El nombre Mercosur fue un acierto. Lo acuñó Raúl
Ochoa, negociador argentino cuando se lanzó la idea en 1990. Más
que a una organización permitió identificar una idea estratégica,
una región geográfica y un proceso de integración.
Pegó en la gente y en terceros países. Fue una marca con
carga positiva. Luego se deterioró.
Su situación no es insalvable pero tiene problemas. Reflejan deficiencias
del proceso de integración. Incluso se ha abierto un debate existencial
sobre la razón de ser del Mercosur.
Lo ilustra el título de Exame, revista de negocios del Brasil,
en un reportaje el 26 de julio: "Las diez razones para destruir el
Mercosur". Más allá de la calidad de sus argumentos,
refleja un estado de ánimo negativo de sectores del empresariado
brasileño. Para muchos en Brasil el Mercosur se ha vuelto irrelevante.
Algo similar se observa en los otros socios incluso, por cierto, en la
Argentina. "Tal como está el Mercosur no nos sirve",
es una expresión que se escucha con frecuencia en los socios fundacionales.
No siempre tal insatisfacción se traduce en un Plan B con respecto
al Mercosur.
Quizás no exista uno razonable, a la luz de razones geográficas
así como de factores políticos y económicos que explican
su creación, ni del margen de maniobra que tienen los socios en
el escenario comercial internacional considerando, sobre todo, su condición
de exportadores de productos agrícolas y agro-industriales.
Lo cierto es que muchos de los problemas que se le atribuyen existirían
aún cuando el Mercosur desapareciera. Son resultantes de la vecindad.
Además de sus déficit de eficacia y de relevancia, el Mercosur
esta enfrentando una creciente crisis de identidad. Concretamente ¿qué
es hoy el Mercosur?
Formulada por la gente y por observadores externos, es una pregunta que
da lugar a una variedad de respuestas que a veces, se presentan como contrapuestas.
Algunos ponen el acento en lo comercial y lo evalúan según
sea el comportamiento de las balanzas comerciales bilaterales.
Otros ponen el acento en su dimensión política y social,
o en el desarrollo de la infraestructura física, o en el potencial
de integración productiva en torno de sus principales cadenas de
valor.
Se lo imagina también como una plataforma o un impedimento
para negociar y competir a escala global. Concebido en forma restringida
se lo confunde con la relación entre la Argentina y el Brasil,
tal el caso del sector automotriz.
Definido con criterios formales, indudablemente es el que integran los
ahora cinco socios plenos. Pero con criterios amplios, se confunde con
la denominada Comunidad Sudamericana.
Incluso, la adhesión de Venezuela torna más difícil
precisar la identidad del Mercosur. La visión desde Caracas, puede
ser difícil de sintonizar con la que se tiene en la red de ciudades
que son el nucleo duro del consumo y de la producción del sur americano.
Pero también complica la definición de la identidad del
Mercosur por el alcance de sus relaciones externas, especialmente por
cierta ambivalencia en la convivencia entre Caracas y Washington.
Un desafío será entonces articular las múltiples
identidades del Mercosur, a fin de contemplar realidades nacionales que
tienen mucho de común y también profundas diferencias.
Las más notorias son resultante de asimetrías de dimensión
económica y grados de desarrollo entre sus socios. Si tal desafío
es encarado con eficacia, el nombre Mercosur podrá recobrar su
prestigio.
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