Justo cuando se celebra el 250 aniversario de Mozart, Viena no es lugar
para desafinar. Sin embargo, ese es un riesgo que se corre en la Cumbre
euro-latinoamericana. Los presidentes latinoamericanos no parecen estar
muy en condiciones de presentar un frente armónico en su diálogo
con sus contrapartes europeas. En realidad, tampoco lo están los
europeos. Pero al menos, en su caso, la Comisión Europea introduce
cierta apariencia de armonía.
Pero hay una oportunidad a aprovechar. Es la de poder explicar en pocas
horas de diálogos lo que está ocurriendo en la región
y de mostrar cómo la Unión Europea puede contribuir a evitar
que cierta propensión a la fragmentación se profundice.
Tres puntos merecen especial atención al presentar la nueva realidad
regional.
El primero es que ella no puede ser entendida a partir de enfoques generales,
tales como sostener que América Latina se vuelca a la izquierda
o al populismo. Por el contrario, la región presenta un cuadro
diferenciado, en el que cada proceso nacional tiene sus propias lógicas
y características. Eventualmente pueden efectuarse abordajes subregionales.
Pero incluso en una región como la andina, las diferencias son
notorias de país a país. Categorías y enfoques del
pasado no permiten captar todos los matices de una realidad rica en diversidades.
El segundo es que se observan, sin embargo, rasgos comunes que permiten
vertebrar lo que parece un mosaico heterogéneo. Tres pueden destacarse.
Por un lado, la búsqueda de nuevas respuestas a problemas que tienen
raíces profundas, como es el de la desigualdad social y el de la
insatisfacción popular ante respuestas que por momentos han predominado
en las políticas públicas. Por el otro, la apertura de una
ventana de oportunidad en el creciente interés de China en la economía
regional y, en especial, en sus cuantiosos recursos naturales. Ella ha
creado un cuadro económico externo favorable a casi toda la región.
Y, finalmente, la importancia creciente que tiene la cuestión energética
como problema o como oportunidad en las políticas económicas,
en la interdependencia regional especialmente en América
del Sur y en la relación con inversores extranjeros.
El tercero es la metamorfosis en los procesos de integración regional.
Son fáciles de ilustrar con los casos de la Comunidad Andina de
Naciones y del Mercosur. Se ha instalado la necesidad de potenciar la
vocación por una mayor integración con nuevas metodologías
de trabajo conjunto, inyectando criterios novedosos de geometría
variable y de múltiples velocidades. Cómo conciliar la profundización
de vínculos preferenciales entre países de la región,
con el pleno aprovechamiento de las oportunidades que se brindan en el
espacio económico global, es uno de los desafíos apremiantes
que se observan, al menos en los dos casos antes citados. Es un desafío
que requerirá de mucha flexibilidad en el diseño de procesos
de integración viables.
¿Qué se puede esperar de Europa ante la nueva realidad
regional? Es ésta quizás otra cuestión central en
el diálogo en Viena con los líderes europeos.
Tres parecen ser cursos de acción recomendables.
El primero tiene que ver con una mayor concentración de recursos
humanos y financieros orientados a tratar de decodificar dinámicos
procesos de cambio en la región, que suelen estar llenos de matices
y en los que, a veces, resulta difícil distinguir lo real de lo
mediático, dado el recurso frecuente a sofisticados fuegos de artificio.
La cooperación académica europea debería ser ampliada
a tal efecto.
El segundo se refiere a la urgencia de concretar un acuerdo de asociación
estratégica con el actual Mercosur. No es necesario ni conveniente
pretender cerrar todos los aspectos de un proceso que tendrá que
ser incremental y de largo plazo. Los nudos principales deberán
esperar a lo que ocurra finalmente en la Organización Mundial del
Comercio. Un acuerdo de contenido flexible y evolutivo, no sólo
permitiría estimular el propio proceso de integración en
el Mercosur, también abriría el camino para una más
estrecha vinculación con el ya concretado acuerdo de libre comercio
que la Unión Europea tiene con Chile. En su marco, cabría
otorgar un espacio destacado a la sinergia empresaria resultante de la
presencia de fuertes intereses europeos en la región y, en tal
sentido, el actual foro empresario UEMercosur debería tener un
protagonismo creciente, con la efectiva participación de empresarios
representativos de ambas regiones.
Y el tercero, tiene que ver con la participación europea en el
abordaje del desarrollo de las redes de integración física
de la región y en el pleno aprovechamiento del potencial energético.
Europa puede contribuir por su propio, difícil e inconcluso aprendizaje.
También puede hacerlo con financiamiento, incluyendo el del Banco
Europeo de Inversiones y con su aporte a reglas que generen seguridad
para las inversiones, en la línea del Tratado de la Carta de la
Energía.
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