El Mercosur tiene un aparato digestivo defectuoso. Procesa mal sus recurrentes
diferencias comerciales. Como ya ocurriera en otras oportunidades, en
esta ocasión ellas también generan tensiones de fuerte impacto.
Desorientan a la opinión pública, que recibe mensajes contradictorios
entre una alianza épica llena de virtudes y las peleas, hoy por
heladeras, ayer textiles y calzado, mañana quizás automóviles.
Lo bueno es que las diferencias luego se diluyen y dejan de ser noticia.
Lo malo es que contribuyen a una erosión por goteo de la imagen
del Mercosur y aumentan su pérdida de credibilidad. Es peor aún
si los socios no tienen -y ninguno parece tener- un plan B.
Conviene entonces una discusión serena y un diagnóstico
preciso. ¿Qué es lo que anda mal en el Mercosur? ¿La
idea estratégica o la forma de llevarla adelante?
Si bien en el calor del debate público se efectúan afirmaciones
contundentes -tales como que el Mercosur ha fracasado y otras de similar
tono-, no se observa en ninguno de los socios una posición firme
en cuanto al abandono de la idea que encarna el Mercosur. Al menos en
los gobiernos ello está descartado. Tampoco tiene asidero profundo
en las opiniones públicas. Quizás porque todos estamos conscientes
del sabor amargo de un fracaso -además del descrédito internacional
y de sus consecuencias en el complicado escenario sudamericano-. Si hubiera
que reconocer tal fracaso, difícil sería no hacer luego
algo parecido al Mercosur. ¿Y alguien creería en ello?
El debate no parece ser entonces de tipo existencial. Parece más
bien centrado en el cómo, es decir en lo metodológico. El
eje de tal debate cruza por una cuestión central en un proceso
de integración voluntaria entre naciones vecinas y con desigual
poder relativo: cómo distribuir costos y beneficios o, en otros
términos, cómo resolver la cuestión de quiénes
ganan y quienes pierden.
La fórmula para esta cuestión es simple de definir y difícil
de llevar a la práctica. Se trata por cierto de que todos perciban
que ganan más dentro del club que fuera. Y el problema en el Mercosur
es que, como consecuencia de asimetrías de tamaños, de competitividades
relativas, de situaciones macroeconómicas coyunturales, recurrentemente
hay quienes perciben -o creen percibir- que son perdedores sistemáticos.
Pueden ser países, como los casos de Paraguay o Uruguay. O sectores
industriales o agrícolas sensibles, en cualquiera de los socios.
Se suele sostener que la solución es retrotraer el Mercosur a
una zona de libre comercio. Bien en teoría. En la práctica
plantea enormes problemas. No hay zona de libre comercio moderna sin reglas
de origen específicas. Las conocidas ponen de manifiesto que es
con ellas que se discrimina entre socios y no socios. ¿Sería
fácil una negociación de reglas de origen específicas
en un clima de fracaso del proceso actual? ¿Y es que, acaso, los
problemas recurrentes no se originan precisamente en el comercio intra-Mercosur
de bienes y de servicios?
Creo que el debate metodológico es impostergable. Es conveniente
basarlo en un diagnóstico de cuáles son los problemas sensibles;
realizarlo a través de un diálogo franco y de la negociación,
y de colocarlo en la perspectiva de un salto hacia delante. No de un salto
a un vacío lleno de ilusiones. Pero sí de un salto hacia
reglas de más calidad y realismo que las actuales.
Es un debate que cruza por lo menos por tres planos vinculados entre
sí. El primero tiene que ver con las modalidades de la unión
aduanera. Más que definiciones teóricas, lo que debe tenerse
en cuenta es la del artículo XXIV-8-a del GATT-1994. Su lectura
permite apreciar su flexibilidad. Incluso permitiría contemplar
las necesidades de países o sectores que requieren de una mayor
apertura relativa al mundo, así como tomar en cuenta los requerimientos
de Chile, cuya incorporación plena permitiría ganancias
de equilibrio y credibilidad para el Mercosur. El segundo, tiene que ver
con la integración industrial en un cuadro de marcadas asimetrías.
El enfoque recomendable es el sectorial. En acuerdos sectoriales pueden
preverse mecanismos temporarios de ajuste, que respondan a criterios y
reglas precisas. Una Secretaría Técnica reforzada puede
cumplir un papel importante en la protección de intereses que no
pueden ser desconocidos. También es conveniente crear un foro especializado,
por ejemplo, una Comisión de la Producción que complemente
a la actual Comisión de Comercio. Y el tercero, es el de las negociaciones
comerciales externas, y el de los alcances y modalidades de la ampliación
sudamericana del Mercosur. Aquí el marco de la ALADI es muy útil.
Otra cosa es la agenda política del Mercosur. Para ella, la asociación
con México puede ser valiosa, si se sustenta en un acuerdo de libre
comercio que incluya los productos agrícolas.
El debate metodológico requiere mucho liderazgo político
e imaginación técnica. Brasil, por ser el país de
mayor dimensión económica que ejerce este semestre la Presidencia
temporal del Mercosur, tiene una responsabilidad principal.
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