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  Félix Peña

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  Diario El Cronista | 30 de octubre de 2008

Los riesgos de un mundo tóxico


 

Está claro que la región no saldrá indemne de los cambios profundos que se están manifestando a escala global. Ellos pueden dar lugar a reflejos condicionados de ‘sálvese quien pueda’. O, por el contrario, pueden incentivar respuestas colectivas creativas.

Que el mundo se está tornando muy contaminante es algo reconocido. Por ahora no sería por los efectos del cambio climático. Pero sí por un complejo de fenómenos, que si se los considera en forma aislada -por ejemplo, sólo en la perspectiva de la crisis financiera global con sus ya manifiestos efectos en la economía real- no permiten captar en su plenitud las nuevas realidades que ahora comienzan a ser evidentes.

Quizás sea Fareed Zakaria (en su libro ‘The Post-American World’, Norton, New York-London 2008) uno de los analistas que mejor ha definido el cuadro actual. Plantea lo que denomina ‘el ascenso del resto’ -que visualiza como resultante del crecimiento económico de países como China, India, Brasil, Rusia, Sudáfrica, Kenia y ‘muchos, muchos más‘- como el tercer desplazamiento tectónico del poder en quinientos años. Los otros dos fueron el surgimiento del mundo Occidental en el siglo XV y el de los Estados Unidos como potencia global en el pasado siglo.

El fenómeno de la diseminación del poder mundial no debería sorprender. Hechos cargados de futuro lo han venido anticipando desde hace años. Un punto de inflexión lejano se encuentra en el poder que países en desarrollo productores de petróleo comenzaron a ejercer en 1973. Lo que sí podría ser preocupante es que, en sus diagnósticos e intentos de encontrar respuestas, los países del ‘viejo orden mundial’ -que incluye a los Estados Unidos y a los restantes del G.7-, no demuestren que estén asimilando la profundidad que ya han alcanzado los cambios en la distribución global del poder.

Es lo que plantea Philip Stephens en uno de sus lúcidos análisis (Financial Times del 23 de octubre), cuando al referirse al curso de colisión entre la globalización y los nuevos reflejos nacionalistas, se pregunta sobre si las naciones ricas están preparadas para aceptar que sus posiciones privilegiadas estén siendo cuestionadas: “están todas ellas por un orden global más inclusivo; en la medida que la adición de nuevos miembros al club no diluya en forma alguna su propia autoridad”. Es un desafío que tendrá la Cumbre convocada para el mes de noviembre con el fin de ampliar el club. Pero ella se realiza en un momento poco oportuno, dado el próximo cambio presidencial en los Estados Unidos y la notoria pérdida de liderazgo de George Bush.

Estamos entonces frente a una crisis sistémica mundial que recrea la tensión histórica entre orden y anarquía en las relaciones internacionales. Se manifiesta en la dificultad de encontrar en el ámbito de instituciones provenientes de un orden que colapsa, respuestas eficaces a problemas que se confrontan a escala global. Y el verdadero peligro es que ello se refleje -como ha ocurrido en el pasado-en el surgimiento de crisis sistémicas en el interior de países que han sido y son aún, protagonistas relevantes en el escenario internacional. En cierta forma lo alerta Dominique Moisi (Financial Times del 5 de octubre), cuando apunta a lo que podría ocurrir si en algunos países los ciudadanos no sólo pierdan confianza en los mercados, pero también en la capacidad de encontrar respuestas en el marco de sus respectivos sistemas democráticos. Podría ser un peligro más tangible en el caso de algunos países europeos. Si así fuere, los pronósticos sombríos de Nouriel Roubini, podrían ser pálidos en relación a lo que habría que confrontar en el futuro.

Ya está claro que nuestra región no saldrá indemne de los cambios profundos que se están manifestando a escala global. Ellos pueden dar lugar a reflejos condicionados de ‘sálvese quien pueda’. O, por el contrario, pueden incentivar respuestas colectivas creativas que permitan capitalizar oportunidades y reforzar la vocación de trabajo conjunto. Es quizás éste el desafío que tiene por delante un Mercosur sediento de renovación. Implica reconocer que su concepción y su arquitectura fundacional proveniente de un orden mundial en extinción, deben ser rejuvenecidas.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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