Aún hay signos de vida. Pero a pesar de esfuerzos que se observan
en tal dirección, no será fácil reanimar en plazos
cortos las negociaciones en la OMC. Lo imprevisto sin embargo puede cambiar
el curso de los acontecimientos. Ya ocurrió en el 2001 en el camino
que condujo a Doha.
Con la Rueda Doha en el limbo, se está reactivando la idea de
concluir un acuerdo del Mercosur con la Unión Europea. Lo confirmó
el Canciller Amorim, cuando explicó en el Parlamento del Mercosur
los objetivos del Brasil en este semestre de su Presidencia pro-tempore.
¿Es ello posible? En teoría sí. En la práctica
habrá que ver si los negociadores de ambos lados tienen suficiente
oxígeno político para sortear obstáculos que aún
están en pie. El problema es que ellos son similares a los que
explican el fracaso ministerial en Ginebra. Tienen que ver básicamente
con el equilibrio entre lo que efectivamente se recibe y lo que se tiene
que otorgar, por un lado en los productos agrícolas (acceso a mercados
y subsidios) y por el otro en los industriales. El hecho que en Ginebra,
Argentina y Brasil no coincidieran en su apreciación de tal equilibrio,
no es un dato menor para un eventual relanzamiento de las negociaciones
bi-regionales.
En realidad, el estancamiento de la Rueda Doha tiene también mucho
que ver con percepciones en el frente interno de algunos países
sobre el equilibrio entre costos y beneficios del resultado de las negociaciones.
Cuánto menos nítidos y de más largo plazo sean los
eventuales beneficios, más resistencia habrá a efectuar
concesiones que podrían tener costos políticos inmediatos.
Alcanzar esos puntos de equilibrio parece ser el gran desafío
para las negociaciones bi-regionales. Es quizás por ello que, más
allá de las declaraciones propias de las diplomacias mediáticas,
no se observan claros incentivos para encarrilarlas hacia su conclusión.
En tal caso, su hibernación sería para ambas partes más
conveniente que los hipotéticos resultados que pudieran lograrse.
Del lado europeo, otros incentivos para negociar han disminuido. Por
un lado, tienen la percepción que el Mercosur dista de ser lo que
habían imaginado y que debe aún superar problemas internos
que afectan su credibilidad. El que el Canciller Amorim haya reiterado
la prioridad de eliminar el doble cobro del arancel externo, aprobar el
Código Aduanero y fortalecer la Secretaría Técnica,
contribuiría a disminuir su déficit de credibilidad. Pero
sólo en la medida que ello se concrete, ya que tal objetivo se
había anunciado en otras oportunidades. Por otro lado, no tienen
hoy el incentivo de evitar desplazamientos de sus corrientes de comercio
e inversiones que resultarían de un acuerdo preferencial entre
el Mercosur y los Estados Unidos. Tal perspectiva ha desaparecido del
horizonte, al menos por el momento.
Del lado del Mercosur, resulta difícil imaginar que en una negociación
bi-regional pueda obtenerse lo que no se ha logrado hasta ahora de los
europeos en la Rueda Doha. Y la opción de un acuerdo menos ambicioso
que el imaginado no ha sido aún incorporada en la estrategia negociadora.
La tentación a preservar el status-quo en las negociaciones bi-regionales
puede ser entonces muy grande. El problema es que ello estimularía
estrategias bilaterales, como la reflejada en la alianza estratégica
del Brasil con la Unión Europea. No incluye elementos preferenciales.
Pero aún así podría acentuar el predominio de fuerzas
centrífugas que erosionen la idea de un Mercosur concebido como
plataforma para negociar y competir a escala global.
Sin perjuicio de lo que se intente para relanzar las negociaciones bi-regionales,
una opción sería utilizar todo el potencial del instrumental
plasmado en el Acuerdo Marco de Cooperación Mercosur-UE celebrado
en Madrid en 1995. Está aun vigente y contiene hojas de ruta que,
de utilizarse plenamente, permitirían avanzar con pragmatismo en
las relaciones económicas bi-regionales.
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