Luego, la transformación de la Alalc en la Asociación Latinoamericana
de Integración (Aladi), mediante el Tratado firmado también
en Montevideo en 1980, implicó un cambio metodológico sustancial
e inició una nueva etapa en el proceso de integración regional.
Resultó de la constatación que una zona de libre comercio
entre un grupo numeroso de países -en aquel entonces menos conectados
y más distantes que ahora-, con fuertes asimetrías de dimensiones
y grados de desarrollo, era inviable.
Tal transformación implicó aceptar que las diferencias
existentes, requerían aproximaciones parciales, con múltiples
velocidades y geometrías variables. Significó entonces el
reconocimiento de la realidad de distintas sub-regiones y sectores, con
densidades de interdependencia e intereses que no necesariamente se extendían
al resto de los paises. Se invirtió así el enfoque original
de la Alalc, según el cual los instrumentos regionales eran la
regla, y los sub-regionales y sectoriales la excepción. Por el
contrario, se hizo de lo parcial - grupo de países o sectores determinados
- la regla principal, siendo lo regional el marco y, a la vez, un objetivo
final no demasiado definido ni en su contenido, ni en sus plazos. Por
la Cláusula de Habilitación, un resultado de la Rueda Tokio,
tal enfoque se tornó conciliable con las reglas del Gatt.
Se abrió así el camino a profundas transformaciones en
la estrategia de integración regional. Ellas maduraron en los años
siguientes. En esta nueva etapa que se extiende hasta el presente, entre
otros hechos relevantes, se re convierte el original Grupo Andino en la
Comunidad Andina de Naciones (CAN); se inicia el proceso bilateral de
integración entre la Argentina y el Brasil, con fuerte énfasis
en determinados sectores; como por ejemplo, el automotriz; se crea luego
el Mercosur; se incorpora México al área de libre comercio
de .iunérica del Norte, y comienza el proceso de concreción
de acuerdos comerciales preferenciales bilaterales con países del
resto del mundo, comenzando con los EEUU y con la Unión Europea.
En el inicio y en la evolución de esas dos primeras etapas de
la integración regional latinoamericana, tuvieron un impacto significativo
los cambios que simultáneamente se operaban en el contexto global.
A ellos se suman las profundas transformaciones económicas y políticas
que se han producido -también con un alcance diferenciado- en la
región y en cada uno de sus países. América del Sur,
en particular, presenta ahora un cuadro de mayor densidad en las conexiones
entre sus sistemas productivos y, en particular, en el campo de la energía.
Y muchos de sus países han experimentado muy notorias evoluciones
en sus desarrollos, tanto en el plano económico como en el político.
¿Se está iniciando ahora una nueva etapa de la integración
regional en América Latina? Hay elementos para una respuesta afirmativa.
Ella estaría siendo impulsada por varios factores. Un primer factor
es el surgimiento de una pluralidad de opciones en la inserción
de cada país latinoamericano en los mercados del mundo, resultante
del número creciente de protagonistas relevantes en todas las regiones
y del acortamiento de todo tipo de distancias. El segundo, es que se entiende
que tales opciones pueden ser aprovechadas simultáneamente. Y el
tercero, es que es factible desarrollar en la mayoríade las opciones
abiertas, estrategias de ganancias mutuas, en términos de comercio
de bienes y de servicios, de inversiones productivas y de incorporación
de progreso técnico.
Pero otro factor que impulsa hacia nuevas modalidades de integración
en el espacio regional latinoamericano, así como en sus múltiples
espacios sub-regionales, es la creciente insatisfacción que se
observa en varios de los países con los resultados obtenidos con
los procesos actualmente en desarrollo.
Tal insatisfacción puede dar lugar al menos a dos escenarios.
El primero es el de una cierta inercia integracionista. Implica continuar
haciendo lo mismo que hasta ahora, es decir, no innovar demasiado. El
riesgo es que el respectivo proceso de integración se torne irrelevante
para determinados países. En tal caso, podría terminar predominando
sólo una apariencia de algo de creciente obsolescencia y con reducida
incidencia relativa en las realidades del comercio y las inversiones.
El segundo escenario es el de una especie de síndrome fundacional.
Esto es, echar por la borda lo hasta ahora acumulado, tanto en términos
de estrategia regional compartida como de relaciones económicas
preferenciales y, una vez más, intentar comenzar de nuevo.
Hay sin embargo un tercer escenario imaginable. Probablemente sea el
más conveniente y es factible. Es el capitalizar experiencias y
resultados acumulados, adaptando estrategias, objetivos y metodologías
de integración a las nuevas realidades de cada país, de
la región y sus sub-regiones, y del mundo.
¿Qué enseñan las experiencias acumuladas en estos
cincuenta años? Pueden destacarse algunas lecciones más
significativas. La primera se refiere a la importancia de conciliar conducción
política con solvencia técnica. Ello implica una participación
directa del más alto nivel político en el trazado y seguimiento
de la respectiva estrategia y, a la vez, una adecuada formulación
técnica en cuanto a objetivos, instrumentos y métodos de
los acuerdos de integración. Es además, una garantía
contra la generación de una especie de romanticismo integracionista,
según la cual hipotéticas racionalidades supranacionales
constituyen la fuerza motora de un determinado proceso regional.
Difícil es aún visualizar si el escenario de adaptación
se producirá o no. Pero el derrotero de estos cincuenta años,
con sus logros y frustraciones, permite anticipar que la integración
regional continuará siendo valorada por los respectivos países
y sus opiniones públicas. Al menos, parece haber cierto consenso
en que los costos de la no integración pueden ser elevados. Ello
inclina el pronóstico a predecir un desarrollo sinuoso, con avances
y retrocesos, heterodoxo trabajo. La segunda se refiere a la necesidad
de adaptar en forma constante objetivos e instrumentos a las cambiantes
realidades, preservando a la vez un cierto grado de previsibilidad en
torno a reglas de juego y disciplinas colectivas que se puedan cumplir.
Y la tercera lección, se refiere a la importancia de que cada país
tenga una estrategia nacional propia con respecto al respectivo proceso
de integración.
El que el camino a lo regional comienza en una correcta definición
del respectivo interés nacional, es una constatación que
deriva de la experiencia concreta de estos años. Los países
con una idea más clara de sus intereses, son los que quizás
mejor han aprovechado pero persistente, hacia un mayor grado de integración
en todos los planos -no sólo el económico- entre los países
de la región y en sus distintas sub-regiones. Es posible imaginar
al respecto, una mayor aproximación a lo que ha sido en los últimos
años el modelo asiático y, eventualmente, al que también
podría llegar a ser en el futuro el modelo europeo.
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