruzados en los planos económico
y social son junto con una adecuada dosis de creatividad técnica-
algunas de las condiciones básicas que explican el origen y la
sostenibilidad de acuerdos de integración entre naciones de una
misma región geográfica y, eventualmente, de diferentes
regiones con profundos vínculos geográficos, históricos
y culturales.
Son acuerdos que, cualesquiera que sean sus modalidades y de las técnicas
de integración de mercados que se empleen para lo cual no
hay modelos únicos y las reglas internacionales que las pueden
condicionar, han sido redactadas con una dosis de flexibilidad que permite
su aprovechamiento inteligente-, son suscriptos voluntariamente con la
idea de crear una relación permanente entre naciones soberanas
que no se plantean el dejar de serlo. Son multidimensionales en su alcance
ya que, a la vez, tienen implicaciones políticas, económicas
e incluso sociales, debido a sus efectos en los niveles de bienestar y
en las expectativas de las respectivas poblaciones.
Al menos esto es la que enseñan cinco décadas de experiencias
desarrolladas no solo en Europa hasta el presente el más
exitoso proceso de integración en términos de sustentabilidad
y de profundidad, incluso a pesar de sus bien conocidas y fuertes dificultades
actualespero también en otras regiones incluyendo los espacios
regionales sudamericanos y del Mercosur.
La presencia o ausencia de tales condiciones, así como su respectivo
peso, pueden explicar éxitos y fracasos en la historia de los procesos
de integración regional.
Sin embargo, debe también señalarse que las antes mencionadas
condiciones tienen un carácter dinámico y tienden a cambiar
a través del tiempo. Esta es la razón por la cual el entusiasmo
y la energía que se suele observar al momento de la conclusión
y firma de un acuerdo de integración se debilitan con los cambios
en las circunstancias originales, así como por la percepción
en uno o eventualmente en todos los países participantes,
y especialmente en sus ciudadanos- de los resultados que se pueden esperar
en el futuro.
Por lo demás, factores más personales son también
relevantes a fin de explicar el origen y la fortaleza de los respectivos
acuerdos. Los líderes políticos y los negociadores, con
intereses, prioridades y cualidades diferentes, pueden contribuir a explicar
el momento fundacional de un proceso de integración o de
una asociación estratégica institucionalizada entre dos
regiones geográficas- así como también la capacidad
para superar a través de cambios, aquellos momentos en los que
suele prevalecer la inercia y cuando los motores que permiten continuar
construyendo lo acordado originalmente, comienza a evaporarse.
La anterior reflexión parece aplicarse también en el caso
de las negociaciones para el establecimiento de una asociación
estratégica bi-regional entre el Mercosur y la Unión Europea.
Uno de sus principales instrumentos se manifestaría, precisamente
al nivel de la integración económica y comercial entre ambos
espacios geográficos regionales, con el formato de una zona de
libre comercio en el sentido establecido por el artículo XXIV del
GATT-1994.
Luego de casi veinte años desde que los pasos iniciales fueran
dados para avanzar en la concreción de la relación estratégica
bi-regional, y luego de diez años del inicio formal de las negociaciones,
en la práctica la situación alcanzó una especie de
punto muerto en octubre de 2004 que duró hasta que las negociaciones
fueran relanzadas en ocasión de la Cumbre ALC-UE de Madrid, en
mayo 2010.
Desde entonces, algunos hechos y en especial pronunciamientos políticos
parecerían indicar la presencia de las condiciones antes mencionadas
(voluntad política, visión estratégica y creatividad
técnica) que son necesarias para crear una asociación estratégica
estable con un objetivo de integración económica, en este
caso entre dos espacios geográficos regionales institucionalizados.
Sin embargo, será necesario tiempo aún para saber si tales
condiciones tienen el peso suficiente para producir los resultados esperados.
Existen varios carriles que permitirían continuar construyendo
la idea de una asociación estratégica bi-regional que abarque
el espacio geográfico del Mercosur y el de la UE, concebida además
como un componente central de la más amplia alianza estratégica
entre Europa y América Latina.
Un primer curso de acción se relaciona con los grandes desafíos
originados en los cambios profundos que están teniendo lugar en
el plano global. En tal sentido cabría esperar que la futura agenda
inter-regional (ALC-UE y también Mercosur-UE) focalice el trabajo
conjunto en cuestiones relevantes que fortalezcan a la gobernanza global.
Una alta prioridad, entre otras, debería atribuirse a las condiciones
que permitan garantizar condiciones razonables de paz y seguridad internacional.
Ello implicaría el fortalecimiento del sistema internacional multilateral,
tanto en el ámbito de las Naciones Unidas como de la efectividad
aún necesaria de afirmar del mecanismo del G20.
También implicaría que ambas regiones puedan cumplir un
papel activo para asegurar la conclusión de una versión
aceptable de la Ronda Doha, como así también el lograr un
resultado razonable de las negociaciones de cambio climático.
Y una tercera cuestión relevante es la de la cooperación
entre los países de ambas regiones en el combate del crimen organizado
y de las diferentes modalidades del terrorismo internacional.
Un segundo curso de acción se relaciona con cuestiones específicas
de las relaciones recíprocas y, en particular, con la idea de una
asociación estratégica bi-regional concebida a un proceso
de desarrollo gradual y de largo plazo, que requerirá conciliar
las diversidades existentes dentro y entre cada región, a través
de distintas métodos e instrumentos de geometría variable
y múltiples velocidades. Entre ellas, la prioridad es la creación
de una red de múltiples acuerdos de asociación con un contenido
preferencial y un profundo sentido estratégico. La UE ya ha firmado
acuerdos preferenciales con Chile, México, Perú, Colombia
y los países Centroamericanos, además de su relación
especial con países del Caribe. Son, por lo demás los mismos
países con los cuáles los Estados Unidos han concluido acuerdos
de libre comercio. Algunos de ellos también los han concluido con
otros países, incluyendo China.
En el caso específico de la UE con los países miembros
del Mercosur, el lograr un acuerdo bi-regional no será, por cierto,
una tarea fácil. Requerirá mucha determinación política
como ya ocurriera con las señales emitidas en la pasada Cumbre
de Madrid en el 2010- que permita sustentar una marcada creatividad en
el plano técnico a fin de poder concluir compromisos que impliquen
un razonable balance de intereses que por momentos aparecen como muy diferentes.
Los nudos a desatar son bien conocidos y han sido diagnosticados con
precisión en ambos lados del Atlántico. Algunos de ellos
eran manifiestos también en el ámbito de la Rueda Doha,
dando origen a vínculos entre las negociaciones bi-regionales y
los globales multilaterales. La cuestión de los productos agrícolas
incluyendo los procesados- no es la única. Frecuentes declaraciones
en países de la UE con fuertes intereses agrícolas indican
que será aún necesario superar muchas resistencias reales
o aparentes- si se quiere lograr un acuerdo con los alcances originalmente
imaginados.
Por lo demás, debe resaltarse que no se trata de una negociación
aislada, ni lo sería el acuerdo preferencial que eventualmente
se concluya. Para entender en plenitud las dificultades a encarar para
concluir las negociaciones, es necesario insertarlas en el contexto más
amplio de las negociaciones comerciales que llevan adelante las partes
y, en particular, la UE. De una manera u otra todas las negociaciones
comerciales preferenciales están conectadas entre sí. El
efecto precedente que pueda generar una negociación sobre otras,
no es un dato menor a tener en cuenta.
¿Es factible entonces aspirar a que los países del Mercosur
y la UE puedan concluir en plazos razonables un acuerdo que aspire a tener
un sentido estratégico profundo?
Es nuestra opinión es factible. Pero dependerá en mucho
de tres factores. Los tres son viables a condición que la negociación
se sitúe en un plano en el que pueda ponerse de manifiesto suficiente
voluntad política que sustente la necesaria creatividad en el plano
técnico. El sentido estratégico del acuerdo que se logre
debe permear todos los aspectos de la negociación, incluyendo por
cierto los comerciales.
El primer factor es que los países de la UE o al menos aquellos
más relevantes para esta relación transatlántica,
por ejemplo por la magnitud de sus inversiones directas en los países
del Mercosur- reafirmen su voluntad política de concluir un acuerdo
bi-regional, dejando de lado toda tentación a replegarse hacia
modalidades de acuerdos bilaterales con algunos de los países miembros
del Mercosur. Son muchas las razones que se pueden invocar para desaconsejar
tal opción. Pero las principales cruzan por el plano de lo político.
Todo intento de dividir a los países del Mercosur puede alimentar
tendencias a la fragmentación del espacio sudamericano. No parece
ello conveniente para nadie y menos para quienes invierten en la región.
Un segundo factor es que se deje de lado la idea un poco dogmática
de un acuerdo que contenga desde el inicio una cobertura ambiciosa en
el plano de la liberación comercial en materia de bienes y de servicios.
Un avance gradual hacia una cobertura amplia, que incluya con el tiempo
sectores muy sensibles, podría realizarse incluyendo cláusulas
evolutivas y mecanismos de salvaguardia imaginativos. Ellos serían
compatibles con una lectura factible del artículo XXIV, párrafo
8 del GATT, en la que el rigor jurídico se combine con las flexibilidades
que derivan de la inteligencia política.
Y el tercer factor, es que se apele a la imaginación creativa
y al aprendizaje acumulado a través de los años para el
abordaje de otras cuestiones sensibles de la agenda negociadora como puede
ser el tratamiento a las inversiones directas. Al respecto una idea basada
en la experiencia que se ha acumulado en la materia, podría ser
el vincular el acceso al sistema de protección de inversiones directas
extranjeras que se incluya eventualmente en el acuerdo bi-regional, con
el cumplimiento por parte de los respectivos inversores de un código
de conducta que incluya fuertes elementos de transparencia y de responsabilidad
social, entendida ésta en un sentido amplio. Podría constituirse
así un precedente que conduciría a renovar el algo obsoleto
sistema actual de protección de inversiones con sus epicentros
en una vasta red de acuerdos bilaterales provenientes de otras épocas
y en el papel que se le ha atribuido al CIADI-, facilitándose así
la superación de los problemas de credibilidad y legitimidad que
se observan en muchos países y sectores sociales.
A modo de síntesis y de conclusión
Imaginar que sea posible concluir pronto un acuerdo entre los países
del Mercosur y la UE puede parecer hoy un ejercicio de ciencia ficción.
Pero es posible también concebirlo como un desafío quizás
ingenuo- a la imaginación y a la visión estratégica
del liderazgo político de ambas regiones. Y por qué no,
también a la del liderazgo empresarial con fuertes intereses en
juego en el futuro de esta relación transatlántica, tanto
en el plano de las inversiones como del comercio, sobre todo teniendo
en cuenta los cambios significativos que se están operando en el
mapa de la competencia transnacional en el espacio geográfico sudamericano
y que aún no se habrían manifestado en todo su potencial.
Todo indica que lo normal sería no esperar nada en términos
de conclusión del acuerdo que se ha estado negociando desde hace
varios años o, al menos, de avances sustanciales para antes de
la Cumbre inter-regional a realizarse en Santiago de Chile en enero próximo.
Varios factores alimentan esta visión pesimista, eventualmente
realista.
El primero tiene que ver con la cuestión agrícola. Como
se señaló antes, esta cuestión ha estado presente
desde el lanzamiento de la idea de un acuerdo de asociación bi-regional.
Parecería seguir teniendo incidencia en algunos países europeos.
Según los otros europeos, Francia sería la culpable. Pero
el panorama aparece más complejo cuando se analizan los intereses
de varios países, incluyendo entre ellos a Irlanda, España
o algunos de los de Europa del Este. Una pregunta que se impone sería
la siguiente: ¿dados los cambios que se están operando en
el comercio mundial de los alimentos, sigue teniendo esta cuestión
la misma relevancia que cuando se iniciaron las negociaciones? O sea ¿se
le plantean a la agricultura europea los mismos problemas que veinte años
atrás y tienen hoy los países del Mercosur el mismo apremio
por acceder a la demanda europea de alimentos? Por momentos se tiene la
impresión que hacia el futuro, el mercado mundial de alimentos
tendrá cada vez más problemas por el lado de la oferta que
por el de la demanda. Y que una vez resuelta la cuestión de los
subsidios a las exportaciones, que contribuyen a desnivelar el campo de
juego en la competencia en terceros mercados, los países del Mercosur
podrían encontrar amplio espacio para acceder con sus alimentos
incluyendo los productos procesados y de góndola- a muchos
mercados del mundo. Incluso podrán tener incentivos para enhebrar
redes de cooperación en tecnologías alimentaria con países
europeos. Cabe tener presente, además, que según sean los
compromisos que se asuman y sus modalidades, las consecuencias prácticas
más sensibles de lo que se acuerde en el plano del comercio de
productos del complejo agro-alimentario, podrían dilatarse en plazos
no inferiores a los diez o quince años.
Un segundo factor tiene que ver con las imágenes algo deterioradas
de ambos procesos de integración. Se señaló antes
que la UE está en medio de una crisis profunda sin que esté
claro cuáles serán sus alcances futuros. Es una crisis que
incluso podría incidir en la participación sus líderes
políticos en la Cumbre de Santiago. Y tampoco el Mercosur rengo
y a la miseria, como lo caracterizara no hace mucho el Presidente
Mujica, parece atravesar un buen momento que lo torne demasiado atractivo.
De allí que los incentivos para negociar, concebidos con un sentido
de corto plazo, parecen ser bajos. De ambos lados parecería subsistir,
además, una cierta tentación de avanzar en negociaciones
bilaterales tal como hiciera la UE con países de la Comunidad Andina.
Sin embargo, aún cuando tal idea resurge con frecuencia no parecería
compatible con las realidades políticas de un espacio regional
donde el Mercosur, aún con sus deficiencias, sigue siendo un marco
institucional eficaz que contribuye a garantizar la paz y estabilidad
política en Sudamérica.
El tercer factor es más simple, pero suele ser frecuente en las
relaciones internacionales. Se refiere al hecho que es difícil
ver incluso por los motivos señalados más arriba-
líderes políticos con tiempo disponible en sus sobrecargadas
agendas y con intereses inmediatos y concretos, como para hacer avanzar
algo que puede ser visto como beneficios de largo plazo pero con costos
incluso altos en el corto plazo, tales como los derivados de la eventual
resistencia de sectores que se percibirían amenazados, sea en la
agricultura de países europeos o en algunas industrias de países
del Mercosur.
A pesar de todo ello, sí parece recomendable que la Cumbre de
Santiago sea la ocasión para presentar resultados creíbles
en esta negociación bi-regional, incluyendo la eventual conclusión
del acuerdo. Varias razones sustentan esta recomendación.
La primera es que ello sería técnicamente factible, si
es que se logra inyectar suficiente oxígeno político a la
negociación a fin de lograr flexibilizar el alcance de los compromisos
que se asuman en el campo comercial. Una correcta interpretación
de las ambiguas reglas del artículo XXIV del GATT, párrafo
8, así lo permitiría. También se podrían combinar
cláusulas evolutivas y de escape, que permitan encapsular por un
tiempo las principales sensibilidades de las dos partes. Potenciar el
poco utilizado Acuerdo Marco de Madrid (1995) contribuiría al desarrollo
de modalidades inteligentes (smart cooperation) de trabajo conjunto entre
los países de ambas regiones.
La segunda es que, tanto los países del Mercosur como los de la
UE, se beneficiarían al introducir elementos de equilibrio en sus
relaciones económicas con el resto del mundo. En un momento en
que crece el interés de países de otras regiones en comerciar
e invertir en Américadel Sur, incluso en industrias con fuerte
presencia europea, no sería ese un criterio equivocado.
Y la tercera razón es que el acuerdo brindaría una oportunidad
para introducir una visión renovadora sobre las modalidades de
protección de las inversiones directas, por ejemplo vinculándola
al cumplimiento de un código de conducta incluyendo compromisos
de responsabilidad social- por parte de las empresas que invoquen las
normas protectoras. Permitiría ello superar enfoques y compromisos
jurídicos derivados de un número ya demasiado amplio de
desactualizados acuerdos bilaterales de protección de inversiones,
así como para capitalizar la experiencia no siempre positiva acumulada
con el CIADI.
De todas formas, también parecería conveniente reflexionar
sobre los costos políticos y económicos que podrían
resultar para los países de ambas regiones si el acuerdo bi-regional
fracasara. Es eventualmente posible. No parece ser lo más recomendable.
Si existe un plan B razonable, no aparece aún a la
vista.
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