La crisis global se expande en sus efectos. De lo financiero se ha trasladado
a la economía real. En algunos países hay primeros síntomas
de contagio al plano político. El impacto en el comercio mundial
es notorio, sea en niveles de los intercambios como en tendencias al proteccionismo.
Como es natural cuando algo no fue previsto se observa desconcierto y
expectativas contrapuestas. Las positivas giran en torno al impacto que
tendrá el nuevo liderazgo americano. Las negativas se nutren en
el temor a la proliferación de imprevistos, en la eventual insuficiencia
del factor Obama y, en particular, en la evolución
futura de la economía china.
Ante crisis profundas, los desconciertos conducen a evocar precedentes
históricos, sea para interpretarlas o para encarar soluciones.
En relación al impacto en el comercio mundial, dos precedentes
son mencionados. Uno es el de la crisis de los años 30 con respecto
a los efectos de las tendencias al proteccionismo. Se sabe que de alguna
manera incidieron en el camino que condujo a la Segunda Guerra Mundial.
El otro es el de los acuerdos de Bretton Woods, de los cuales surgieron
instituciones capaces de formular respuestas concertadas a problemas colectivos.
En el caso del comercio internacional, el enfoque multilateral se plasmaría
luego en la creación del GATT.
En relación a un eventual efecto dominó en el proteccionismo,
un escenario similar a los años 30 es siempre factible. Pero es
difícil que se produzca. Al menos en los mismos términos.
Tres factores inciden al respecto. El primero es que ahora existe la OMC.
Como ha recordado en estos días Pascal Lamy, ella brinda una red
de seguridad contra la tendencia natural de todo país a proteger
por cualquier medio el empleo de sus nacionales. Es imperfecta y vulnerable,
pero es más de lo que se tenía cuando la ley Smoot-Hawley,
aprobada en 1930 por el Congreso americano, desató la carrera proteccionista.
El segundo es que en los últimos años se ha vuelto más
denso el tejido de redes internacionales de producción y de servicios.
Las industrias internacionalizadas dependen mucho del comercio mundial.
Las cadenas de valor transnacionales serían fácilmente desarticuladas
de acentuarse, como en los treinta, una carrera proteccionista. De allí
que generen intereses favorables a preservar las reglas y condiciones
que permiten operar simultáneamente en múltiples mercados.
Y el tercero, es el de la experiencia adquirida. Los efectos políticos
y no sólo económicos, del proteccionismo de los años
30, fueron suficientemente graves como para que no se procure evitarlos.
Ello explica la activación de alarmas ante medidas anunciadas por
distintos gobiernos en las últimas semanas.
En términos de respuestas a la crisis global el precedente de
los acuerdos de Bretton Woods tiene validez. Lo ideal, por cierto, sería
que del actual G20 surja una acción concertada orientada a renovar
las actuales instituciones de cooperación internacional, adaptándolas
a los desafíos del siglo XXI. Difícil es, sin embargo, que
ello ocurra. Al menos en el corto y quizás también mediano
plazo. La razón es simple. Bretton Woods fue posible porque estaba
claro donde residía el poder mundial. Era la resultante de una
guerra. El liderazgo americano resultaba indisputable. Nada similar existe
hoy. Las nuevas realidades del poder global tardarán a decantarse.
Sólo entonces se podrá saber cuál es el número
que se agrega a la letra G, a fin de calibrar un ámbito institucional
con suficiente masa crítica para traducir decisiones en hechos
concretos.
A la espera de condiciones para un eventual Bretton Woods II, es recomendable
seguir haciendo lo necesario para fortalecer la OMC. Implica concluir
la Rueda Doha, incluso en una versión menos ambiciosa. Pero requiere,
sobre todo, una agenda de trabajo que permita encarar urgentes y eficaces
respuestas a los efectos de la crisis sobre el comercio y el desarrollo.
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