La falta de flexibilidades en los acuerdos comerciales internacionales
puede no ser funcional a lo que los países requieren para encarar
situaciones económicas excepcionales. Suelen alimentar tentaciones
a incumplimientos que conduzcan al deterioro de la eficacia de las reglas
de juego.
La tensión entre lo pactado y la realidad se intensifica en momentos
críticos de la economía global, como es el actual. La caída
de la actividad económica y la pérdida de empleos generan
presiones sociales que conducen a un proteccionismo abierto o encubierto.
Muchas veces ello se traduce en prácticas que vulneran compromisos
que un país ha asumido con respecto a su comercio de bienes y de
servicios.
En los acuerdos comerciales preferenciales, en los de integración
económica y en los multilaterales globales, las válvulas
de escape se suelen introducir precisamente para generar la flexibilidad
que los países requieren en circunstancias especiales. Pueden tener
distintas modalidades. En general se las conoce como medidas de salvaguardia.
Suelen tener tres características: ser excepcionales, responder
a criterios definidos en las reglas del acuerdo, y requerir procedimientos
especiales destinados a evitar abusos y comportamientos discrecionales
unilaterales.
La profundidad de la actual crisis global y su incierta evolución
futura están instalando la necesidad de revisar la cuestión
de los mecanismos de salvaguardia, al menos en dos ámbitos. Uno,
el de la Organización Mundial del Comercio y el otro, el del Mercosur.
En los dos se están observando los inconvenientes que pueden producir
la insuficiencia o, peor aún, la ausencia de válvulas de
escape que permitan descomprimir presiones que se generan, especialmente
cuando en un país el deterioro del comercio exterior tiene un impacto
excepcional en el nivel de empleo o cuando la apertura comercial afecta
objetivos de desarrollo de determinados sectores productivos.
La relación entre distintas sensibilidades a la apertura de los
mercados y las negociaciones comerciales se ha puesto en evidencia en
la Rueda Doha. La cuestión de las salvaguardias especiales, en
relación tanto al comercio agrícola como al de productos
manufacturados no agrícolas, es precisamente uno de los nudos aún
no resueltos en las actuales negociaciones multilaterales. Incluso un
mecanismo de salvaguardia previsto en el GATT -el de su artículo
XVIII/C- en función de los requerimientos del desarrollo económico,
ha perdido eficacia práctica por el alcance de los procedimientos
establecidos.
De allí que tenga sentido el examinar con atención propuestas
que han avanzado especialistas -entre otros, Dani Rodrick y Richard Baldwin-,
orientadas a introducir en la OMC nuevas salvaguardias, sea en función
de los efectos de la crisis global o de las sensibilidades que puedan
existir en determinados sectores, especialmente en el caso de los países
en desarrollo. Analizarlas debería ser una prioridad de todos aquellos
interesados en preservar la eficacia del sistema GATT-OMC.
A su vez, la recurrencia de los conflictos comerciales entre los socios
del Mercosur, tales como los observados en los últimos meses y,
con anterioridad, en el período 1998-2002, pone de manifiesto que
la ausencia de válvulas de escape contribuye a generar costos políticos
que podrían atenuarse.
Se observa la creencia que una unión aduanera no puede tener tales
mecanismos excepcionales. Difícil resulta encontrar un fundamento
técnico en el que tal creencia pueda basarse.
Son conflictos comerciales que sólo han afectado alrededor del
5% del comercio recíproco. Pero el ruido que generan está
afectando la eficacia de un proceso de integración que tiene un
alto valor político, a pesar de sus imperfecciones, incluso para
la estabilidad y gobernabilidad del espacio geográfico sudamericano.
Analizar la cuestión de las salvaguardias es entonces, tanto en
el Mercosur en la OMC, algo prioritario.
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