La firma del tratado de Libre Comercio entre los Estados Unidos y Corea
del Sur ha hecho sonar alarmas. No se trata de un TLC más. El comercio
bilateral entre los dos países es de 78 billones de dólares.
Corea es hoy la décima economía del mundo.
Pero su relevancia deriva al menos de otras dos consideraciones. La primera
tiene que ver con la gravitación de los dos países en el
comercio mundial de bienes y de servicios. Involucra al 1° y 7°
país en el ranking de importadores de la OMC. En el 2006, los dos
países importaron bienes por valor que representó un 23,9%
del total de las importaciones globales.
La segunda consideración tiene que ver con el efecto de reacción
en cadena que produce un acuerdo preferencial de tal magnitud. Indudablemente
incentivará a la Unión Europea a acelerar la negociación
de su propio acuerdo de libre comercio con Corea - entre otras economías
emergentes - en el marco de su nueva Estrategia Global. Y los mismo ocurrirá
en los casos de China y Japón, acrecentando incluso su interés
por un TLC con los EE.UU.
Los peligros del "spaghetti bowl"
En parte como resultante de este nuevo acuerdo preferencial, el debate
sobre los peligros de un "spaghetti bowl" - feliz figura imaginada
por el profesor Jagdish Bragwati que evoca una maraña de reglas
preferenciales entrecruzadas - se ha reinstalado con fuerza.
No es, por cierto, un debate sólo académico. Tiene numerosas
implicancias prácticas, tanto en el plano político como
en el de los negocios internacionales. Es importante tomarlas en cuenta
en la estrategia de inserción comercial externa de la Argentina.
La proliferación de acuerdos comerciales preferenciales que discriminan
bienes, servicios e inversiones originados en quienes no son países
miembros de ellos, en si misma no es necesariamente un problema serio.
Lo sería, en cambio, si coexiste con - o más aún
si ocasiona como un efecto no necesariamente buscado - un debilitamiento
del marco global multilateral de la Organización Mundial del Comercio
(OMC). El eventual fracaso de la Rueda Doha puede contribuir a ello. No
es hoy una posibilidad lejana.
El "spaghetti bowl" sin disciplinas comunes multilaterales
efectivas, sería entonces el verdadero problema. Una carrera hacia
la discriminación comercial abriría las puertas - como ha
ocurrido en el pasado - a la fragmentación y al conflicto. El comercio
internacional dejaría tener un signo cooperativo.
Por su baja relevancia relativa en el comercio mundial de bienes y de
servicios, no parece ser algo conveniente para la Argentina. Tampoco parece
serlo para muchos otros países - incluso los más grandes
- y para empresas transnacionales expandidas a escala global, que han
tomando decisiones de inversión en función de la apertura
de los mercados al comercio y a las inversiones productivas. Todos sufrirían
entonces el impacto de las discriminaciones, paradójicamente establecidas
en nombre del "libre comercio".
Acciones locales
Siendo prácticos, sin embargo, cabe reconocer que la tendencia
al aumento de tales acuerdos está para quedarse. Tres líneas
de acción parecen recomendables para la Argentina.
La primera es tener un mapa de los tratamientos preferenciales que otros
países se otorgan, y que más incidencia puedan tener en
la competitividad relativa de bienes y servicios originarios en el país.
Tiene que ser un mapa de actualización constante, que permita
detectar eventuales desplazamientos de ventajas competitivas resultantes
de los acuerdos que se concluyan. Cabe tener en cuenta que tales desplazamientos
muchas veces ocurren a "cámara lenta", a medida que maduran
los respectivos programas de liberalización comercial.
La segunda línea de acción, es articular una estrategia
de negociaciones comerciales en función de intereses ofensivo y
no sólo defensivos, de empresas y productores.
Supone, por lo tanto, un número significativo de empresas cn estrategias
ofensivos en terceros mercados.
Y la tercera es concertar tal estrategia con sus socios del Mercosur,
ya que la existencia del arancel externo común - más allá
de su flexibilización actual - requiere que las negociaciones comerciales
externas sean conjuntas o, al menos, que estén concertadas. Se
necesitará mucha imaginación a tal efecto, dado que la experiencia
acumulada hasta el presente, por ejemplo con la Unión Europea,
demuestra que no es un emprendimiento fácil de concretar. Quizás
lo será menos aún cuando se complete la formalización
del Mercosur ampliado. La estrategia concertada puede ser flexible - y
el determinar los alcances de tal flexibilidad es una cuestión
prioritaria en la agenda del Mercosur - pero es esencial que se centre
en el fortalecimiento de la OMC, como ámbito privilegiado de negociaciones
comerciales, de producción de reglas de juego y de solución
de controversias.
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