Serenidad, propensión al diálogo y una razonable firmeza,
son rasgos de la personalidad de Barack Obama. En los primeros cien días
de su mandato se han puesto de manifiesto en su abordaje de cuestiones
internacionales relevantes. Está logrando cambiar las percepciones
que en el resto del mundo se tenían de Washington y de sus enfoques.
El factor Obama es importante por ser el presidente de los
Estados Unidos. Pero lo es también por la naturaleza de la actual
crisis global. Ella trasciende lo financiero y económico. Penetra
hondo en lo político, que es un plano en el que la calidad de los
liderazgos marca la diferencia. Refleja la profunda transformación
que se está operando en la distribución del poder mundial.
Como señala Fareed Zakaria (El Mundo después de USA,
Espasa, Madrid 2009), estamos ante un desplazamiento de placas tectónicas
de poder con el surgimiento de nuevos protagonistas relevantes en la escena
global. No implica, por cierto, que los Estados Unidos hayan perdido relevancia
como gran potencia. Implica sí que su poder tiene límites.
Tener conciencia de ello es un aporte que Obama introduce en la gestión
de la agenda global.
El mundo que está emergiendo tiene múltiples centros de
poder. Establecer un razonable equilibrio entre anarquía y orden
a escala global, requerirá una firme propensión al trabajo
conjunto entre distintos protagonistas. Como ha señalado en otro
libro reciente el francés Jean-Claude Gillebaud, se ha entrado
en una era de modernización mestiza, en que todo se mezcla y en
la que administrar las diversidades será un continuo desafío.
Por su historia personal y por su estilo Obama es un lider con condiciones.
Refleja también cambios profundos que se han operado en las últimas
décadas en su propio país. Lo puso de manifiesto en las
Cumbres de Londres y de Puerto España. En ambos casos evitó
imponer rumbos. Su preocupación principal estuvo centrada en la
necesidad de desarrollar respuestas colectivas que puedan aspirar a ser
eficaces y a tener legitimidad social.
Durante mucho tiempo el mundo y nuestra región, percibieron en
Washington una tozuda visión unilateral de la realidad internacional.
La era Bush generó resentimientos y perplejidades. Es prematuro
aún para diagnosticar que la nueva administración logrará
traducir el estilo de su presidente en el estilo de una Nación.
Pero mucho dependerá también del aporte que los otros protagonistas
relevantes puedan efectuar al desarrollo de una cultura del trabajo conjunto,
traducida en propuestas realistas que privilegien la lógica de
la cooperación por encima de la de la confrontación.
En el plano hemisférico, el factor Obama requerirá ahora
de estilos y actitudes similares de los otros protagonistas relevantes.
Puerto España significó un paso hacia una nueva etapa. Los
países latinoamericanos deberán también poner de
manifiesto capacidad para articular liderazgos colectivos en la solución
de problemas relevantes de la agenda regional.
|