Son estos tiempos de fuertes cambios internacionales. Van más
allá de las actuales incertidumbres en los mercados financieros.
Penetran hondo en las estructuras de la competencia económica global.
Por ello, para cualquier empresa que opera en comercio exterior es peligroso
dar por inmutables tanto los
escenarios positivos como los negativos.
Nuevos países-protagonistas - China, Rusia y otras economías
emergentes, grandes y no tan grandes -; nuevas empresas-protagonistas
- las originadas en países en desarrollo y, en nuestras latitudes,
las llamadas "multilatinas" - y nuevas cuestiones protagónicas
- la energía, los bio-combustibles, el calentamiento global, entre
otras - han alterado el mundo que predominó en la última
parte del siglo XX.
Todo ello se potencia por la aceleración de cambios tecnológicos
que inciden continuamente en la producción de bienes, en su distribución
física y en la prestación de servicios. Las tecnologías
de información contribuyen a diseminar los progresos técnicos
en forma casi instantánea, incidiendo en preferencias, gustos y
actitudes de los consumidores. En algunos incentiva el apetito por consumir
sus resultantes. En muchos otros, puede acentuar la frustración
que produce el no poder acceder a lo que todos los días ven expuesto
en los medios de comunicación, especialmente a través de
la publicidad. El progreso técnico - y no deja de ser una paradoja
- se transforma así en factor de fracturas sociales con claras
implicancias políticas.
Lejos están esos cambios de haber agotado sus efectos. La sensación
es que todo recién comienza. Genera en las empresas que compiten
en mercados internos o globales - la distinción tiende a diluirse
-, la necesidad de captar a tiempo desplazamientos de ventajas competitivas
que antes - hasta no hace mucho - se producían casi a cámara
lenta.
De allí la importancia que tiene para una empresa - sea pequeña,
mediana o grande, y a escala global muy pocas son realmente grandes -
el tener acceso a un "radar" que le permita detectar fuerzas
profundas que alteran continuamente el mapa de la competencia en sus mercados.
Esto es, acceder a fuentes de información que al decodificarse
en función de los requerimientos concretos de cada empresa, permiten
mejorar el perfil de la gestión de su inteligencia competitiva.
Tales fuentes pueden estar en entes públicos, bancos, prensa especializada,
cámaras empresariales, instituciones académicas, páginas
Web inteligentes. Son estos algunos de los canales que permiten que las
empresas puedan colocar información y diagnóstico sobre
cambios internacionales en la perspectiva de sus estrategias de mediano
plazo, sean ellas ofensivas o defensivas. Fortalecer los servicios de
tales fuentes, es uno de los requerimientos que surgen como prioritarios
en el esfuerzo nacional por insertarse activamente en la economía
mundial, aprovechando las enormes oportunidades que se han abierto, y
que no se limitan a la demanda de productos primarios, por más
valorados que ellos estén en este momento.
Estas reflexiones son de validez para las empresas que en la Argentina
están expuestas a la competencia internacional. Sea porque exporten
o importen, o sea porque sin hacerlo pueden ver erosionada su relativa
ventaja competitiva por cambios que se operan en el contexto internacional.
No hay barrera arancelaria suficiente para encapsular una empresa de las
alteraciones generadas por el progreso técnico y sus efectos sobre
las preferencias de los consumidores. El creer que eso es así puede
ser la receta más eficaz para condenarse a ser un perdedor. Sabemos
por experiencia histórica que en épocas de profundas transformaciones
internacionales, la dinámica que se genera incide en alteraciones
continuas en el mapa de ganadores y perdedores en cualquier mercado, sea
abierto o relativamente cerrado. Y es cada vez más inimaginable,
en la práctica, una economía totalmente cerrada. China es
un ejemplo al respecto.
|