Antes fueron cartas. Luego el teléfono. El avión tornó
frecuente el contacto directo. La diplomacia presidencial se volvió
así más intensa y relevante. Alcanzó una expresión
máxima en distintas modalidades de Cumbres Presidenciales. Incluso
pasó a ser un importante elemento de una diplomacia de efectos
especiales.
La del Grupo Río en Santo Domingo, ha permitido apreciar el valor
de las cumbres en la comunicación directa entre los líderes
políticos de una región y sus ciudadanos. Es la resultante
de la transmisión en directo de casi toda la sesión de trabajo
de los presidentes que se entendía iba a ser privada. Hay precedentes
por cierto. Incluso uno connotado, cual fue la sesión de la Cumbre
Iberoamericana en la que el Rey Juan Carlos manda a callar al Presidente
Chávez.
Es una forma de comunicación que tiene valor por erosionar la
propensión a una diplomacia presidencial a veces alejada de los
ciudadanos. En el caso de algunas cumbres presidenciales, frases sueltas,
episodios y anécdotas y, sobre todo las fotos, suelen ser la principal
forma de transmitir a la gente lo que sus líderes hacen en ellas.
Discursos y documentos finales -que suelen requerir días e incluso
meses de preparación previa- sólo se encuentran luego en
las páginas Web de los respectivos países. Eventualmente
las leen diplomáticos y expertos.
Por el contrario, la transmisión en directo de los debates presidenciales
de Santo Domingo, sin discursos escritos, permitió observar facetas
a veces desconocidas de los líderes políticos de la región
y la dinámica que entre ellos se enhebra, marcada por el hecho
que son seres humanos con sus egos y humores a veces a flor de piel. Confirmó
en algunos casos, la idea de que un líder político necesita
no sólo comunicar bien, pero también ser un buen actor.
Colocó a los ciudadanos-televidentes -y fueron quizás millones
los que siguieron aunque fuera parcialmente la sesión- en condiciones
de apreciar los complejos desdoblamientos que configuran una situación
grave como la que absorbió esta vez toda la atención de
los presidentes, quienes incluso dejaron de lado los temas previstos originalmente
para su agenda. Por lo que se dijo, dejó la sensación que
también a esas alturas del poder político los comportamientos
pueden resultar de una densa niebla, que inciden en errores de percepciones
y facilitan el juego de la desinformación que suele caracterizar
las relaciones de poder entre naciones.
El Grupo Río había perdido relevancia política.
Sus cumbres eran a veces presentadas como ejemplo del síndrome
de la cumbritis, entendido como el desgaste de un método
de trabajo presidencial. Eso podría explicar el hecho que algunos
Presidentes no asistieran en esta oportunidad. Quizás algunos se
habrán arrepentido por ello.
El resultado final de Santo Domingo puede, sin embargo, contribuir a
restablecer la vigencia del Grupo Río en lo que fue su razón
de ser original, cuando surgió en medio de la entonces crisis política
centroamericana. El objetivo fundacional fue el generar un espacio de
mediación de alto nivel político, a fin de resolver situaciones
críticas graves que envuelvan a países latinoamericanos
y que por el hecho de tener expresiones violentas, pudieran tener efectos
de desestabilización política de la región.
La resultante más notoria de esta cumbre fue desmantelar, al menos
por el momento, una tendencia peligrosa a acontecimientos que escaparan
al control de sus protagonistas, incluso contra su voluntad. Pero quedan
otras secuelas. Una es precisamente que resultará difícil
en el futuro prescindir del contacto directo entre los ciudadanos y las
deliberaciones de sus gobernantes en las cumbres presidenciales. Otra,
no menos importante, es poner de manifiesto que este foro latinoamericano
del Grupo de Río, es relevante en la medida que se atenga a su
función original y que se lo emplee para desatar nudos en situaciones
críticas para la región.
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