Tres son las principales fases de una negociación comercial internacional
que aspire a ser exitosa, tal como la que la Argentina y sus socios del
Mercosur han reiniciado con la Unión Europea (UE). Es decir, una
negociación que implique un compromiso estratégico sustentable
y de conveniencia mutua. Que no se limite sólo, por lo tanto, a
eliminar restricciones y distorsiones que dificulten la expansión
del intercambio comercial recíproco en el corto, ni siquiera en
el mediano plazo. Por el contrario, su principal impacto será generar,
a través de preferencias compatibles con los compromisos asumidos
en la OMC, condiciones estructurales que faciliten inversiones productivas
conjuntas y, en particular, el desarrollo de cadenas de valor y redes
de innovación transnacionales en las que participen protagonistas
de todas las partes envueltas en la negociación. Otro objetivo
privilegiado es el de generar convergencias políticas y económicas
entre los países participantes a fin de contribuir a la gobernabilidad
global y regional.
La primera fase es la que conduce a sentarse a negociar. Es siempre una
decisión política y voluntaria de cada parte. Nadie obliga
a nadie a negociar. Lo razonable es suponer que si se acepta negociar
es porque se ha ponderado el alcance de lo que se acuerde en la estrategia
de desarrollo y de inserción internacional de cada país.
La segunda fase es la de la negociación propiamente dicha. Puede
desdoblarse en dos planos que suelen estar vinculados y que conviene que
así sea. Uno es el que está a cargo de los negociadores
oficiales. Suele nutrirse de las demandas de los sectores que podrán
resultar beneficiados o perjudicados según sean los resultados
de la negociación. El segundo plano es el de la simultánea
preparación para el aprovechamiento de los resultados del acuerdo
que finalmente se firme. Implica colocar los escenarios del día
después de la negociación en el marco de las estrategias
de transformación productiva que tengan el país o el grupo
de países, tal el caso del Mercosur. Es un plano en el que la participación
de los sectores de la producción resulta fundamental.
Esta fase de una negociación culmina cuando se ha logrado un punto
de equilibrio entre todos los intereses en juego. El resultado final nunca
está garantizado. Es posible que se fracase o que, incluso culminando
con éxito en la mesa negociadora, no se logre luego la necesaria
aprobación parlamentaria.
Y la tercera fase es la del aprovechamiento de las ventajas y oportunidades
resultantes del acuerdo que se firme, una vez que éste entre en
vigencia. Depende mucho de la segunda fase, es decir, de lo que se ha
logrado en el curso del proceso negociador pero, en especial, del grado
de preparación que hayan alcanzado los respectivos sectores de
producción de bienes y de prestación de servicios.
La negociación del Mercosur con la UE ha transitado ya la primera
fase. En realidad la ha vuelto a transitar, ya que se había iniciado
en 1999 para interrumpirse en el 2004. Ha entrado ahora en la segunda
fase. Del lado del Mercosur será necesario un notorio esfuerzo
de coordinación tanto en el plano de la negociación como
en el de la preparación para su posterior aprovechamiento. Mucho
dependerá de la articulación de los respectivos intereses
empresarios en juego.
En cierta forma esta negociación bi-regional constituye la hora
de la verdad para el propio Mercosur. Es obvio que el éxito no
está asegurado. Pero vale la pena el esfuerzo emprendido ya que,
de lo contrario, podrían abrirse las puertas para escenarios menos
ventajosos. Uno sería que en lugar de negociar en conjunto, se
genere la excusa para negociaciones bilaterales, tal como ya ha ocurrido
en el caso de los países andinos. Es un escenario que está
flotando en el ambiente y que no conviene subestimar.
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