En una negociación comercial internacional no es fácil
lograr puntos de equilibrio entre los intereses nacionales en juego. Parecen
evadirse continuamente del alcance de los negociadores. Es lo que ocurrió
con el ALCA. El resultado fue el colapso de la iniciativa. Ahora se observa
en la Ronda de Doha. Aunque, en este caso, es prematuro apreciar si se
está frente a su colapso o a un episodio típico de este
tipo de negociaciones multilaterales.
Pero además, una vez logrados los puntos de equilibrio, ellos
se suelen erosionar con el transcurso del tiempo. A veces por goteo. Es
lo que enseña la experiencia del Mercosur, donde los socios se
cuestionan sobre si lo logrado satisface sus respectivos intereses nacionales
considerando las expectativas generadas en los momentos fundacionales.
Varios factores explican las dificultades que se observan. En la Ronda
de Doha tienen que ver con el número de países participantes
y, sobre todo, con las asimetrías de poder, de gravitación
en el intercambio global de bienes y servicios, y de grados de desarrollo
relativo. Al menos en tres planos no ha sido posible hasta ahora articular
los intereses nacionales en juego.
Por un lado, en la relación entre lo que se concede y se recibe
en productos agrícolas (subsidios y acceso a mercados) e industriales
(acceso a mercados). Por el otro, entre las concesiones aparentes y las
efectivas, es decir, las que resultan una vez descontada el "agua"
y computadas las excepciones, sensibilidades, diferenciaciones y todo
tipo de válvulas de escape abiertas o encubiertas que existan.
Y, finalmente, en la percepción del esfuerzo que realizarían
los que más pueden -los países más industrializados-
y los relativamente más débiles -los países en desarrollo
y, dentro de ellos, distintos tipos de naciones "emergentes"-.
Este último plano adquiere especial relevancia por la relación
estrecha establecida en Doha entre comercio y desarrollo.
En el Mercosur el número de países es menor, pero los intereses
divergentes también son múltiples. Los principales son los
que reflejan asimetrías de dimensión económica y
de grados de desarrollo entre las naciones. Se relacionan con las oportunidades
que pueden derivarse de un mercado ampliado, que son una razón
de ser principal de un proceso de integración, incluso por lo que
significan para potenciar la capacidad de cada país de atraer inversiones
productivas a su economía y de competir a escala global. De allí
que los desequilibrios que más han aflorado en los últimos
tiempos son los vinculados con la percepción que Paraguay y Uruguay
tienen sobre los beneficios que esperaban lograr y los que efectivamente
han recibido.
Un común denominador suele observarse en el ejercicio del difícil
arte de equilibrar intereses nacionales diversos, sea en la negociación
de un acuerdo comercial internacional, sea en la preservación posterior
de su eficacia y legitimidad social. Tiene que ver con la dinámica
de cambio que se opera en el contexto internacional.
En un contexto de transformaciones profundas del mapa de la competencia
económica global y regional, el paso del tiempo puede tornar obsoletos
los planteamientos que originaron una negociación comercial multilateral
o un acuerdo de integración.
Se observó en el ALCA. Pero también actualmente se está
poniendo en evidencia en la Ronda de Doha y en el Mercosur.
En muy pocos años, los poderes relativos y la gama de opciones
comerciales abiertas a muchos países han cambiado en forma radical.
Y las agendas y los métodos de las respectivas negociaciones no
siempre se han adaptado a tales cambios. Quizás de allí
provenga la sensación de que se está negociando en función
del pasado y no del futuro una realidad internacional que no ha evidenciado
aún la plenitud de sus transformaciones.
La adaptación de las negociaciones en la Organización Mundial
del Comercio (OMC) y el Mercosur a las nuevas circunstancias parece ser
entonces una prioridad si se quiere evitar que los necesarios puntos de
equilibrio se sigan evadiendo o erosionando.
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