El proteccionismo está retornando, casi por goteo, como problema
relevante de la agenda del comercio mundial. Por momentos, flota en el
ambiente el espectro de un escenario con elementos similares a los de
la pasada década de los 30. Las diferencias de la situación
de los días actuales, sin embargo, son notorias. Tres merecen destacarse.
La primera es que en aquella época no existía un sistema
multilateral como el de la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Sus reglas y disciplinas colectivas implican un límite al poder
discrecional de los países para restringir o distorsionar corrientes
de comercio. No habría espacio hoy para algo similar a la Smoot-Hawley
Tariff, por ejemplo.
Pero el problema es que en muchos casos, el sistema multilateral establece
un techo suficientemente alto como para que bajo él se cobijen
múltiples modalidades de proteccionismo. Especialmente aquellas
de nueva generación, sutiles y difíciles de detectar, que
resultan de una gama amplia de restricciones no arancelarias, incluso
originadas en el propio sector empresarial, aliado con los consumidores
-reglas privadas que inciden, por ejemplo, en la comercialización
de alimentos-, o en el efecto que produzcan las medidas que están
aplicando los países en el intento de contrarrestar impactos de
la crisis en el nivel de la actividad económica y del empleo.
La segunda diferencia surge de la internacionalización de la producción
que se ha desarrollado con intensidad durante las últimas décadas.
Muchas empresas de muchos países -y no sólo de las naciones
más industrializadas- operan en el ámbito de cadenas de
valor de escala global. Un proteccionismo descontrolado significaría
una costosa complicación para los procesos productivos que abarcan
a múltiples países y regiones. Desatar el actual tejido
productivo global, retornando a un escenario de mercados compartimentados,
no parece ser una contribución eficaz para superar la actual crisis
económica mundial. Menos aún para evitar sus repercusiones
en el plano de la paz y la estabilidad política.
Y la tercera diferencia es que se supone que los pueblos aprenden de
sus errores. Y los que se cometieron en la década de los 30 fueron
suficientemente dramáticos como para que no se extraigan lecciones
para los tiempos actuales. Una conclusión importante se refiere
a los costos de la inexistencia de instituciones que permitan a las distintas
naciones disciplinarse y encarar juntas problemas colectivos. Tal lección
condujo al actual sistema multilateral de comercio, como parte de una
red más amplia de instituciones de cooperación internacional.
Más allá de las insuficiencias que ellas presentan hoy,
constituyen una densa red de bienes públicos, globales y regionales,
que se deben preservar y fortalecer.
Capitalizar las lecciones del pasado debería ser una tarea prioritaria.
Un plano en que ello parece fundamental es el de la OMC en la coyuntura
actual. En ese sentido, tres líneas de acción surgen como
inmediatas.
La primera de ellas consiste en cumplir con el mandato que el grupo G20
diera en su reciente Cumbre de Washington, en el sentido de concluir con
la Ronda Doha y de aplicar una especie de "tregua proteccionista".
El que esto no se haya logrado aún afecta incluso la credibilidad
del G20. Antes de la Cumbre de abril en Londres, parecería fundamental
enviar señales claras en el sentido de que el mandato puede cumplirse.
Aun cuando fuere una Ronda Doha con resultados menos ambiciosos que los
originalmente previstos.
La segunda línea consiste en desarrollar un mecanismo eficaz de
vigilancia frente a las tendencias proteccionistas -que contribuya a la
tregua-, incluyendo medidas que puedan ser compatibles con las reglas
actuales que tiene la OMC.
Y la tercera es concretar la Conferencia Ministerial prevista para este
año, con una agenda que no se limite a la Ronda Doha.
Cómo conciliar, en los compromisos que se asuman en adelante,
elementos de flexibilidad con las necesarias disciplinas colectivas, especialmente
en las respuestas que se den a la actual crisis y a los requerimientos
especiales de los países menos desarrollados, debería ser
un tema central en la nueva agenda de la OMC.
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