Difícil será que se despejen en la Cumbre de Río
de Janeiro. Pero lo deseable sería que algunos interrogantes que
plantea el Mercosur tengan principio de respuesta en las deliberaciones
de los presidentes. Al menos lo recomendable es que a ese alto nivel ellos
estén presentes.
Los principales son interrogantes relacionados con la identidad, la eficacia
y la legitimidad social de un proceso que ya lleva más de veinte
años -si se toma en cuenta el punto de partida del entendimiento
estratégico bilateral entre la Argentina y el Brasil.
Los interrogantes sobre la identidad del Mercosur tienen que ver con
los objetivos que se persiguen en el trabajo conjunto entre los socios.
Se han acentuado tras la incorporación -aún no consumada
en cuanto a su validez formal y a sus consecuencias prácticas en
el plano de las políticas comerciales- de Venezuela como miembro
pleno. Quienes tengan ojo clínico para distinguir la retórica
de los compromisos concretos -por ejemplo, aquellos que tengan que tomar
decisiones de inversión productiva en función del mercado
ampliado o que deban valorar la conveniencia de negociar con el bloque-
observarán el alcance, contenido, calidad y potencial de efectividad
de las reglas de juego que se han pactado o que se pacten en el futuro.
Por el momento, encontrarán un Mercosur con un exceso de distancia
entre discurso e intenciones y lo efectivamente pactado. Abundan las reglas
pobres de calidad y, sobre todo, que no se cumplen. Esto es, un proceso
rico en precariedades y dilaciones de plazos. Es factible que lleguen
entonces a la conclusión que abunda el más de lo mismo
que caracteriza la larga experiencia latinoamericana en materia de integración
económica. Les resultará, por ejemplo, difícil concluir
que efectivamente el objetivo sea un mercado común que comienza
a construirse en torno a una unión aduanera.
La imprecisión e, incluso, confusión sobre las reglas de
juego y sobre su real cumplimiento, puede explicar interrogantes en torno
a la eficacia del trabajo conjunto. Esto es, sobre el potencial efectivo
de alcanzar los resultados que se proponen lograr los socios. Sean ellos
en el plano político -un espacio regional marcado por la lógica
de la integración por sobre la de la fragmentación, especie
de plataforma compartida para negociar y competir en el resto del mundo,
en un cuadro de ganancias mutuas que tomen en cuenta las múltiples
asimetrías existentes-, o en el plano económico y social
-un espacio común que estimule inversiones productivas a fin de
generar empleo para sus ciudadanos, con las consiguientes ganancias colectivas
de bienestar-. El Mercosur sigue teniendo en tal sentido un claro problema
institucional, que se refleja tanto en sus reglas de juego como en los
mecanismos por los cuales ellas se establecen. El hecho que se haya instalado
entre los socios una cierta disonancia en torno a conceptos y enfoques
claves a la vida democrática, al desarrollo económico y
a la forma de relacionarse con el resto del mundo, complica aún
más la apreciación sobre la eficacia del emprendimiento
conjunto.
Es en el plano de la legitimidad social del Mercosur, donde se observan
consecuencias visibles del déficit de identidad y de eficacia.
Basta recorrer la prensa de países socios para encontrar recurrentes
cuestionamientos a la idea del trabajo conjunto. El bloque ha perdido
atractividad, los incentivos para avanzar son menos nítidos, abundan
indisciplinas de todo tipo.
La voluntad política de seguir adelante con su construcción
gradual parece sin embargo que está presente. En parte puede deberse
a la falta de alternativas razonables. En parte a que el liderazgo político
percibe, con razón, que la idea -o la ilusión-de un espacio
regional integrado sigue siendo atractivo para la gente. Quizás
sea por ser identificado con la necesidad de crear horizontes de futuro
que permitan superar los evidentes desequilibrios sociales existentes
en la región.
Para superar sus problemas de identidad, eficacia y legitimidad social,
el Mercosur requeriría pactar una arquitectura más flexible
que la actual, en el que el empleo de metodologías de múltiples
velocidades y de geometría variable, se concilie con un mínimo
de valores compartidos y de reglas de juego de calidad. Ellos permitirían
sustentar el grado de disciplinas colectivas que caracteriza a procesos
de integración que son tomados en serio por ciudadanos, inversores
y terceros países.
Un diálogo franco entre los presidentes es fundamental para seguir
avanzando. Pero también parece esencial consolidar el núcleo
duro que conforman la Argentina y el Brasil. Su liderazgo colectivo -junto
con Chile- es condición necesaria. Es la solidez de ese núcleo
duro lo que permitiría concretar gradualmente una ampliación
razonable del Mercosur, así como contemplar las que sean demandas
legítimas de Paraguay y Uruguay, que consideran que el proceso
actual no les genera beneficios.
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