Luego de las reuniones de Bruselas y de Miami, es razonable considerar que las negociaciones del Mercosur con la Unión Europea y con los Estados Unidos en el ALCA, han entrado en su etapa final. Será muy compleja pues habrá que equilibrar intereses en materia de acceso a mercados –incluyendo los agrícolas- y pulir las nuevas reglas de juego, en particular su letra fina. Y se sabe que el diablo está en el detalle. Además quedarán temas sustantivos pendientes, sobre los cuales será difícil llegar a acuerdos equilibrados en los plazos establecidos. Por lo tanto a partir de la vigencia de los acuerdos se deberá continuar negociando el desarrollo de los compromisos asumidos en lo que, en la práctica, será considerada la etapa fundacional del acuerdo hemisférico y del transatlántico.
Varios de los nudos principales de ambas negociaciones requerirán un enfoque triangular. En realidad ello es natural si se tiene en cuenta que siempre ha sido difícil entender las cuestiones relevantes de la historia económica de los países del Mercosur, sin insertarlas en un triángulo geométrico -o “amoroso” como sostiene el profesor Clovis Brigagâo- con Europa y los EEUU.
La dimensión triangular cobra actualidad hoy para quien quiera captar en todos sus matices la última etapa de estas negociaciones comerciales del Mercosur. Ésta es una de las conclusiones que se pueden extraer de un seminario de la Fundación Konrad Adenauer en Washington, el 25 de noviembre, sobre el “triálogo” multilateral luego del revés de Cancún y de los resultados más promisorios de Bruselas y Miami. Participaron expertos de las tres partes y funcionarios americanos con responsabilidades en las negociaciones.
Por lo menos tres cuestiones requerirán un abordaje triangular a fin de facilitar un resultado razonable de las negociaciones, incluyendo las de la OMC cuya suerte podría quedar un poco más clara tras la reunión de Ginebra el 15 de diciembre.
La primera es la del futuro de la OMC. Parecería haber un interés compartido entre el Mercosur, los EEUU y la UE, en evitar el fracaso de las negociaciones iniciadas en Doha y, sobretodo, en impedir un derrumbe del sistema comercial multilateral global.
La segunda es la de la construcción de consensos en torno a tres nudos centrales de las agendas negociadoras, que son los de la agricultura, los servicios e inversiones, y las compras gubernamentales. En relación a ninguno de ellos parecería ser del interés del Mercosur concretar a acuerdos discriminatorios con respecto a los EEUU o a la UE. Más allá de las tácticas negociadoras, la realidad triangular de su inserción hemisférica y transatlántica torna tal hipótesis poco imaginable en la práctica. Se puede sí imaginar fórmulas triangulares para desatar nudos. Por ejemplo, en el caso de la agricultura, un paso mínimo hacia una meta más ambiciosa podría ser acuerdo triangular de “no agresión” por lo menos en materia de subsidios a las exportaciones. A tal efecto, cláusulas similares podrían ser incluidas en ambos acuerdos. La cuestión más compleja de los subsidios a la producción, se sabe, requiere una solución en la OMC y ella será en buena medida la resultante de un acuerdo entre las tres partes. Asimismo, las cláusulas de “denegación de beneficios” en materia de inversiones, servicios y compras gubernamentales, podrían redactarse asumiendo la realidad triangular de las inversiones extranjeras en el Mercosur e, incluso, tomando en cuenta que hay o puede haber inversiones resultantes de alianzas estratégicas entre empresas europeas y americanas.
Finalmente la tercera cuestión es la de la preparación de los escenarios post-negociación. Lo razonable sería una cooperación económica de los EEUU y de la UE, con la participación conjunta del BID y la Comisión Europea. Debería facilitar la reconversión productiva de empresas –especialmente pymes- para que estén en condiciones de navegar con éxito los espacios económicos ampliados por los respectivos acuerdos. Debería permitir, asimismo, encarar una cuestión central para el futuro del Mercosur cuál es la de las asimetrías económicas que afectan al Paraguay y al Uruguay. Es una cuestión de fuerte sensibilidad política, como lo ha señalado Eduardo Duhalde en declaraciones tras su reciente visita –en su nueva responsabilidad- a Brasilia, Asunción y Washington. Su existencia debilita la cohesión interna del Mercosur y por ende, su imagen externa especialmente en el marco de las negociaciones en curso.
En relación a los escenarios post-negociación, tres recomendaciones parecen apropiadas para los empresarios del Mercosur. Las tres pueden requerir un enfoque triangular. La primera es que imaginar los escenarios post-negociadores en la perspectiva de cada empresa debería ser un capítulo central de su inteligencia competitiva. Ello supone un diagnóstico sobre el impacto –positivo o negativo- que las negociaciones tendrán en sus futuras ventajas competitivas. Es un ejercicio que debería integrarse en el plano más amplio de cada cadena de valor y de la región en su conjunto. La segunda es que cuánto más temprano se ponga en práctica una estrategia de absorción del impacto de los escenarios post-negociadores –por las empresas, por cada país socio y por el propio diseño del Mercosur-, mayores serán las posibilidades de operar con éxito, sea en el plano ofensivo, sea en el defensivo. Y la tercera es que en función de su planteamiento estratégico, las empresas tienen aún tiempo de incidir en los resultados de las negociaciones, para lo cual deben prestar suma atención a los próximos pasos que se reflejan en los cronogramas acordados por los gobiernos. |