"El Mercosur anda rengo y a la miseria". Lo dijo José
Mujica, candidato presidencial del Frente Amplio en el Uruguay. Ilustra
una sensación dominante. Resulta difícil explicar hoy, incluso
en terceros países, sobre cuál es la relevancia actual del
Mercosur. Se observa mucho escepticismo. Puede ser uno de los factores
que explique el diluido interés europeo en las negociaciones comerciales
iniciadas hace años.
Además, profundos cambios se han operado en el mundo y en la región
desde que el Mercosur fuera concebido. Los socios tienen hoy múltiples
opciones en el escenario global. Y el entorno regional se ha vuelto más
denso, diversificado y, por momentos, fragmentado.
Cabe recordar que desde su origen el Mercosur tiene un profundo sentido
político y estratégico. Evoca la idea de una región
de paz, democracia y estabilidad política. Un barrio de socios
y no de potenciales adversarios. Donde no sea necesario armarse para defenderse
del vecino, ahorrando recursos para fines de mayor interés social.
La idea central ha sido, además, plasmar la alianza estratégica
en un proyecto común. Centrado en la relación bilateral
entre Argentina y Brasil, tal proyecto fue abierto a Paraguay y Uruguay.
Chile fue convidado. Prefirió no participar, al menos como miembro
pleno. La incorporación de Venezuela no se ha completado aún.
Se lo concibió como un proyecto común con múltiples
desdoblamientos. Pero uno es central. Consiste en enhebrar una amplia
preferencia económica -no sólo comercial- entre los socios.
Su instrumento es el mercado común, entendido como una construcción
de largo plazo para lo cual se precisaron primeros instrumentos a lograrse
en un período de transición. Se establecieron bases de un
sistema de reglas comunes. Y se definió como principio central
el de la reciprocidad de derechos y obligaciones. O sea que un socio no
puede gozar de derechos en los otros, si es que no les otorga derechos
similares. Esto es válido tanto para el acceso a los respectivos
mercados, como para las condiciones bajo las cuáles sus empresas
pueden operar en ellos, incluyendo las compras públicas.
Negociar juntos frente a terceros países, fue considerada una
consecuencia natural del proyecto común. Resulta de la preferencia
económica y de uno de sus instrumentos que es el arancel externo
común. Dos frentes negociadores simultáneos fueron privilegiados:
el de la entonces Comunidad Europea y el de los Estados Unidos. Incluso
la idea de Washington de impulsar un área de libre comercio de
las Américas, tuvo fuerte incidencia en la decisión de acelerar
el proyecto común y de abrir simultáneamente el frente negociador
con los europeos.
Casi veinte años después, el Mercosur preserva en el plano
político y estratégico su razón de ser original.
Es algo que casi nadie cuestiona hoy. Los resultados han sido menos notorios
en la traducción de la idea estratégica en un proyecto común.
Especialmente en la concreción de la preferencia económica
entre los socios. Hay por cierto preferencias comerciales que permiten
discriminar frente a terceros en sectores relevantes de la economía.
Pero también hay precariedades en las reglas que se suponía
constituían seguros contra el proteccionismo y, como tales, factores
que inducían a concretar inversiones productivas en función
del mercado ampliado. En los hechos favorecen al Brasil.
De ahí que estando aún vigente la idea estratégica
fundacional, es recomendable profundizar un amplio debate sobre cómo
seguir construyendo el proyecto común y sobre sus modalidades y
alcances. En base a la experiencia acumulada las siguientes son preguntas
que merecerían respuestas: ¿Cómo conciliar en la
construcción del proyecto común un grado cierto de disciplinas
colectivas con flexibilidades previamente pactadas? ¿Cómo
introducir múltiples velocidades y geometrías variables
que contemplen diferentes realidades e intereses? ¿Cómo
garantizar el cumplimiento de lo pactado a fin de generar condiciones
propicias para las inversiones productivas y el desarrollo de cadenas
regionales de valor?
En aras de recuperar su futuro, el Mercosur "que anda rengo y a
la miseria" requiere un debate más metodológico que
existencial. No es recomendable caer en la tentación de comenzar
desde cero. Lo inteligente será capitalizar experiencias y seguir
construyéndolo a partir de activos acumulados.
|