Este mes el Mercosur cumple veinte años. Es una oportunidad para
reflexionar sobre su futuro a la luz de la experiencia acumulada. Tres
consideraciones son relevantes al respecto.
La primera tiene que ver con cambios profundos de circunstancias y necesidades,
producidos desde que el 26 de marzo de 1991 se firmó el Tratado
de Asunción. Al principio de los noventa las circunstancias resultaban,
entre otros factores, de los múltiples impactos del fin de la Guerra
Fría; de la iniciativa de EEUU de impulsar un área hemisférica
de libre comercio, y del relativo estancamiento en la metodología
de integración bilateral entre Argentina y Brasil. Las principales
necesidades eran: competir con países de Europa del Este en la
atracción de inversiones productivas; reunir masa crítica
negociadora para encarar la decisión americana de tener una fuerte
presencia comercial en América del Sur, y profundizar la alianza
estratégica enhebrada por Alfonsín y Sarney. Son circunstancias
y necesidades que hay que visualizarlas, además, en la perspectiva
del complejo cuadro político y económico interno que caracterizaba
entonces a la Argentina y al Brasil.
Hoy circunstancias y necesidades son diferentes. El mundo es más
multipolar y todos los países -incluyendo los del Mercosur, cualquiera
que sea su dimensión económica- tienen diversas opciones
para insertarse en la competencia económica global. El foco de
atención no cruza más sólo por Washington o algunas
capitales europeas. Los desplazamientos del poder económico relativo
entre las naciones y el creciente protagonismo de países asiáticos
en el comercio mundial y en las inversiones internacionales, abren un
escenario de fuertes oportunidades, pero también de desafíos
para los países del Mercosur. Tienen -entre muchos otros factores
que los tornan atractivos- un enorme potencial para la producción
de alimentos, incluso los ?inteligentes? y ?verdes?. Las necesidades actuales
cruzan por aprovechar tales oportunidades, enhebrando un tejido de alianzas
cruzadas y de geometría variable con todos los países posibles,
y desarrollando redes de producción y comercialización de
alcance tanto global como regional.
La segunda consideración es sobre la validez de la idea estratégica
que impulsa la construcción del Mercosur. Se asienta en el núcleo
duro de una relación bilateral de calidad entre Argentina y Brasil.
Está basada en la confianza recíproca, con especial énfasis
en la cooperación nuclear. No tiene un alcance exclusivo ni excluyente,
pero sí una proyección sudamericana. Implica preferencias
económicas previsibles que incentiven una integración productiva
de ganancias mutuas, y un tejido de todo tipo de redes sociales transfronterizas
que, por su densidad, generen solidaridades de hecho difíciles
de desatar. Es una idea estratégica que, en su esencia, sigue teniendo
validez en los gobiernos y en la ciudadanía. O que, al menos, refleja
conciencia sobre la carencia de estrategias alternativas factibles entre
naciones que comparten un mismo espacio geográfico regional, en
especial teniendo en cuenta los posibles costos políticos.
Y la tercera consideración se refiere a la metodología
del trabajo conjunto entre los países socios. Es mucho lo que se
ha aprendido en los años pasados sobre cómo cooperar en
distintos planos. Los resultados no son pocos. Conviene ahora capitalizar
experiencias y activos acumulados. El stock de preferencias comerciales
y las redes de intereses cruzados no son un dato a subestimar. El sector
automotriz es solo un ejemplo.
Hacia adelante tres aspectos metodológicos son relevantes. El
primero es liberarse de fórmulas rígidas inspiradas en elaboraciones
teóricas o en modelos de otras regiones. En la construcción
gradual de la unión aduanera, lo principal a tener en cuenta son
las reglas de la OMC y los respectivos intereses nacionales. El segundo
es privilegiar la idea de pocas reglas que efectivamente se cumplan, dotadas
de flexibilidad suficiente para su adaptación a cambios en las
realidades. Y el tercero, es fortalecer mecanismos de decisión
que permitan alcanzar compromisos reales de integración productiva,
encarar con eficacia y pragmatismo las negociaciones con terceros países,
y abordar los múltiples efectos sociales de los compromisos de
integración.
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