La densidad de un proceso de integración entre naciones independientes
que no aspiran a dejar de serlo, tal el caso del Mercosur, entre otros
factores se refleja en el impacto de los compromisos asumidos en flujos
de comercio e inversiones, en la conectividad física, en el desarrollo
de redes sociales y productivas, en la articulación de diversas
políticas públicas y en la concertación de las políticas
externas.
Pero en particular, su vitalidad se aprecia en la proximidad que sus
resultados concretos tengan con la vida diaria de los ciudadanos. Un indicador
crucial al respecto, con valor político y humano, es la relación
que la gente puede establecer entre el proceso de integración y
su empleo, sus niveles de bienestar y sus expectativas de futuro. Facilita
el que los ciudadanos de un país identifiquen como una comunidad
a las naciones con las que comparten un espacio geográfico regional.
En tal perspectiva, un proceso como el del Mercosur, puede tener grados
diferenciados de densidad al menos en dos planos. Uno es el de hechos
concretos susceptibles de medición que impacten en la vida de la
gente. El otro plano es el de la retórica que enuncia lo que deberían
o podrían ser tales hechos. A veces implican relatos e incluso
normas que no necesariamente penetran en la realidad. En tal caso su métrica
se refleja sólo en el número de palabras empleadas para
enunciarlos.
Tras sus primeros veinte años, la tendencia en el Mercosur ha
sido hacia una baja densidad factual, en buena medida por la dilución
de compromisos básicos de apertura irrestricta de los mercados,
orientada a incentivar inversiones productivas en función del espacio
económico ampliado. Los resultados existen pero se los percibe
como menos impactantes que los esperados.
A su vez, una tendencia del Mercosur hacia una alta densidad retórica,
contribuye a explicar expectativas superiores a las que realidades políticas
y económicas permitían razonablemente sustentar. Asimetrías
de poder relativo y de grados de desarrollo parecerían ser lo que
más impacto ha tenido en limitar avances concretos de la integración.
Relatos y normas que carecieron de efectividad, han alimentado un Mercosur
por momentos marcado por una "diplomacia mediática" generadora
de una especie de integración "de utilería", sin
suficiente sustento en la realidad cotidiana de la política, la
economía y la vida social de sus países miembros.
Hacia el futuro y asumiendo voluntad política en dar saltos cualitativos
hacia un Mercosur en el que la densidad factual se correlacione con la
retórica, tres planos brindan posibilidades significativas para
la acción. Uno es el de la integración productiva, en particular
si se orienta al aprovechamiento de oportunidades abiertas por el nuevo
escenario global -por ejemplo, para llegar a las góndolas del mundo
con alimentos "inteligentes" y "verdes"- y de las
que se supone resultarán de las negociaciones con la UE. El otro
es el de los aportes que los países del Mercosur efectúen,
actuando como conjunto, a cuestiones relevantes de la agenda global, tales
como el futuro desarrollo del G20, la conclusión de la Rueda Doha
y los acuerdos en materia de cambio climático. Y el tercer plano
es el de traducir a la realidad, la proclamada y postergada idea de que
los ciudadanos del Mercosur puedan apreciar que son parte de un efectivo
espacio común, cuando realizan sus trámites migratorios
en los respectivos aeropuertos de la región.
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