Tras cinco años en que ellas han estado adormecidas, se observan
ahora señales claras en el sentido que tanto el Mercosur como la
Unión Europea intentarán concluir las negociaciones de un
acuerdo de asociación bi-regional. Incluso se espera que al menos
un avance significativo pueda concretarse en ocasión de la Cumbre
de los países de América latina y el Caribe y los de la
Unión Europea, a realizarse en Madrid en mayo próximo.
Será algo difícil de lograr. Pero no es imposible. Dependerá
en gran medida de la intensidad del liderazgo necesario para desatar los
nudos que han trabado las negociaciones. Se observa suficiente voluntad
político en dos protagonistas claves que son los gobiernos de España
y de la Argentina. A ambos les toca presidir su respectivo acuerdo regional
en ocasión de la Cumbre de Madrid.
En el caso del Mercosur, en la reciente Cumbre de Montevideo las señales
fueron claras tanto en el discurso de la presidenta Cristina Fernández
de Kirchner que incluso avanzó propuestas sobre la metodología
a emplear para relanzar las negociaciones como en el pronunciamiento
final de los presidentes.
Por su parte el Foro Empresario Mercosur-Unión Europea (MEBF),
que reúne a empresarios de ambas regiones, entregó a los
cuatro Presidentes de los países del Mercosur un documento en el
que expresan su apoyo a la conclusión del acuerdo bi-regional.
Resaltaron que se requiere de liderazgo político, compromiso y
flexibilidad para alcanzar la meta de una zona de libre comercio que tome
en consideración las diferencias en el grado de desarrollo de ambas
regiones y en los países que las componen. Reconocieron la necesidad
de un esfuerzo negociador renovado que procure soluciones creativas a
los problemas que hasta ahora han trabado los avances.
Se observa entonces, tanto en el plano gubernamental como en el empresario,
la percepción de que es conveniente y posible avanzar en las negociaciones
de un acuerdo bi-regional que sea, a la vez, ambicioso y equilibrado.
También se observa el reconocimiento de que para avanzar, se necesita
de un fuerte compromiso político de ambas partes y una dosis de
flexibilidad, tanto con respecto a las metodologías a emplear en
las negociaciones como en la construcción de los compromisos a
asumir y en los instrumentos a emplear. Fórmulas de múltiples
velocidades y de geometría variable parecen ser fuertemente recomendables,
tanto en estas negociaciones como en el propio Mercosur.
Es necesario asimismo una recíproca comprensión de las
realidades diferentes de ambos espacios geográficos regionales
y de sus procesos de integración. Ello implica por el lado del
Mercosur, tomar en cuenta el hecho que la Unión Europea es sensible
a los precedentes que el eventual acuerdo bi-regional pueda tener sobre
otras negociaciones que desarrolle en su estrategia global. Y por el lado
de la Unión Europea, implica reconocer características propias
de un Mercosur que no ha sido construido siguiendo el modelo europeo,
y en el que las reglas de juego formales se interpretan muchas veces por
comportamientos concretos de cada socio aceptados, a veces tácitamente,
por los otros socios. De allí surge una imagen de precariedad que
dista de ser lo deseable, pero que permite continuar con un proceso de
integración que aún con sus imperfecciones, es preferible
al predominio de la fragmentación y a las consecuencias de conflictos
que carezcan de un marco institucional aceptado por los países
involucrados.
Es posible entonces sostener que se ha abierto una ventana de oportunidad
y de que así lo entienden los gobiernos y los respectivos sectores
empresarios. Aprovecharla puede traer beneficios a ambas regiones en un
momento en que subsisten fuertes dudas sobre la evolución futura
de la nueva realidad política y económica global y, en el
plano comercial, sobre cuánto y cuando se podrá avanzar
en la Rueda Doha.
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