El escenario probable es de restricción a mercados y las distorsiones
de precios agrícolas
El espectro de los fracasos de Seattle y de Cancún ronda nuevamente
en las negociaciones de la Rueda Doha. Julio ha concluido sin progresos
en la definición de las modalidades de negociación. Predomina
un humor pesimista. Una noticia positiva, sin embargo, que puede contribuir
a renovar la dinámica negociadora, es la aprobación del
CAFTA por el Congreso de los Estados Unidos.
Cuando se reúna la Conferencia Ministerial de la Organización
Mundial de Comercio, en diciembre próximo en Hong Kong, es posible
que se deba constatar un fracaso. Tal sería el resultado si no
se logra articular el consenso necesario para las modalidades de las negociaciones
en su etapa final. Ellas deben incluir elementos esenciales como son los
puntos de partida, los ritmos y los plazos para los compromisos a asumir,
especialmente en materia de acceso a mercados (de los productos agrícolas
y de los industriales) y de eliminación de subsidios (de apoyo
a la agricultura y a sus exportaciones).
La brecha de posiciones entre los diversos grupos de países no
se ha terminado de cerrar. Los nudos principales siguen sin ser desatados.
Los esfuerzos deberán continuar en septiembre, tras las vacaciones
de agosto en los países del Norte.
El escenario de un estancamiento prolongado e incluso de un colapso de
las negociaciones de la Rueda Doha, no es entonces sólo posible,
sino que también probable. Sin embargo, es común en este
tipo de negociaciones el que los nudos se desaten sólo en las últimas
horas, ya que ninguno de los protagonistas relevantes quiere mover sus
piezas antes de conocer la verdadera posición de los otros.
Hay al menos tres factores que pueden incidir en la evolución
de las negociaciones en los próximos meses. Por un lado, el hecho
que sea grande la distancia a recorrer para llegar a un punto de equilibrio
de los intereses en juego. Por el otro, el que los plazos son cortos y
difícilmente prorrogables, dado que la autorización que
tiene el Presidente de los Estados Unidos para negociar vence en julio
de 2007. En el mejor de los casos, una nueva autorización llevaría
tiempo. Y el tercero, el que no abundan los incentivos, especialmente
en los países industrializados, a afrontar los costos políticos
internos que tendría una amplia apertura de los mercados agrícolas
-cuestión clave para los países del G20- o una eliminación
o reducción significativa de subsidios a la producción y
a exportacipon agrícola.
¿Cuáles serían los efectos de un eventual fracaso
de la Rueda Doha o de su prolongación indefinida en el tiempo?
Tres son probables. El más notorio sería que continuarían
las restricciones en el acceso a los mercados y las distorsiones de precios
que hoy afectan al comercio mundial de productos agrícolas. El
otro es que se estimularía la tendencia a la proliferación
de acuerdos comerciales preferenciales -especie de clubes privados que
pueden implicar por su carácter discriminatorio, distorsiones en
las corrientes mundiales de comercio e inversiones-. El tercero es el
de un significativo debilitamiento del sistema de disciplinas colectivas
del comercio global, basado en reglas exigibles, principal logro de la
OMC.
Sin perjuicio de que el interés nacional argentino impulse a efectuar
todos los esfuerzos a fin de lograr que la Rueda Doha culmine con un resultado
equilibrado -es decir que incluya progresos significativos en el comercio
de productos agrícolas-, es prudente prepararse para un escenario
menos favorable. Tres planos de acción son recomendables.
El primero es el privilegiar políticas de competitividad sistémica,
que incentiven la proyección internacional de la capacidad del
país para producir bienes y prestar servicios que sean valorados,
por su calidad y precio, por los consumidores de todo el mundo. Ello implica
prepararse, a la vez, para competir sea en un escenario optimista de una
Rueda Doha exitosa o en el más pesimista de su colapso.
El segundo es el rediseño de instrumentos del Mercosur, a fin
de institucionalizar la flexibilidad que requiere una diplomacia comercial
multi-espacial abierta a todos los horizontes posibles. Las reglas del
GATT-1994 sobre las uniones aduaneras son suficientemente amplias. La
figura prevista es precisamente la de una unión aduanera incompleta.
Lo esencial en tal caso, es prever disciplinas colectivas en las negociaciones
con terceros países y mecanismos que neutralicen efectos perjudiciales
que pudieran eventualmente resultar en los flujos de comercio e inversión
de los socios.
El tercero es impulsar negociaciones con terceros países. Tres
se destacan. Con la Unión Europea, capitalizando el interés
manifestado de concluirlas antes de la Cumbre de Viena, en mayo próximo.
Con los Estados Unidos, revitalizando el enfoque de un acuerdo '4+1' compatible
con objetivos más amplios del libre comercio hemisférico.
Con China, privilegiando (aunque sea más compleja) la figura de
un tratado de libre comercio.
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