¿Cuáles son las agendas a desarrollar por un Mercosur que
procure actualizarse, adaptándose a circunstancias muy diferentes
a las que predominaban en sus momentos fundacionales?
Tras la reciente Cumbre Presidencial en Asunción pueden visualizarse
tres tipos de agendas para un Mercosur que procure un futuro de relevancia.
Son agendas vinculadas entre sí y difícil sería imaginar
que se avance en una sin que también haya avances significativos
en las otras dos. Son las que, al desarrollarse, permitirían actualizarlo,
en cierta forma rejuvenecerlo, tornándolo un instrumento que pueda
ser percibido como funcional a los objetivos de gobernabilidad del espacio
regional sudamericano, a la transformación productiva y cohesión
social de cada uno de sus países miembros, y a su inserción
competitiva en un mundo en profunda transformación que plantea,
a la vez, formidables oportunidades y desafíos.
La primera es la agenda de la concreción de lo comprometido. Recibió
fuerte impulso político el año pasado en la Cumbre de San
Juan. Se relaciona con instrumentos que se consideran como fundamentales
para avanzar en el perfeccionamiento de la unión aduanera y que
estaban hasta entonces "arrastrando los pies" (entre otros,
el código aduanero, la eliminación del doble cobro del arancel
externo y la distribución de la renta aduanera). Incluye temas
relevantes para tornar efectiva la preferencia económica que en
su momento acordaron entre sí los países socios, y que procura
incentivar la adopción de decisiones de inversión productiva
en sus respectivos mercados -cualquiera sea su dimensión- en función
del mercado ampliado. Ellos son el régimen de compras gubernamentales,
los mecanismos orientados a promover la integración productiva,
y el tratamiento de las asimetrías económicas. Es esta una
agenda que probablemente llevará tiempo en desarrollarse. En todo
caso, la Cumbre de este fin de año bajo la presidencia temporal
del Uruguay, será una oportunidad para apreciar la solidez del
impulso político generado al respecto en San Juan.
La segunda es la agenda de la transformación del Mercosur, a fin
de adaptarlo a las nuevas realidades internacionales y regionales. Podríamos
denominarla la agenda de la metamorfosis de un Mercosur creado en circunstancias
distintas de las actuales y a las que se vislumbran en el horizonte. Edgar
Morin, sociólogo y filósofo francés, plantea en su
libro Ma Gauche (FB, París, 2010) que ante el imperativo de transformarse,
la metamorfosis permite conciliar la necesidad de un cambio radical con
la preservación de aquello que es valioso y que proviene de una
etapa anterior. En cierta forma, la integración europea ha sido
una experiencia de continua metamorfosis. En sus transformaciones ha conciliado
continuidad y cambio. Si seguirá haciéndolo en el futuro,
vista la densidad de los problemas que confronta, es un interrogante que
se está planteando en la actualidad.
En el caso del Mercosur, transformarlo preservando lo mucho adquirido
y aquello que es esencial -por ejemplo, la voluntad de trabajar juntas
por parte de naciones vecinas que a la vez que son soberanas, y no aspiran
a dejar de serlo, comparten un espacio geográfico regional que
tiene una conectividad cada vez más densa- no será tarea
fácil y llevará tiempo. Requiere no caer en la tentación
de echar por la borda lo acumulado y de no capitalizar la experiencia
adquirida.
Puede ser imaginada entonces como una tarea permanente en la que cada
etapa conducirá a la necesidad de nuevas adaptaciones. Hemos dicho
en otras oportunidades que quien imagina la integración voluntaria
entre países vecinos como una autopista iluminada hacia la felicidad
podría refleja una visión romántica de la realidad.
Por el contrario, construir una región de paz y estabilidad política,
de desarrollo económico y social, y de protagonismo en un mundo
globalizado, no es tarea ni de un día, ni de hojas de rutas provenientes
de libros de texto o de modelos de otras regiones, ni está libre
de sobresaltos, conflictos y retrocesos.
Integrar naciones vecinas no supone compartir todo ni elimina desacuerdos
incluso profundos. Pero sí supone poner en práctica una
metodología, basada en la confianza recíproca, para concertar
intereses que pueden ser contradictorios y para resolver, conforme a reglas
libremente consentidas, las controversias que puedan incidir en la evolución
del proyecto conjunto y en la calidad de vida del "barrio".
Supone, sobre todo, tener criterios objetivos para la diferenciación
entre "nosotros" y "ellos", que es de la esencia misma
de este tipo de proceso y de las ideas estratégicas que lo sustentan.
Todo ello no es sencillo, teniendo en cuenta que a pesar de las asimetrías
económicas e incluso de poder relativo, ninguno de los países
socios del Mercosur -por más grande que sea- podría imponer
su voluntad a los demás, ni transformarse de hecho en su vocero.
De allí que la agenda de transformación del Mercosur requerirá
mucho impulso político y, en particular, creatividad técnica.
De lo contrario, sería difícil conciliar en la práctica
lo deseable y necesario, con lo posible.
Tras la Cumbre de Asunción, dos puntos focales aparecen como centrales
para el desarrollo de una agenda transformadora. Uno es el de la Presidencia
Pro-Tempore semestral que en esta segunda parte del año le corresponde
al Uruguay y que el año próximo -dato no menor- la ejercerá
primero la Argentina y luego el Brasil. El otro es la figura del Alto
Representante General del Mercosur, cargo actualmente ocupado por el diplomático
brasileño, embajador Samuel Pinheiro Guimaraes. Son dos puntos
focales que si bien tienen niveles y funciones distintas, serán
tanto más productivos cuanto más se complementen en sus
acciones.
En Asunción, José Mujica, presidente del Uruguay, avanzó
reflexiones que permiten detectar algunas de sus prioridades en este segundo
semestre del año como Presidente Pro-Tempore del Mercosur. En nuestra
interpretación, ellas cruzan por tres ejes centrales para la metamorfosis
del Mercosur.
El primero es el diagnóstico de los cambios que se están
produciendo en el contexto global y regional. Es claro que el mundo de
hoy es distinto al de los momentos fundacionales del Mercosur, sea cuando
se concretaron los acuerdos entre la Argentina y Brasil, o cuando se lanzó
el proceso político que condujo a la firma del Tratado de Asunción.
Es un mundo caracterizado por una fuerte dinámica de cambio y por
desplazamientos en el poder relativo entre las naciones; han surgido -o
resurgido, como en los casos de China e India- nuevos protagonistas relevantes;
han colapsado distancias físicas, económicas y culturales;
se han acentuado tendencias hacia escenarios pluriculturales o -en el
decir de Jean-Claude Guillebaud (Le commencement d'un monde, Seuil, París,
2008)- hacia una modernidad mestiza en la que en todos los planos predomina
la mezcla; se ha vuelto más denso el tejido de encadenamientos
productivos y de redes sociales globales y regionales; es un mundo en
el que grandes espacios económicos -sean naciones individuales,
como China, India o Estados Unidos, o regiones organizadas, como es la
Unión Europea- coexisten con una amplia gama de microprotagonistas
de todo tipo, capaces de producir hechos muchas veces imprevistos y también
inimaginables; un mundo finalmente en el que se observa una tensión
dialéctica entre fuerzas poderosas que llevan hacia lo global y
aquellas que conducen a revalorizar lo regional y lo local.
La agenda de transformación del Mercosur tendrá que asentarse,
entonces, en un esfuerzo de diagnósticos conjuntos, en los que
se observen tendencias y hechos cargados de futuro desde una perspectiva
de la región. Se ha abierto un campo propicio para iniciativas
que conduzcan a articular redes de inteligencia competitiva -esto es,
capacidad para entender el mundo que nos rodea, las fuerzas profundas
que se observan, los comportamientos de los protagonistas, los factores
que anticipan desplazamientos de ventajas competitivas entre las naciones-
integradas por instituciones y grupos de los países miembros, que
compartan sus tareas combinando la necesaria óptica nacional con
la del espacio-Mercosur. En este plano la experiencia acumulada por el
embajador Pinheiro Guimarães cuando se desempeñó
al frente de la Secretaría de Asuntos Estratégicos del gobierno
del presidente Lula, puede ser muy útil. En la órbita de
esa secretaría funciona uno de los centros de inteligencia competitiva
más sofisticados de la región, que es el Instituto de Pesquisa
Económica Avanzada (IPEA). Junto con otros centros o grupos prospectivos
de países miembros, podrían articular las mencionadas redes
de diagnósticos sobre la dinámica de cambio en el mundo
y en la región.
El segundo eje es el de las instituciones del Mercosur. Ellas reflejan
metodologías y procesos orientados a concertar intereses nacionales,
a producir reglas comunes, y a lograr que ellas se cumplan, penetren en
la realidad y generen los resultados esperados. ¿Cómo revertir
la tendencia a un Mercosur con reglas de juego percibidas como precarias,
esto es que a pesar de que hayan sido pactadas por todos los socios, su
cumplimiento a veces depende de la voluntad discrecional unilateral de
cada uno de ellos en función de circunstancias e intereses coyunturales?
¿Cómo concretar en el plano institucional la idea del "nosotros"
y "ellos" en las relaciones con otros países, al menos
en el campo económico, que es de la esencia del tipo de proceso
que se supone se ha encarado con la creación del Mercosur? ¿Cómo
lograr el ideal de que en foros internacionales como el del G20 o el de
la OMC, o en negociaciones comerciales internacionales, como las que se
realizan desde hace años con la Unión Europea, el Mercosur
pueda hablar con una sola voz en base a posiciones comunes previamente
articuladas?
Uno de los frentes más demandantes de impulso político
y de imaginación técnica es precisamente el de la capacidad
de los socios del Mercosur de expresarse en el mundo como una unidad,
en lo posible con una sola voz, al menos en aquellas cuestiones que hacen
a su agenda común, que en la medida que la integración sea
multidimensional y trascienda al solo campo comercial o aun económico,
tenderá a ser cada vez más amplia. Las asimetrías
económicas y de poder relativo entre los socios, en la práctica,
conspiran contra el logro de tal objetivo.
Y el otro eje es el de la participación de la ciudadanía
en el desarrollo del Mercosur. En la medida en que su campo temático
se ha ampliado a otros planos además del comercial y el económico,
y que cuestiones vinculadas con lo social, lo cultural, la educación,
la justicia, la seguridad, entre otras, van nutriendo el accionar conjunto
de los países socios, más necesario será aún
el asegurar un vínculo directo entre los procesos de decisión
del Mercosur y los ciudadanos. Es una cuestión con múltiples
desdoblamientos, que incluye la transparencia, el derecho a estar plenamente
informados, la participación de los ciudadanos en la elaboración
de decisiones que les interese, la posibilidad de elegir a los representantes
en el Parlamento del Mercosur. Aquí cobra toda su importancia la
idea lanzada por el presidente Mujica en el sentido de explorar la idea
de avanzar hacia una "democracia digital". Sería en este
caso el salto hacia una especie de "Mercosur 2.0", que supondría
por cierto, páginas web oficiales de una calidad superior al promedio
actual.
Finalmente, la tercera es la agenda de la participación nacional,
esto es la de cada país miembro que refleje las estrategias de
los múltiples protagonistas que en ellos operan y que tienen intereses
creados en el espacio Mercosur. Ella es sólo parte de una agenda
más amplia referida a la inserción del respectivo país
en el mundo a fin de lograr que los intereses nacionales sean preservados
y potenciados. La experiencia internacional demuestra que en todo proceso
de integración entre naciones vecinas, la calidad de la agenda
nacional es una variable clave para asegurar un razonable equilibrio en
la distribución de costos y beneficios entre los socios. La integración
regional supone países que saben lo que quieren y pueden. Y que
lo han discutido en forma abierta e intensa entre todos sus sectores sociales.
Es algo fundamental a la hora de definir ganadores y perdedores.
Las tres agendas mencionadas tienen ahora un factor adicional de complejidad.
Es el del inicio del proceso que podría conducir a la incorporación,
como miembros plenos, de Bolivia y Ecuador, actualmente países
asociados, y que se sumaría a la incorporación aún
no formalmente consumada de Venezuela.
Bien administrada, la ampliación del Mercosur a nuevos miembros
puede ser positiva para su gravitación en el escenario regional
y en el global. Tanto Bolivia como Ecuador tienen, en tal sentido, mucho
que aportar. Sin embargo, tal ampliación va a requerir consolidar
el núcleo duro que desde el inicio lo constituyó la relación
estratégica entre la Argentina y el Brasil. Y va a requerir profundizar
el tema de la vinculación entre el Mercosur y la Unasur.
Un Mercosur de cuatro socios que sea percibido como creíble y
eficaz es algo difícil de lograr. No imposible. Un Mercosur de
cinco y aún más de siete socios, plantea desafíos
adicionales de liderazgo político y de creatividad técnica.
Podría tener diferenciaciones en los compromisos asumidos, múltiples
velocidades y geometrías variables. Es algo factible si el núcleo
duro es percibido como sólido.
El éxito de la metamorfosis y de la eventual ampliación
requerirá que todos los socios visualicen al Mercosur como un proyecto
conjunto y con un liderazgo colectivo, adaptado a los desafíos
que se plantean para navegar el mundo del futuro. Además, requerirá
una fuerte articulación al nivel interno de cada país miembro,
a fin de que lo que resulte de la metamorfosis sea conveniente para sus
intereses y su gente. Y requerirá que los ciudadanos lo visualicen
como algo propio, que se identifiquen con el emprendimiento conjunto y
valoren sus símbolos, que sientan que tienen participación
efectiva, que su trabajo, su bienestar, su futuro, depende en buena medida
de la calidad del Mercosur.
Como lo está demostrando hoy la experiencia europea, no es algo
fácil de lograr. Menos aún de mantener a través del
tiempo. Si algo caracteriza este tipo de procesos de integración
entre naciones vecinas que comparten un espacio geográfico regional,
es que el producto final no está predeterminado y que el punto
de no retorno no está garantizado. No parece conveniente generar
expectativas exageradas sobre sus resultados. Ni tampoco conviene ocultar
que la distribución de los costos y beneficios entre los socios
pueda eventualmente resultar diferente a lo esperado.
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