Sería un error aspirar al desarrollo futuro del Mercosur sin tomar
en cuenta los cambios operados en el mundo y en la región. Ellos
se han acentuado en los últimos meses y continuarán profundizándose.
El de hoy es un mundo multipolar que, por su diversidad, ofrece múltiples
opciones a todo país que tenga una estrategia de inserción
internacional. En tal perspectiva, se suele afirmar que el Mercosur ha
quedado chico. No sólo en el caso del Brasil. De allí la
creciente demanda de flexibilizar sus compromisos a fin de ganar en libertad
de maniobra.
A su vez el contexto sudamericano se ha vuelto más denso, diverso
y dinámico. Los factores de convergencia coexisten con fuerzas
profundas que impulsan a la fragmentación. La gobernabilidad del
espacio regional es hoy una cuestión prioritaria. Revaloriza al
Mercosur como un núcleo duro de paz y estabilidad política
en América del Sur, que se asienta sobre la solidez de la relación
entre Argentina y Brasil.
La insatisfacción sobre el estado actual del Mercosur es ya evidente.
Se traduce en comportamientos funcionales a escenarios que no parecen
contribuir ni a resolver los problemas existentes, ni a plantear opciones
funcionales a la preservación de su valor político y económico.
Una es la del "status-quo".
Consiste en mantener cierta inercia en su funcionamiento, sin que se
adopten compromisos que sean efectivos y eficaces, y combinado con una
retórica que está perdiendo credibilidad en sus destinatarios,
sean ellos ciudadanos, inversores o terceros países. Otra es la
del "retroceso explícito". Implica transformar la unión
aduanera en una zona de libre comercio. Requiere renegociar el tratado
fundacional. Tiene obvios riesgos políticos. Y la tercera es la
del "vaciamiento".
Consiste en generar mecanismos de trabajo paralelos a su ámbito
actual. Sea por canales bilaterales entre sus países miembros o
en las negociaciones -eventualmente no preferenciales- con terceros países
o bloques. Sea diluyendo su acción en nuevos ámbitos institucionales
de alcance más amplio.
Hay margen, sin embargo, para fortalecer el Mercosur adaptándolo
a las nuevas realidades internacionales. Implica trabajar simultáneamente
en tres frentes, en base a los activos ya acumulados.
Uno es el de la articulación política y estratégica
entre sus socios. Es lo que permite visualizar al Mercosur como un bien
público funcional a la gobernabilidad del espacio sudamericano.
Requiere complementar su acción con la de la UNASUR.
El segundo es el de la preferencia económica. Su solidez tiene
impacto directo en los flujos de comercio e inversión entre los
socios, permitiendo generar empleo y articular los sistemas productivos.
Es la base de la plataforma para competir y negociar en el plano regional
y global. Y es la que se supone que debe generar la percepción
de ganancias mutuas entre los socios. En ella reside una de las claves
de la eficacia del proyecto Mercosur y de su legitimidad social. De hecho
se ha deteriorado en su calidad y efectos. Requiere entonces de una urgente
re-ingeniería.
Y el tercer frente es el de los mecanismos de concertación de
voluntades nacionales en torno a una visión común. Es lo
que permite definir hojas de ruta creíbles y producir reglas de
juego que penetren en la realidad. También en este plano las insuficiencias
y deficiencias son notorias. Nadie cumple la función de facilitar
la articulación de intereses nacionales diversos. Y el que cada
socio pueda determinar que es lo que puede o no cumplir en relación
a las reglas libremente pactadas, es algo que conspira contra la posibilidad
de un trabajo conjunto mutuamente beneficioso.
Para poner al Mercosur a tono con nuevas realidades, se requieren instrumentos
que concilien demandas de flexibilidad con disciplinas colectivas. Significa
introducir criterios de geometría variable, múltiples velocidades
y aproximaciones diferenciadas según sean las cuestiones a abordar.
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