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  Félix Peña

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  Revista Observatorio Social N°22 | Junio de 2009

Rescate del Mercosur como proceso de desarrollo compartido y profundo alcance político


 

Que el mundo se está tornando muy contaminante es algo reconocido. Lo es por un complejo de fenómenos, que si se los considera en forma aislada –por ejemplo, sólo en la perspectiva de la crisis financiera global con sus ya manifiestos efectos en la economía real y en el comercio mundial– no permiten captar en su plenitud las nuevas realidades que ahora comienzan a ser evidentes. En todo caso, el alcance de sus impactos sobre el desarrollo económico y social de los países de América Latina –y, por cierto, de otras regiones del mundo– son aún difíciles de apreciar.


Fareed Zakaria [1] es uno de los analistas que mejor ha definido el actual cuadro global, como uno de transformación profunda en la distribución del poder mundial [2]. Plantea “el ascenso del resto” – resultante del crecimiento económico de países como China, India, Brasil, Rusia, Sudáfrica, Kenia y “muchos, muchos más”- como el tercer desplazamiento tectónico del poder en quinientos años. Los otros dos fueron el surgimiento del mundo Occidental en el siglo XV y el de los EE.UU. como potencia global en el pasado siglo.

El fenómeno de la diseminación del poder mundial no debería sorprender. Hechos cargados de futuro lo han anticipado desde hace años. Un punto de inflexión lejano se encuentra en el poder que países en desarrollo productores de petróleo comenzaron a ejercer en 1973. Lo que sí podría ser preocupante es que, en sus diagnósticos e intentos de encontrar respuestas, los países del “viejo orden mundial” –que incluye a los EE.UU. y a los restantes del G.7-, no demuestren que estén asimilando la profundidad de los cambios en la distribución global del poder.

Es lo que plantea el columnista Philip Stephens [3], cuando al referirse al curso de colisión entre la globalización y los nuevos reflejos nacionalistas que se manifiestan, por ejemplo, en múltiples y originales formas de proteccionismo, se
pregunta sobre si las naciones ricas están preparadas para aceptar que sus posiciones privilegiadas estén siendo cuestionadas. Y afirma, con razón, que: “están todas ellas por un orden global más inclusivo; en la medida que la adición de nuevos miembros al club no diluya en forma alguna su propia autoridad”.

La llegada a la Casa Blanca de un nuevo presidente de los EE.UU. ha abierto una “ventana de oportunidad”, en cuanto a la posibilidad de que se desarrolle una visión estratégica y un liderazgo político, basado en un diagnóstico realista y en una voluntad de cooperar con muchos otros países, que permita construir un orden internacional funcional a la gobernabilidad global y al desarrollo económico y social. Por el momento, lo único que puede constatarse es que en medio de la confusión y desconcierto que predomina ante la magnitud de la crisis global, el “factor Obama” ha generado un espacio de esperanza.

Estamos entonces frente a una crisis sistémica mundial que recrea la clásica tensión histórica entre orden y anarquía en las relaciones internacionales [4]. Se manifiesta en la dificultad de encontrar en el ámbito de instituciones provenientes de un orden que colapsa, respuestas eficaces a problemas colectivos que se confrontan a escala global. Y el verdadero peligro es que ello se refleje –como ha ocurrido en el pasado- en el surgimiento de crisis sistémicas en el interior de países que han sido y son aún, protagonistas relevantes en el escenario internacional. Crisis sistémicas que produzcan un efecto dominó en distintos espacios regionales y, eventualmente, a escala global. Ello puede ocurrir en la medida que en distintos países, incluso los más desarrollados, los ciudadanos no sólo pierdan su confianza en los mercados, pero también en la capacidad de encontrar respuestas en el marco de los respectivos sistemas democráticos [5]. Podría ser un peligro más tangible en el caso de algunos países europeos. Si así fuere, los pronósticos sombríos de algunos analistas, podrían ser pálidos en relación a lo que habría que confrontar en el futuro.

Ya está claro que nuestra región no saldrá indemne de los cambios que se manifiestan a escala global. Ellos pueden dar lugar a reflejos condicionados de “sálvese quien pueda”. O, por el contrario, pueden incentivar respuestas colectivas creativas que permitan capitalizar oportunidades y reforzar la vocación de trabajo conjunto. Es quizás éste el desafío que tiene por delante un Mercosur sediento de renovación. Implica reconocer que su concepción y su arquitectura fundacional proveniente de un orden mundial en extinción, deben ser rejuvenecidas.

El Mercosur, tiene desde sus orígenes una clara motivación política. Es propio de procesos de integración, basados en el consenso y en una visión común de largo plazo, entre naciones soberanas que comparten un espacio geográfico regional [6]. Es una motivación política arraigada en similares intereses nacionales en torno a objetivos estratégicos valiosos para las naciones participantes. Son objetivos relacionados con el predominio de la paz y la estabilidad política en el espacio geográfico regional compartido, como forma de tener un clima funcional a la democracia, la cohesión social, la transformación productiva conjunta y la inserción competitiva en el escenario global. Una de sus consecuencia es la de
fortalecer la capacidad de cada país, actuando en común, de negociar mejores condiciones para proyectar al mundo su capacidad de producir bienes y servicios, que sean competitivos y apreciados por los consumidores de otros países.

Pero la motivación política no es suficiente. Un proceso de integración es sustentable en el tiempo, en la medida que sus reglas generen condiciones apropiadas para la inversión productiva y la consiguiente generación de empleo, en cada uno de los países participantes. Ello es difícil de lograr en la práctica,
si es que existen condiciones de profundas asimetrías de poder y de desarrollo económico relativos. En todo caso, depende mucho de la calidad institucional del proceso de integración. Ella nutre en el desarrollo de bienes públicos regionales,
que permitan generar los tres productos que posibilitan que la integración
pueda aspirar a ser relativamente irreversible. La experiencia europea demuestra que tales productos son las redes, las reglas y los símbolos comunes. Las redes resultan de un tejido denso de intereses sociales compartidos, especialmente
los que se reflejan en cadenas de valor de alcance regional y proyección global. Las reglas –formales, pero también las informales- son las que reducen el espacio de incertidumbres y precariedades, especialmente en el acceso a los respectivos
mercados, como condición indispensable para incentivar decisiones de inversión productiva en función del espacio económico común. Y los símbolos, son los que permiten identificar el espacio regional en el imaginario colectivo de cada uno de
los países participantes. Un ejemplo, en tal sentido, es lo que significa hoy el Euro, como factor fundamental del desarrollo de una identidad europea.

El Mercosur dista de haber generado tales productos, al menos en forma suficiente para preservar su credibilidad y su legitimidad social en el interior de cada uno de sus países miembros. A pesar de los avances logrados, redes, reglas y símbolos, son aún muy débiles para asegurar su relevancia y su irreversibilidad.

Rescatar al Mercosur como proyecto compartido de valor político estratégico y como instrumento funcional al desarrollo económico y social de cada uno de los países miembros, es entonces una de las prioridades que plantean los desafíos y oportunidades que resultan de las profundas transformaciones manifiestas en los últimos años en el escenario internacional. Para que pueda brindar respuestas conjuntas que sean eficaces, se requiere adaptar sus instrumentos y reglas a las nuevas realidades. Es un trabajo de indudable proyección sudamericana, que requiere movilizar las respectivas sociedades en torno a propuestas funcionales, a la vez, a los respectivos intereses nacionales y a objetivos estratégicos comunes,
tanto políticos, como económicos y sociales?



NOTAS

[1]. Zakaria, Fareed, The Post-American World, W.W.Norton & Company, New York-London, 2008.

[2]. Guillebaud, Jean-Claude, Le Commencement d’un Monde, Seuil, Paris, 2008.

[3]. Diario Financial Times, del 23 de octubre de 2008.

[4]. Bull, Hedley, The Anarchical Society, A Study of Order in World Politics, Columbia University Press, New York, 1977.

[5]. Cattaneo, Olivier, The Political Economy of PTA’s, en Lester, Simon and Mercurio, Bryan, Bilateral and Regional Agreements, Commentary and Analysis,
Cambridge University Press, Cambridge 2009.

[6]. Moisi, Dominique, en Diario Financial Times, del 5 de octubre de 2008.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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