Un momento oportuno para una reflexión proyectada al futuro
El sistema internacional está en un proceso de cambio radical.
Todo parecería indicar que los plenos efectos se verán con
mayor nitidez y en todas sus ramificaciones, sólo con el correr
de los próximos años. Pero ya es posible vislumbrar que
sus características más salientes serán distintas
a las que predominaron hasta no hace mucho, cualquiera haya sido el punto
de inflexión hacia la actual evolución [1].
Con tal telón de fondo, la conmemoración del Bicentenario
de la Revolución de Mayo, constituye una buena oportunidad para
efectuar algunos aportes, aunque sean parciales, a una reflexión
colectiva proyectada al futuro sobre los impactos que tales cambios puedan
tener en la política exterior de la Argentina.
Pero no son sólo aportes parciales a una reflexión sobre
la política exterior del país los que esbozaremos en este
artículo. El enfoque será más amplio ya que abarcará
asimismo a las relaciones externas de la sociedad argentina, entendidas
en el sentido más amplio de las conexiones e interacciones que,
en todos los planos y con muy variados contenidos, establecemos los argentinos
con nuestro entorno externo. En el caso del autor, significa continuar
un ejercicio iniciado hace muchos años sobre la Argentina en el
mundo que nos rodea [2].
En efecto, es un enfoque más amplio el que se requiere ya que
la política exterior en sentido estricto - esto es la definida
y ejecutada por el gobierno nacional, normalmente a través de su
Cancillería - se supone que procure reflejar, tras ser decantados
por el funcionamiento del sistema político democrático,
los posicionamientos de la sociedad en su conjunto - sus valores, intereses,
temores, frustraciones, esperanzas - ante desafíos y oportunidades
que resultan de sus conexiones e interacciones con las de otros países,
tanto a escala global como también en el espacio geográfico
sudamericano.
En tal perspectiva, el espectro posible de protagonistas de las relaciones
externas de nuestra sociedad es muy amplio, variado, heterogéneo,
dinámico y, por ende, plural. Abarca a los habitantes del país,
las empresas, las diversas organizaciones de la sociedad civil y, por
cierto, las instituciones gubernamentales (nacionales, provinciales y
locales). En la mayoría de los casos, sus conexiones e interacciones
con sus contrapartes en el resto del mundo, dan lugar a densas redes transnacionales
que no cruzan necesariamente por instancias gubernamentales. Reflejan
las ventajas en el plano de las relaciones internacionales, de la sociedad
abierta en el sentido de Karl Popper y de Ralph Dahrendorf [3].
Cabe tener presente además, el hecho que una condición
básica de toda política exterior eficaz, tanto en sus fases
de elaboración como de ejecución, es basarse en un diagnóstico
de las tendencias más profundas que se observan en un momento histórico
determinado, colocadas en la perspectiva de lo que ellas pueden significar
para el desarrollo político y económico, así como
para el accionar externo de un país.
Pero tal diagnóstico resulta más difícil efectuarlo,
cuando se enfrenta un cuadro internacional muy dinámico como es
el actual, que tiende a asimilarse a lo que se puede definir como propio
de un sistema revolucionario por contraposición a uno estable [4].
Esto es, un cuadro de situación en el que los cambios sistémicos
tienden a ser radicales y en el que, además, su dirección
definitiva aún no puede ser distinguida con precisión. En
tales momentos, lo único que aparece como cierto es que el orden
previo no existe más, al menos en sus características estructurales
principales. Y que aún no se han consolidado los cimientos ni las
características de uno nuevo.
Ello parece ser así, especialmente, en lo que hace a la distribución
del poder entre los distintos protagonistas y a las tecnologías
de conflicto que pueden emplearse. El actual es un mundo en el que se
han multiplicado los protagonistas, en el que no todos los relevantes
son Estados, y en el que las formas de ejercicio del diálogo entre
naciones, pero también la de la violencia también han cambiado
radicalmente, tal como lo pusieran de manifiesto los dramáticos
acontecimientos del 11 de septiembre del 2001. Tiende a ser un mundo crecientemente
multipolar - salvo en lo que podría ser la definición de
un conflicto armado de alcance global y probablemente nuclear - y heterogéneo,
recurriendo a las categorías de Raymond Aron [5]. Por lo tanto,
potencialmente inestable.
De allí que sea razonable trabajar en base a la hipótesis
de que las tendencias a la fragmentación y a la anarquía
internacional puedan aún predominar por mucho tiempo . En términos
de navegación, son estos momentos de marcadas incertidumbres, de
fuertes turbulencias y de baja visibilidad. Ello torna a la vez más
necesaria, pero también más compleja, la practica del arte
de correlacionar necesidades internas de un país con sus posibilidades
externas, propio de una política exterior eficaz [7].
En efecto, cambio, volatilidad, incertidumbre, son entonces palabras
que no pueden faltar en cualquier análisis del escenario internacional
actual. Todo indica que lo será más aún en el futuro.
El mundo ha entrado en una etapa en la que la expresión "arenas
movedizas" permite ilustrar sus características principales.
Desplazamientos de poderes relativos y de ventajas competitivas entre
las naciones, a veces muy acelerados, otras en cámara lenta, casi
por goteo, tornan difícil predecir el futuro. Hoy más que
nunca entender la lógica implícita en las relaciones entre
comunidades políticamente organizadas, en la feliz definición
de Raymond Arón [8], pero también el saber detectar hechos
cargados de futuro [9], tener ojo clínico para identificar fuerzas
profundas y sus eventuales orientaciones, es un requerimiento para tratar
de decodificar la dinámica de cambio internacional. Exige del analista
y del hombre de acción, una aptitud mental de cazador de blanco
móvil y no, por cierto, la más confortable del de blanco
fijo.
Al menos cuatro rasgos sobresalen en el actual cuadro de situación
mundial, incluyendo tanto su dimensión política y de seguridad,
como la económica. Ellos son:
- el predominio de las cuestiones globales de seguridad en las agendas
de las potencias centrales, así como también una creciente
incidencia de las cuestiones regionales de seguridad en las de los países
latinoamericanos;
- la constante erosión de las fronteras entre las cuestiones
internas y las externas en las agendas políticas y económicas
de la mayoría de los países;
- la perplejidad de los ciudadanos e incluso de los sectores dirigentes,
ante el nuevo cuadro de situación que se observa, tanto en el
plano de la seguridad -incluyendo la dificultad de identificar al enemigo-
como en el de la competencia económica global -tomando en cuenta
los efectos ambivalentes de la globalización y sus impactos,
tanto sobre las identidades nacionales como sobre el constante desplazamiento
de las ventajas competitivas-, y
- el desgaste de los paradigmas dominantes en décadas anteriores,
tanto en el plano de la seguridad internacional como en el de la competencia
económica global y en el de la organización de los sistemas
económicos y sociales nacionales.
El predominio de la paz y la estabilidad a escala global parece ser algo
obvio para los intereses nacionales de la Argentina. Siendo un país
con recursos de poder limitados, al menos en relación a los de
las grandes potencias e incluso a varios de las llamadas naciones emergentes,
su capacidad para la construcción de un orden internacional y,
al menos, impedir un deslizamiento hacia la anarquía internacional,
es baja. Y es obvio que sería éste un deslizamiento no conveniente
para los intereses nacionales.
De allí que parece recomendable centrar una parte sustancial de
la política exterior del país en los próximos años,
aprovechando al máximo los recursos de poder limitados disponibles,
en ejercer influencias y plantear enfoques e ideas - poder blando o soft
power [10]-, que acentúen tendencias al orden internacional en
torno a principios de un multilateralismo eficaz. El objetivo tiene que
ser el permitir, a través de un inteligente tejido de coaliciones
y alianzas con países con intereses y valores similares - like-minded
countries -, muchas veces en cuestiones específicas donde el peso
relativo del país es mayor - como por ejemplo, en el subsistema
regional sudamericano, en el del Atlántico Sur y en el de los alimentos
-, el efectuar contribuciones al objetivo de ampliar el espacio para el
orden en el sistema internacional, y a neutralizar así las tendencias
a la fragmentación y a la anarquía internacional.
Teniendo en cuenta la ubicación geográfica de la Argentina;
su lugar en la estratificación del poder político, económico
y militar global; el grado de desarrollo político y económico
que ha alcanzado luego de casi doscientos años de vida independiente,
y su dotación de recursos naturales y humanos, al menos tres condiciones
sobresalen para una estrategia eficaz de inserción internacional.
Esto es, aquella que le permita aprovechar un escenario global en profunda
transformación, pero cuyo balance de desafíos y oportunidades,
de combinación de buenas y malas noticias, de ser bien interpretado,
puede ser favorable al desarrollo del país.
Son ellas condiciones que requieren operar no sólo en el plano
de la política exterior en el sentido más estricto, pero
también en el de las relaciones exteriores de la sociedad argentina.
Ello es así dado que en los tres casos, la eficacia de la política
exterior dependerá en gran medida, en que ella esté sustentada
en densas redes de conexiones e interacciones, con amplia variedad de
contenidos, que tejan múltiples protagonistas de la vida política,
económica y social del país (las empresas, los partidos
políticos, las organizaciones sociales, las instituciones académicas,
los medios de comunicaciones, que operen desde el país con un alcance
transnacional). Pero para que así sea, también parece fundamental
que la política exterior se alimente de insumos provenientes de
tales redes. Son las sinergias resultantes entre el trabajo conjunto de
una sociedad y su gobierno, las que permiten lograr eficacia en el accionar
externo de un país.
En nuestra opinión, tales condiciones son,
- un pleno aprovechamiento de las múltiples opciones que se presentan
a escala global, como consecuencia del acortamiento de todo tipo de
distancias, no sólo las físicas, así como por la
creciente redistribución del poder mundial - o sea, una inserción
externa multipolar -;
- la creación de un entorno regional de paz y estabilidad política,
donde predomine la lógica de la integración por sobre
la de la fragmentación y el conflicto - o sea, un barrio de calidad
o amigable -, y
- un sector empresario en el país, en el que predominen visiones
estratégicas de largo plazo, a fin de poder proyectar al mundo
su capacidad, existente o a desarrollar, de producir bienes y de prestar
de servicios - o sea, un núcleo duro mínimo de empresas
con intereses ofensivos -.
Efectuaremos a continuación algunos aportes en relación
a esas tres condiciones, consideradas tanto en la perspectiva, tanto a
través de la política exterior, en sentido estricto, como
en el más amplio de las relaciones externas de la sociedad.
El pleno aprovechamiento de un mundo de múltiples opciones
La primera condición para una inserción externa eficaz
de la Argentina es la de la multipolaridad. Aprovechando el hecho que
han colapsado las distancias y que el país no tiene razones para
limitar sus relaciones con ningún país - salvo aquellas
que pudieran resultar de medidas que se adopten, por ejemplo en el ámbito
institucional de las Naciones Unidas -, tal alcance multipolar implica
el desarrollo de una estrategia orientada a aprovechar todas las opciones
que se están abriendo hoy en el mundo, especialmente, para el comercio
exterior del país, así como para sus potenciales fuentes
de inversiones directas y de progreso técnico.
En la mayoría de los países tal estrategia multipolar suele
ser "daltónica". Esto es, no siempre distingue colores
ideológicos o culturales (en el célebre lema de Deng Siao
Ping sobre el color del gato). Buscar sacar provecho de las múltiples
opciones resultantes del surgimiento de nuevos protagonistas - los casos
más notorios son China e India -, de nuevas cuestiones dominantes
- tales como la energía, el cambio climático y formas novedosas
del ejercicio de la violencia transnacional, incluyendo su privatización
[11] - y, en particular, del hecho que se habría entrado en una
etapa de marcada demanda global de alimentos y de otros recursos naturales
que, en términos relativos, abundan en América del Sur.
Ello sin perjuicio de las variaciones que puedan resultar de volatilidades
económicas y financieras globales, como las que se han puesto en
evidencia en el primer trimestre de 2008.
En el campo de las relaciones económicas internacionales - aspecto
central de la política exterior para un país como la Argentina
-, es una estrategia que se vería facilitada si la Rueda Doha,
de ser concluida este año permitiera, además de lograr los
resultados previstos en su agenda, el fortalecer la Organización
Mundial del Comercio (OMC), como un ámbito institucional multilateral
global eficaz. A pesar de que en el primer trimestre de 2008, pareciera
que será difícil que la Rueda Doha concluya este año,
en sí mismo ello no sería algo necesariamente negativo.
Otras Ruedas negociadoras en el ámbito del sistema GATT-OMC, también
se extendieron más allá de lo previsto. Pero sí lo
sería si trajera como consecuencia un debilitamiento del sistema
de la OMC, en su función de asegurar reglas de juego que faciliten
el comercio internacional en condiciones de igualdad de oportunidades
que, a su vez, contemplen los intereses de los países en desarrollo
y de los que, como el nuestro, se distinguen por su eficiencia en la producción
de alimentos y de otros bienes agrícolas.
En la agenda inmediata, la suerte de la Rueda Doha sigue ocupando un
lugar prioritario para los negociadores. Pero si finalmente se tornara
evidente que ella no pudiera concluirse este año, tal hecho podría
sin embargo, contribuir a lograr avances en un frente importante para
la diversificación de la inserción externa del país
- y de sus socios en el Mercosur - cual es el de las relaciones bi-regionales
con la Unión Europea [12].
En cualquier escenario, sin embargo, conviene al país promover
la intensificación del desarrollo de las relaciones del Mercosur
con economías emergentes, incluyendo los países de la ASEAN,
cuyas metodologías deberían ser atentamente consideradas
en relación al futuro de la integración económica
en la región sudamericana [13]. Tienen al menos dos virtudes. La
primera es su flexibilidad, combinada con el reconocimiento que es el
interés político el que finalmente nutre un proceso de integración
económica. Y la segunda, es que no pretende apegarse a lo que podríamos
denominar fórmulas de libro de texto, esto es, lo que la teoría
indica - especialmente la del comercio internacional - que deberían
ser las modalidades de integración de economías que comparten
un espacio geográfico regional.
Un entorno regional de paz y estabilidad política
La segunda condición mencionada es la de la inserción del
país en un entorno regional amigable y de calidad. Cabe destacar
que por mucho tiempo, en la perspectiva de su política exterior
el entorno regional de la Argentina estaba esencialmente limitado a los
países del denominado Cono Sur [14]. Se concentraban además
allí las principales conexiones e interacciones regionales de la
sociedad argentina. Incluso en las relaciones con los Estados Unidos y
con Europa, en el siglo veinte había una clara diferenciación
entre los países sudamericanos ubicados al Norte o al Sur del Ecuador
[15].
En los últimos años ello ha cambiado y mucho. Como lo fuera
sobre todo en el siglo diecinueve [16], el conjunto de América
del Sur es cada vez más un subsistema internacional diferenciado,
con lógicas y dinámicas propias, determinadas por una historia
compartida y una geografía en la que las distancias - físicas,
pero sobre todo políticas y económicas - ahora se han acortado.
El factor energía - entre otros - ha acentuado la mutua dependencia
entre los países de este espacio regional, contribuyendo a tal
diferenciación.
Pero si bien América del Sur configura un subsistema internacional
diferenciado, tiene bordes difusos ya que en muchas cuestiones no puede
ser distinguido del más amplio de América Latina y del Caribe.
La última Cumbre del Grupo Río, realizada en marzo 2008
en Santo Domingo, lo puso en evidencia una vez más como ya había
ocurrido años atrás, precisamente cuando surgiera el Grupo
de Contadora. Concretamente para muchas cuestiones, especialmente vinculadas
al Norte de América del Sur, el papel de México es gravitante.
Uno de los principales desafíos de la política exterior
argentina hacia el futuro, es el que plantea la gobernabilidad del espacio
geográfico regional sudamericano. Por ella entendemos la necesidad
de asegurar que en las relaciones entre los países que lo conforman,
predominen la paz y la estabilidad política. Esto es, que predominen
los factores que impulsan a la cooperación e integración,
como contraposición al predominio de la lógica del conflicto
y la fragmentación.
Que la región sudamericana vive momentos de profundos cambios
es un hecho. Ello es positivo, dadas las transformaciones que se están
operando en el sistema internacional, tanto en el plano de la seguridad
como en el de la competencia económica global.
Y, también la competencia por los mercados mundiales se está
modificando por la proliferación de nuevos protagonistas - sean
ellos grandes economías emergentes o complejas redes transnacionales
de producción, comercio y financiamiento -. En un mundo que cambia
sería ilusorio que la región no viva también sus
propias transformaciones. Ya ocurrió varias veces en el pasado.
En tal contexto, la agenda sudamericana aparece dominada por cuestiones
de gobernabilidad interna de algunos de los países y de expectativas
insatisfechas de sociedades movilizadas, entre otros factores, por los
efectos acumulados de la vigencia de sistemas democráticos y de
la globalización de la producción y de la información.
Cómo traducir una vecindad geográfica con creciente interdependencia,
en un espacio en el que predomine la lógica de la integración
sobre la del conflicto y, eventualmente, la violencia, parecería
ser una cuestión que requiere de un efectivo liderazgo regional.
La construcción de un barrio regional de calidad, favorable a la
paz, al desarrollo y a la cohesión social, es lo que importa a
la gente y, en particular, a quienes adoptan decisiones de inversión
productiva, que es lo que genera empleo y contribuye a enfrentar los dilemas
que plantea la globalización.
En los últimos años, se ha acentuado el carácter
multipolar de la inserción económica internacional de los
países sudamericanos, tanto los del Mercosur y Chile, como la de
algunos de los países andinos, especialmente Perú y Colombia.
Tal carácter se refleja en la estructura de su comercio exterior
y de los flujos de inversión extranjera directa, la que demuestra
una inserción externa diversificada, en orígenes y destinos,
a la vez con Unión Europea, la propia América Latina, los
Estados Unidos y, crecientemente, el Asia. Al respecto, parece conveniente
distinguir el espacio sudamericano del latinoamericano, que abarca además
a México, Centroamérica y los países del Caribe.
Una cuestión que ha adquirido en los últimos años
notoria relevancia, en parte por el papel activo desempeñado en
la región por el Brasil y también por Venezuela, es la del
liderazgo en el espacio geográfico sudamericano.
¿Qué país tiene mayores posibilidades de ejercer
un liderazgo en este espacio regional? Es una pregunta que está
presente en muchos análisis referidos a la política y a
la economía de la región.
Responder la pregunta de quien lo ejerce o puede ejercerlo, supone precisar
qué significa liderar una región. Requiere distinguir tres
conceptos [17]. En primer lugar el de la relevancia, que tiene que ver
con el grado de gravitación (poder, recursos, mercado, influencia,
prestigio) que un país pueda tener en definir la forma en que se
encaren cuestiones importantes vinculadas a la agenda regional. No sólo
debe tenérselo en cuenta, pero sería difícil articular
soluciones sin su participación. A su vez, el de protagonismo,
que significa que un país, especialmente si es relevante, procure
tener una presencia activa como actor de cuestiones importantes vinculadas
a la agenda regional. No se lo puede, entonces, dejar de tener en cuenta
al encararse una cuestión concreta. A veces, sin embargo, puede
ser una presencia activa más mediática que real, destinada
incluso a magnificar su relevancia. Puede ocurrir, asimismo, que un país
relevante no aspire a tener un protagonismo activo. Y, en tercer lugar,
el del liderazgo que implica que un país que opte por ser un protagonista
activo, cualquiera que sea su relevancia, aporte en relación a
tales cuestiones una visión estratégica e iniciativas aceptables
para los otros países involucrados.
El liderazgo en el espacio geográfico regional sudamericano consistiría,
en tal perspectiva, en contribuir con visión estratégica
e iniciativas razonables a concretar un espacio regional en el que quepan
las diversidades, gracias al predominio de la idea de un trabajo conjunto
en relación a la agenda de cuestiones más importantes. El
liderazgo, entonces, se manifestará en la capacidad de un país
que es protagonista relevante - aún los más pequeños
pueden ser relevantes al respecto, como lo demostraron los del Benelux
en el camino que condujo al Tratado de Roma - de contribuir a la articulación
de intereses nacionales divergentes de todos los países involucrados.
Y de facilitar así el control de focos potenciales de dificultades,
como las que resultarían si en un país, especialmente si
se trata de un protagonista relevante, no se logran pautas estables de
gobernabilidad democrática.
Dado el carácter multipolar del espacio geográfico regional
sudamericano, el liderazgo es una tarea que requiere del protagonismo
activo de varios países relevantes. No de uno sólo. Por
su dimensión relativa Brasil puede tener mayor responsabilidad
e, incluso, potencial de influenciar sobre las realidades. Pero para ello
tendrá que acordar iniciativas al menos con otros protagonistas
relevantes con vocación de liderazgo como son, por su peso propio,
Argentina, Chile, Colombia y Perú, e incluso Venezuela, especialmente
por su relevancia como productor de hidrocarburos y por su protagonismo
activo, aunque muchas veces con una tendencia a ser más mediático
que real. Tendrá también que tener en cuenta la gravitación
de los Estados Unidos en la región, como también la de países
de la Unión Europea y, crecientemente, la de China. En muchas cuestiones
importantes de la agenda regional, han sido o son hoy, protagonistas relevantes.
En el complejo mosaico sudamericano, son muchos entonces los protagonistas
relevantes con vocación de liderazgo y muchas las opciones en términos
de coaliciones de geometría variable, las que dependerán
del tipo de cuestión a ser abordada.
De allí que una cuestión central en las relaciones futuras
de Argentina y Brasil - aspecto que sigue siendo central en la definición
de la política exterior de nuestro país -, cruza por responder
en la práctica la pregunta sobre el papel que puedan ejercer -
idealmente trabajando juntos en aras de un liderazgo colectivo - para
el desarrollo de condiciones de gobernabilidad en el espacio sudamericano,
así como en la construcción de bienes públicos regionales
que contribuyan al predominio de la lógica de integración
y neutralicen tendencias generadas por fuerzas centrífugas cada
vez más evidentes. Lo más probable es que lo harán
ejerciendo también sus propias diplomacias de alianzas múltiples
y variables, tanto en el plano regional como en el global.
Empresas con intereses estratégicos ofensivos
Y, finalmente, la tercera condición es la del protagonismo de
empresas con intereses ofensivos. Esto es un número mínimo
de empresas que operan en el país y que están en condiciones
de trazar y sostener en el tiempo, una estrategia activa de inserción
internacional.
Cabe tener presente al respecto que turbulencias, incertidumbres, desplazamiento
veloz de ventajas competitivas, son rasgos cada vez más evidentes
del entorno internacional en el cual las empresas intentan competir.
En tal contexto, tener éxito en el esfuerzo exportador del país
requerirá hacia el futuro que al menos tres condiciones sean reunidas
-además de una razonable estabilidad macroeconómica-. Son,
las estrategias ofensivas de las empresas para su inserción en
mercados externos; el apoyo que en el plano de la inteligencia competitiva
reciban de sus propias instituciones empresarias, y la obsesión
por colocarse en la perspectiva de la demanda externa.
Empresas con estrategias ofensivas son aquellas que se insertan en redes
de producción y de servicios, de escala regional y global. O que
desarrollan las propias a través de inversiones. Muchas veces implica
la asociación con empresas de otros países. Ejemplos recientes
son, los del Grupo Los Grobos al asociarse con capitales brasileños
y de Exolgan, al asociarse con el Puerto de Singapur.
Instituciones empresarias al servicio de estrategias ofensivas de las
empresas, son aquellas en condiciones de contribuir a la inteligencia
competitiva de sus socios. Ejemplo reciente es el estudio elaborado en
el 2007 por la Confederación Nacional de Industrias del Brasil.
En forma pormenorizada se analizan y evalúan allí los intereses
empresarios del Brasil en América del Sur, formulándose
recomendaciones concretas orientadas a incidir sobre políticas
públicas y estrategias negociadoras del país [18].
Y empresas obsesionadas por sus clientes externos, son aquellas que piensan
lo que pueden producir para el mundo, en función de la identificación
previa de gustos y preferencias predominantes en los clientes del exterior,
donde sea que estén. Implica un gran esfuerzo por captar lo que
se demanda y de posicionarse para ofrecerlo en tiempo oportuno y con calidad.
Las fuentes de información pueden ser numerosas: socios externos;
antenas de la Cancillería distribuidas en el mundo; navegación
experta por Internet; viajes y ferias; turistas extranjeros; mochileros
y diáspora argentina en numerosos países.
Algunas conclusiones
Pensar la política exterior de la Argentina de los próximos
años, requiere un buen diagnóstico de los cambios que se
están operando en el escenario global y también en el regional.
Es una tarea que involucra por cierto a las instancias gubernamentales
competentes. Pero involucra también a la sociedad en su conjunto,
que será en definitiva la que recibirá los beneficios o
sufrirá los perjuicios, de los aciertos o desaciertos que el país
tenga al trazar su derrotero futuro en el sistema internacional.
La conmemoración del Bicentenario de la Revolución de
Mayo, abre una oportunidad para una reflexión colectiva sobre modalidades
y alcances de las relaciones externas de la sociedad argentina y sobre
la política exterior del país.
Muchos son los desdoblamientos posibles para un debate nacional sobre
la inserción internacional del país en el mundo y en la
región. En este artículo sólo hemos querido aportar
algunas ideas sobre lo que consideramos son tres condiciones para enhebrar
una estrategia que sea eficaz.
Las tres condiciones mencionadas más arriba - inserción
multipolar; paz y estabilidad política en el espacio sudamericano,
y estrategias ofensivas de las empresas -, no son por cierto las únicas.
Probablemente sean necesarias, pero por cierto que no son suficientes.
Aspiran entonces a ser sólo una contribución parcial a
un amplio debate nacional en el que la sociedad en su conjunto participe.
Quizás pueda imaginarse en tal sentido una especie de Cabildo abierto
virtual, en el que la gente se exprese sobre como visualiza hacia el futuro
las relaciones exteriores de la sociedad argentina y su política
exterior.
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