No es la única por cierto. Ni agrega mucho saber si es más
o menos importante que otras. Pero por muchos motivos, incluida la contigüidad
geográfica, la relación entre la Argentina y el Brasil tiene
un carácter especial que requiere atención prioritaria.
Lo es en épocas normales. Pero mucho más cuando se entra
en una etapa de la economía mundial, como la actual, en la que
se agudizan turbulencias e incertidumbres. Cuán profunda y duradera
es la crisis que ha empezado a aflorar y cuánto ha de repercutir
en las economías de Argentina y Brasil -no necesariamente será
con intensidades similares-, son dos preguntas que aún es temerario
responder. Lo único que parece cierto, es que las tendencias que
hoy se observan pueden estar reflejando fracturas estructurales en la
economía mundial.
Una relación especial requiere intensidad y diferenciación
en la comunicación entre los socios. Más aún cuando
se tomó la decisión de traducirla en un proceso de integración
económica. En ambos países tal decisión es hoy política
de Estado. Ello intensifica la necesidad de debatir, en función
de los respectivos intereses nacionales, el cómo traducir la voluntad
política en realidades concretas orientadas por reglas comunes
que efectivamente se cumplan. Ello es más complicado dado que el
proceso de integración también abarca a los otros socios
del Mercosur.
Si la actual turbulencia se profundizara, al menos tres cuestiones tendrán
relevancia en el diálogo bilateral entre Argentina y Brasil. Una
es la de sus efectos sobre los flujos de comercio. Un impacto podría
ser el incremento de importaciones de determinados productos, especialmente
de origen chino. El más serio, sin embargo, sería el de
la disminución en cantidad y en precios de las exportaciones agrícolas
y agro-industriales. Pueden ser problemas comunes a los dos países
y pueden requerir, por lo tanto, de algún grado de concertación
en las medidas defensivas y en las estrategias ofensivas. Los hechos pueden
vincularlas. Otra cuestión tiene que ver con una tentación
frecuente en situaciones de crisis, esto es la de transferir al socio
los costos de eventuales ajustes. Puede dar lugar a efectos reales, pero
también a percepciones que afecten la confianza recíproca.
Alguna experiencia se acumuló al respecto en los noventa tras la
crisis asiática. El sálvese quien pueda es un
reflejo condicionado que suele echar por tierra las más sólidas
de las alianzas internacionales. Y la tercera cuestión se relaciona
al instrumento pactado de la unión aduanera, que requiere disciplinas
colectivas difíciles de mantener en situaciones de crisis económica
mundial. Sin disciplinas colectivas, tal instrumento puede transformarse
fácilmente en una ficción o ser percibido como un peso muerto
por algunos de los socios.
De allí la relevancia de profundizar en el momento actual un diálogo
bilateral intenso y sincero. Debe ir más allá del que pueda
desarrollarse a través de los canales diplomáticos e incluso
en el nivel presidencial. Son momentos que requieren gran fluidez en la
comunicación entre los responsables de las conducciones económicas.
Pero es un diálogo en el que deben participar activamente las instituciones
empresarias. Ello implica un tejido de relaciones personales y una intensidad
en los contactos que no se puede improvisar.
También requiere coordinación entre los entes especializados
en la promoción de exportaciones y de inversiones. Cabe destacar
al respecto, la reciente visita al Brasil de la titular de la Agencia
Nacional de Inversiones. Beatriz Nofal dialogó con funcionarios
claves del plano gubernamental, a quienes conoce bien. Incluyó
una reunión con industriales paulistas, con quienes dialogó
con franqueza sobre inversiones entre ambos países y promoción
conjunta de inversiones extranjeras hacia el Mercosur. Mucho más
en esta línea se requerirá en el futuro a fin de seguir
desarrollando la relación especial entre Argentina y Brasil.
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