La diplomacia presidencial multilateral tiene sentido si refleja una
realidad internacional diferenciada y si genera el impulso político
de alto nivel a hojas de ruta con objetivos concretos. Puede considerarse
que el espacio sudamericano reúne la primera de las condiciones.
Demostrar que puede cumplir con la segunda condición, es el desafío
de la Cumbre Sudamericana a realizarse en Cochabamba el 8 y 9 de este
mes.
No siempre ello se logra. Sin perjuicio que brinde un espacio útil
al conocimiento y diálogo entre quienes participan, lo cierto es
que las cumbres presidenciales presentan cierto desgaste como mecanismo
eficaz de construcción de espacios de cooperación entre
naciones. Incluso se denomina 'cumbritis' a lo que sería una especie
de molestia que afecta a los protagonistas de la cada vez más intensa
diplomacia presidencial multilateral y que, a veces, explica las ausencias.
Pero también podría estar afectando a los ciudadanos que
no perciben su eficacia. Ello hace que incluso pierdan su potencial mediático.
Por ejemplo, días pasados hubo una Cumbre África-Sudamérica
en Abuja, Nigeria. Asistieron pocos presidentes de ambas regiones. Fue
calificada de 'histórica' por quienes la impulsaron. Pero cuesta
imaginar su impacto real en la construcción de un espacio de cooperación
bi-regional.
Sin embargo, bien preparada una cumbre presidencial puede producir resultados
útiles. En el caso de la de Cochabamba, cabrá apreciar sus
eventuales aportes efectivos en tres planos. En ellos se evidenciará
su capacidad de generar impulsos políticos de alto nivel, a cuestiones
relevantes que derivan de la pertenencia de sus participantes a un espacio
geográfico que es común e inevitable.
El primer plano es el del desarrollo de condiciones que faciliten la
estabilidad política en una región crecientemente diferenciada
y multipolar. Diferenciada en cuanto a los grados de desarrollo económico
de los países que la conforman. Pero también en cuanto a
las visiones sobre la inserción en el mundo y sobre los caminos
que conducen a la afirmación de sistemas democráticos que
se sustenten en la cohesión social. Multipolar en cuanto a las
respectivas capacidades y vocaciones de ejercer un liderazgo regional.
Ninguna nación tiene las condiciones que se requieren para un liderazgo
hegemónico. La construcción de un espacio común en
el que quepan las diversidades, es entonces una tarea colectiva que requiere
más vocación de concertación de intereses que de
confrontación, o de ideologías o de personalidades.
El segundo plano es el de las cuestiones económicas más
sensibles de la agenda regional. Tres son prioritarias. Una es la de la
integración física. Implica generar los impulsos políticos
necesarios para el desarrollo de proyectos de infraestructura que profundicen
la conexión entre las economías nacionales. La otra es la
de la energía. Al igual que en el espacio geográfico europeo
- como lo demostró la reciente Cumbre Unión Europea-Rusia
en Helsinki-, el generar marcos institucionales con reglas efectivas que
estimulen las inversiones y brinden seguridad en los abastecimientos transnacionales
comprometidos, es hoy una cuestión de impacto en la seguridad de
los países y, por ello, central a la estabilidad política
de una región. Y la tercera es la de la convergencia de los múltiples
acuerdos comerciales preferenciales que existen en Sudamérica,
todos ellos celebrados en el ámbito latinoamericano más
amplio de la ALADI.
El tercer plano es el de la institucionalización de la denominada
Comunidad Sudamericana de Naciones. Ella no es aún la resultante
de un Tratado. Tampoco parece que se firmará en Cochabamba, al
menos por lo poco que los ciudadanos conocen sobre los trabajos preparatorios
de la Cumbre. Y quizás es bueno que así sea. Por el contrario,
lo positivo sería evitar la tentación de avanzar en creaciones
institucionales complejas, útiles en lo mediático, pobres
en los resultados prácticos. El Grupo de los 8, por ejemplo, ejerce
su influencia sin que las naciones más poderosas lo hayan formalizado
en un Tratado. Lo relevante, en cambio, es lograr que las cumbres periódicas
sean un factor de impulso político a acciones multi-modales que
pueden concretarse, o con instrumentos ad-hoc -por ejemplo, lo que podría
ser en el plano de la energía, el equivalente al Tratado de la
Carta de la Energía, originado en Europa- o con el aprovechamiento
de los múltiples acuerdos ya existentes, incluyendo sus respectivos
instrumentos y reglas de juego.
La idea de la Comunidad Sudamericana de Naciones presenta un riesgo principal.
No hay que subestimarlo. Incluso podría ser una tentación.
Y es que termine diluyendo en algo etéreo los compromisos exigibles
ya asumidos en el Mercosur, que sigue siendo a pesar de sus dificultades
el principal núcleo duro para la articulación de un espacio
sudamericano que se resista a las tendencias a la fragmentación
y al conflicto.
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