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  Félix Peña

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 Diario La Nación | 12 de octubre de 2004

Los interrogantes que plantea el Mercosur


La experiencia acumulada con el Mercosur puede ser apreciada al menos desde tres perspectivas complementarias.

La primera es la política. Se vincula con el signo de las relaciones que han enhebrado cuatro países que son vecinos y que han acrecentado en las últimas dos décadas la densidad de su conectividad en todos los planos.

Son relaciones dominadas por la lógica de la integración, frente a lo que ha sido común en la historia entre países vecinos, esto es, el predominio de la lógica de la fragmentación. Más allá de tensiones ocasionales y de conflictos comerciales naturales, lo cierto es que se han ido consolidando entre los socios del Mercosur -y entre ellos y sus asociados- la idea de un barrio que aspira a ser de calidad.

Es la noción de una zona de paz, cuyo valor internacional se acrecienta en la medida en que pueda ser concebido como un núcleo duro de la estabilidad política sudamericana. Es un bien público que debe ser preservado y cultivado por medio del ejercicio sutil de una diplomacia de integración -no sólo gubernamental, sino también de todos los actores sociales- ya que la historia indica que suele ser más fácil retroceder que avanzar en la calidad de las relaciones entre países vecinos.

La segunda perspectiva es la del intercambio comercial. Se relaciona con los flujos de comercio entre los socios. En este plano, se observan fluctuaciones explicadas por disparidades en los comportamientos de las respectivas economías -especialmente las de Brasil y la Argentina- y, por momentos, también por disparidades cambiarias. ¿Cuánto del comercio recíproco y de sus fluctuaciones puede deberse a la existencia del Mercosur y de sus reglas de juego, y cuánto es la resultante natural de la contigüidad geográfica de economías que se abrieron al mundo y no sólo a la región en la década del 90? Es una pregunta que requiere aún ser respondida con precisión, a fin de poder clarificar efectos negativos y positivos que se le suelen atribuir al Mercosur.

La tercera perspectiva es la de la inversión productiva. Es probablemente la más importante. Significa visualizar el Mercosur como un instrumento de transformación productiva de cada país socio y, por ende, de incorporación de progreso técnico y creación de empleo calificado. Tiene que ver con la capacidad para competir a escala global y no sólo regional. Es lo que le da sentido político, además del económico, a la idea tan difundida de abrir el acceso a un mercado de más de doscientos millones de consumidores.

Es en esta última perspectiva donde el Mercosur -luego de diez años de unión aduanera aún incompleta- plantea más preguntas que respuestas a aquel empresario -especialmente pequeño o mediano- que evalúa la conveniencia de invertir en función del espacio económico prometido. Son preguntas alimentadas por una vivencia de reglas precarias, de debate existencial continuo sobre la conveniencia del Mercosur y sobre sus modalidades -¿zona de libre comercio o unión aduanera?-, de un campo de juego desnivelado y de escasa transparencia en los mecanismos de negociación.

Real incentivo

Tres son las preguntas principales que esperan respuestas claras de los países miembros. Las tres se refieren al potencial del Mercosur para constituir un real incentivo institucional y económico a la inversión. Ellas son:

  • ¿Están dispuestos los socios -especialmente los dos de mayor dimensión económica- a aceptar disciplinas colectivas que restrinjan su libertad para aplicar discrecionalmente políticas públicas en materia de desarrollo económico, comercio exterior e inversiones productivas?

  • ¿En qué consiste la preferencia económica entre los socios y en qué consistirá una vez que concluyan las negociaciones con la Unión Europea (UE) y con Estados Unidos? O, en otras palabras, ¿cuáles son las ventajas económicas derivadas del privilegio de ser socio pleno, diferentes de las otorgadas a países con los cuales el Mercosur se asocia?

  • ¿Cómo se garantiza el respeto a la preferencia económica pactada entre los socios? ¿Es que, por ejemplo, quien invierte en Uruguay o en Paraguay en función del espacio integrado goza de las mismas garantías de acceso a los mercados de los demás socios, que hoy tiene quien invierte en Lituania o en Eslovenia en función del mercado de la UE?

En diciembre próximo, en los resultados de la Cumbre de Ouro Preto, muchos empresarios buscarán al menos un principio de respuesta a estas preguntas.

Según cuáles sean las respuestas se inclinarán o no a tomar en serio al Mercosur, es decir, a invertir en función del mercado ampliado.


Félix Peña es Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación ICBC; Director de la Maestría en Relaciones Comerciales Internacionales de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF); Miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI). Miembro del Brains Trust del Evian Group. Ampliar trayectoria.

http://www.felixpena.com.ar | info@felixpena.com.ar


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