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  Félix Peña

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  Revista América Economía | 5 de octubre 2009

Confianza recíproca


 

La cumbre de Unasur reflejó una voluntad colectiva por la paz y estabilidad.


Los problemas internacionales complejos no se resuelven de una sola vez. Suelen requerir tiempo. Especialmente si tienen historia larga y trascienden a los gobiernos actuales de los respectivos países. Lo importante es la eficacia de los procesos orientados a resolverlos. En tal perspectiva conviene situar la apreciación sobre el papel de la Unasur en el escenario sudamericano.

La Unasur es un embrionario mecanismo de trabajo conjunto entre países de la región. Formalmente no es aún un organismo internacional. No existe como algo separado de sus países miembros. Su convenio no ha entrado en vigencia. Por el momento es algo más en la línea de lo que es –con alcance latinoamericano– el Grupo de Río. Pertenece a la nueva generación G en el escenario internacional (G8, G20, G2, etc.).

En la cumbre de La Moneda, en Santiago de Chile (cuando se trató un problema que afectaba a Bolivia), la Unasur puso en evidencia ser un ámbito apto para abordarlo. Demostró voluntad de los países sudamericanos de encarar juntos los problemas que se plantean. Intenta ser un espacio válido para impulsar la aproximación colectiva a cuestiones que trascienden a un país y que pueden afectar a la paz y estabilidad política de la región. Si permite preservar la voluntad de diálogo entre los países, ya significa mucho.

Tras cinco décadas de intentos orientados a lograr una mayor integración regional, los resultados siguen siendo reducidos. Por momentos los avances pertenecen más al plano de lo retórico que de lo concreto. Sin embargo, es posible visualizar que sigue vigente la idea de que la lógica de la cooperación predomine sobre la de la fragmentación. Quizás porque se intuye que los costos de la no integración pueden ser muy altos. Pero la realidad demuestra que en el espacio sudamericano llevará tiempo lograr algo similar a lo que también en 50 años se obtuvo en Europa.

La última cumbre de la Unasur ilustra sobre la tensión constante entre ambas lógicas en el espacio sudamericano. Gracias al acierto de su difusión en directo por la televisión, la gente pudo observar sin intermediaciones diferencias y diversidades que caracterizan a la región. Siguiendo el precedente de la Cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo, se dejó de lado así un concepto anticuado de una diplomacia presidencial lejana al público. Ello no impidió que se hablara con franqueza.

En cierta forma, la cumbre de Bariloche fue un espejo de la compleja realidad sudamericana. Y ése es uno de sus principales méritos. Puso de manifiesto algunas de las múltiples fracturas existentes en la región. Pero, a su vez, dejó la sensación de protagonistas que reconocen límites que les impone un denso tejido de intereses cruzados. En la perspectiva de lo deseable, lo acordado puede ser considerado tímido. Pero fue lo posible. Y, bien desarrollado, podría ser un paso en la buena dirección.

Por lo demás, la cumbre reflejó un grado de voluntad colectiva dirigida a lograr que la paz y estabilidad política predominen en la región. Sin ellas es difícil avanzar en una integración productiva basada en reglas que se cumplan. Pocos se inclinarán a invertir en función de un espacio regional con reglas de juego precarias y en el que predomine la lógica del conflicto. De ahí el acierto de una diplomacia presidencial orientada a construir un clima más apropiado a la convivencia de las múltiples diversidades existentes. Lo logrado, aunque sea poco, puso de manifiesto el papel que le cabe a un núcleo duro de países que aspiran a una región en la que predomine la lógica de la cooperación.

La esencia de Bariloche ha sido el reconocimiento, al más alto nivel y en público, de la necesidad de construir confianza recíproca entre los países de la región. No es tarea fácil precisamente por el hecho que las diferencias existentes son pronunciadas y tienen raíces profundas. Pero se ha dado un paso importante al reconocerse que los problemas deben ser abordados a través del diálogo y con la participación de todos. Siguiendo el precedente de la cumbre de La Moneda, se emitió una señal clara sobre la disposición de una región a encarar sus propios problemas. Para ello se reconoció la necesidad de verificar colectivamente hechos que pueden alimentar la lógica del conflicto e incluso la del combate. Es un resultado concreto de esta cumbre.

Generar un clima de confianza recíproca será una tarea que demandará tiempo. Pero tal como lo reconociera Jean Monnet, un inspirador de la construcción europea, sin tal confianza será difícil dotar a la integración regional de una base política más sólida para su desarrollo. Sin ella todo intento de construir una región atractiva para la inversión productiva y el comercio recíproco carecerá de suficiente eficacia y credibilidad.



Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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