El Mercosur y la Organización Mundial del Comercio (OMC) son ámbitos
institucionales relevantes para la inserción comercial externa
de la Argentina. En la actualidad son los más relevantes, junto
con la ALADI en cuyo marco se han celebrado numerosos acuerdos preferenciales
con otros países latinoamericanos. La ALADI permite legitimar en
el ámbito de la OMC -por el juego de la llamada Cláusula
de Habilitación pactada en la Rueda Tokio en 1979- las preferencias
que se otorgan los países de la región, especialmente a
través de la red de acuerdos de alcance parcial.
Las reglas de juego originadas en estos ámbitos institucionales,
tienen incidencia en la proyección al mundo de la capacidad de
producir bienes y de prestar servicios de las empresas que operan en el
país. Generan disciplinas colectivas que pueden permitir, si se
respetan y son bien utilizadas, neutralizar efectos sobre el comercio
exterior resultantes de asimetrías de poder económico existentes,
tanto en el plano regional como, en particular, en el global.
En el caso del Mercosur, la importancia para la Argentina y sus socios
trasciende el plano económico y comercial. Penetra hondo en el
político, ya que está vinculado con la preservación
de un entorno sudamericano de razonable gobernabilidad, que sea funcional
a los esfuerzos nacionales de transformación productiva y de desarrollo.
Es una función que abre un amplio espacio de complementación
con la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR). La reciente Cumbre
de La Moneda (Santiago de Chile), convocada de urgencia por la Presidenta
Bachelet con motivo de los acontecimientos políticos que han puesto
en alto riesgo la democracia e, incluso, la integridad territorial de
Bolivia, ha sido la primer demostración del papel político
que este nuevo ámbito institucional podrá desempeñar
en América del Sur.
En el caso de la OMC, la importancia deriva de sus objetivos de lograr
condiciones que permitan una continua expansión del intercambio
mundial de bienes y de servicios y, a la vez, un equilibrio razonable
de los muy diferentes intereses comerciales de sus múltiples países
miembros. lnstitucionaliza un sistema multilateral de comercio global
basado, entre otros, en el principio de no discriminación y en
reglas custodiadas por expertos -a través de su mecanismo de solución
de controversias-. En la medida que funcione bien y que se fortalezca,
debería permitir aspirar a un cuadro de ganancias mutuas para todos
los países miembros, incluso los menos desarrollados.
Los dos ámbitos institucionales enfrentan continuos desafíos.
Seguirá siendo así en el futuro. Son desafíos relacionados
con su eficacia y, en última instancia, con su legitimidad social.
Pueden llegar a ser verdaderos desafíos sistémicos, esto
es, que cuestionen la propia supervivencia del respectivo ámbito,
al menos para poder seguir siendo percibido como relevante por los países
y sus empresas.
Tales desafíos se complican por el hecho que el escenario internacional
actual se caracteriza por una fuerte dinámica de cambio y, más
recientemente, por la acumulación de signos que tornan previsible
la "tormenta perfecta". La propensión a disciplinas colectivas
en las relaciones comerciales internacionales puede entonces erosionarse
gradualmente, como resultado de los reflejos individuales de supervivencia
que producen las incertidumbres globales y regionales.
Es una dinámica de cambio que genera -como todo momento que puede
ser calificado de revolucionario en términos históricos-
continuos efectos
de obsolescencias en la vida social, política y económica,
tanto en el plano interno de las naciones como en el internacional, sea
éste global o regional. Obsolescencias que resultan de quedarse
muchos protagonistas apegados a realidades del pasado superadas por los
hechos. Que dificultan por ende proyectarse hacia un futuro esencialmente
incierto pero que con seguridad será distinto. Pero que en el caso
de los ámbitos institucionales internacionales pueden deteriorar,
de no mediar una estrategia de adaptación, su capacidad para brindar
respuestas colectivas a problemas nuevos, que también son colectivos.
Es éste quizás el verdadero riesgo sistémico que
enfrentan hoy, tanto el Mercosur como la OMC, esto es, el riesgo de la
obsolescencia.
En el caso del Mercosur, los principales riesgos de obsolescencia continúan
observándose en el plano existencial (¿tiene sentido el
Mercosur?) y en el metodológico (¿cómo articular
el trabajo conjunto y preferencial entre sus países miembros?).
La reciente Cumbre de Tucumán (30 de junio y 10 de julio de 2008)
no ha permitido en tal sentido demasiados avances sustantivos.
En el plano político, la Cumbre dejó un saldo que podría
considerarse como positivo. Permitió una vez más un diálogo
directo entre Presidentes de países miembros y asociados del Mercosur,
en el cual tuvo un lugar destacado la reacción conjunta frente
al enfoque que está predominando en la Unión Europea en
la cuestión de las migraciones, de claro impacto en diversos países
sudamericanos. En el plano de la construcción de un espacio económico
preferencial -por su sentido político es una de las razones de
ser más profundas del Mercosur- los resultados son menos notables.
Uno a destacar es el de la aprobación por el Consejo de Ministros
de una Decisión sobre un programa de integración productiva.
Tiene por ahora un alcance programático. Otra es la de un fondo
de apoyo a pequeñas y medianas empresas. Su primera etapa será
un fondo de garantías. Sigue pendiente decidir sobre cómo
será instrumentado. Otros resultados se han manifestado en el plano
bilateral (tal el caso del régimen especial del sector automotriz
y de la utilización de moneda local en el comercio intra-regional).
No se logró aprobar, en cambio, el Código Aduanero del
Mercosur. Es una asignatura que queda pendiente para la Cumbre a realizarse
en Salvador, Bahía, el próximo mes de diciembre. Puede entenderse
que será una de las prioridades de la Presidencia ProTempore que
ejerce en este segundo semestre el Presidente Lula.
Dos cuestiones prioritarias continúan pendientes de definiciones
políticas en el Mercosur. La dilación en encararlas contribuye
a explicar sus riesgos sistémicos. Una es la de la institucionalización
de la función de facilitación del proceso de concertación
de intereses nacionales. La otra es la de la solidez de la preferencia
regional en términos de seguridad en el acceso a los respectivos
mercados. Es una cuestión que afecta las decisiones de inversión
en función del mercado ampliado, especialmente en los países
con mercados de menor dimensión relativa.
En el caso de la OMC el principal riesgo sistémico proviene de
la erosión que se está produciendo en los principios, reglas
e instituciones resultantes del sistema GATI-OMC, que ya ha cumplido sesenta
años y que ha contribuido a la expansión del comercio mundial
de bienes y de servicios.
¿Y porqué constituyen una amenaza al "club global"
de la OMC? Fundamentalmente porque erosionan el principio básico
de la no discriminación entre sus miembros. Las reglas del GATT-1994
contemplan la posibilidad de que acuerdos preferenciales, con el formato
de zonas de libre comercio o de uniones aduaneras, sean concluidos por
un grupo de países miembros. También rige la "Cláusula
de Habilitación". Pero el problema se plantea cuando ellos
se multiplican a causa de las dificultades para avanzar en las negociaciones
de la Rueda Doha. Es decir, cuando comienzan a reflejar la percepción
de que la vía multilateral global no es eficaz para abrir mercados
o para generar disciplinas colectivas en el comercio internacional.
Lo que está en juego en la Rueda Doha es mucho más que
el resultado de las actuales negociaciones comerciales multilaterales.
Es el propio sistema de comercio global el que está en zona de
riesgo. No tanto porque un fracaso este año -que implicaría
en el mejor de los casos posponer las negociaciones por dos o tres años-
conduzca al colapso de la OMC. Pero sí porque podría significar
una erosión gradual de su legitimidad como foro que garantice los
intereses comerciales de todos sus miembros. La resultante sería
acentuar la tendencia a la proliferación de acuerdos preferenciales.
Los riesgos sistémicos en el Mercosur y en la OMC son superables.
Pero requieren para ello un diagnóstico actualizado sobre sus raíces
y alcances, Requieren sobre todo, mucha voluntad al más alto nivel
político para enfrentarlos y sobre todo, mucho sentido práctico.
|