Primero en San Pablo, luego en Washington, este mes los presidentes
Bush y Lula tendrán ocasión de conversar mano a mano sobre
cuestiones relevantes para sus dos países y la región. La
última vez que lo hicieron fue, en Brasilia en noviembre del 2005,
al día siguiente de la Cumbre de las Américas en Mar del
Plata. Desde entonces mucha agua ha pasado bajo los puentes. Y seguirá
pasando.
Todo encuentro a solas entre presidentes puede ser útil. Es una
oportunidad para mejorar el conocimiento recíproco. Pero sobre
todo para recibir del otro, en forma directa, opiniones y visiones sobre
cuestiones y personalidades que interesan a las respectivas políticas
exteriores.
Precisamente otro presidente del Brasil, Fernando Henrique Cardoso -uno
de los pocos líderes políticos contemporáneos que
ha publicado su testimonio del paso por la función pública-cuenta
en su libro A Arte da Política: a historia que viví
(Civilizaçâo Brasileira, Rio de Janeiro, 2006), cómo
en sus conversaciones en Brasilia con el presidente Clinton, pudo convencerle
de las razones políticas y económicas por las cuales un
Mercosur consolidado era compatible con el ALCA. Al día siguiente
Clinton afirmó públicamente su apoyo a la idea del Mercosur.
Más allá del grado de prestigio que George W. Bush tenga
hoy en muchos países, lo concreto es que por casi dos años
más seguirá siendo el ocupante de la Casa Blanca. Lula,
a su vez, recién reelecto, dirigirá por casi cuatro años
los destinos del Brasil. Ambos son entonces interlocutores válidos
de países que tienen una natural gravitación -que no es
necesariamente sinónimo de liderazgo- en nuestra región.
En particular, es mucho lo que Lula puede hacer para lograr una mejor
comprensión de Sudamérica en Washington. En un período
de fuertes turbulencias e incertidumbres globales, en el que los radares
de la Casa Blanca están concentrados en situaciones críticas
que hacen a la seguridad internacional (Irak, Irán, Afganistán,
Medio Oriente, entre otras), la estabilidad de la región requiere
de una estrategia inteligente de los Estados Unidos. Pueden ser parte
de las soluciones, pero como lo han demostrado en el pasado, también
de los problemas.
Difícil es imaginar que en sus conversaciones en San Pablo y en
Washington, los dos presidentes no hablen de desarrollos políticos
recientes en el espacio sudamericano y sus implicancias futuras. Pero
es natural que también hablen de comercio e inversiones.
En este plano, es posible que tres cuestiones ocupen un lugar especial.
En las tres, la Argentina tiene también mucho que decir.
En primer lugar está la cuestión energética, en
la cual Bolivia y Venezuela tienen protagonismo especial. Pero también
está la del aprovechamiento conjunto del enorme potencial a desarrollar
en materia de biocombustibles. Es un tema en el que nuestro país
puede tener un protagonismo significativo, junto con el Brasil y los Estados
Unidos.
En segundo lugar está la cuestión de la Rueda Doha. Recientemente
se han retomado las negociaciones y aún es posible que concluyan
este año. En el caso de los Estados Unidos, mucho dependerá
de lo que ocurra en el Congreso con las iniciativas del Ejecutivo en relación
a la prórroga del Trade Promotion Authority, que vence en junio
y a la renovación de la Farm Bill, que vence en septiembre. En
la cuestión agrícola, que sigue siendo el nudo principal
de las negociaciones en la OMC, la Argentina comparte con el Brasil el
Grupo de los 20. Pero ambos países están unidos además
por el arancel externo común. Eso hace que las adaptaciones de
los aranceles industriales, como contrapartida a las concesiones que se
logren en el sector agrícola (subsidios y acceso a los mercados),
tengan que ser adoptadas con el consenso de los socios del Mercosur.
Y finalmente está la cuestión de las negociaciones comerciales
de los países del Mercosur con los Estados Unidos. Al ALCA no se
lo visualiza hoy como algo viable. Quizás nunca lo fue en la forma
en que se lo planteó. Tampoco parecería fácil en
este momento relanzar negociaciones en el marco del acuerdo 4+1.
Desde el 2002 los cinco países no se han vuelto a reunir. Uruguay
-otro país que visitará el presidente Bush- no oculta su
deseo de concluir un Tratado de Libre Comercio con Washington. Hace pocos
días, el canciller Amorim, reiteró en el Financial Times
que ello sería incompatible con su pertenencia al Mercosur.
Cómo articular negociaciones comerciales realistas entre el Mercosur
y los Estados Unidos, debería ser entonces un tema de relevancia
política en las próximas conversaciones de Lula y Bush.
La cuestión de los biocombustibles puede ser una punta de ovillo.
Pero si se quiere preservar el Mercosur -y el presidente Lula ha sido
muy claro en tal objetivo - será necesario encontrar una fórmula
que permita contemplar, con flexibilidad y en negociaciones más
amplias, las múltiples realidades que caracterizan hoy al Mercosur.
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