Cancún fracasó. Será necesario ahora salvar la Organización
Mundial de Comercio (OMC). Para ello será preciso continuar negociando.
El liderazgo de los países desarrollados ha sido puesto a prueba.
Es difícil por ahora preveer la evolución inmediata del
proceso negociador y menos aún, anticipar los efectos del fracaso
de Cancún sobre las otras negociaciones que interesan a la Argentina
y al Mercosur, en el ALCA y con la Unión Europea. Todo tendrá
que ser replanteado, ya que parece evidente que la cuestión agrícola
no tendrá una respuesta satisfactoria en el plano de la OMC, al
menos en los plazos previstos.
Por lo menos tres conclusiones preliminares pueden extraerse en el momento
en que Cancún vuelve a poblarse de turistas relajados. Algunas
pueden ser útiles a la hora de profundizar el debate que se ha
instalado en El Cronista sobre la Argentina en la OMC.
La primera es que debemos asumir la idea de que negociar en la OMC es
una tarea permanente, que adquiere luz pública en ocasiones relevantes
como fue Cancún, pero que requiere atención constante del
Gobierno y de los sectores interesados.
La segunda conclusión es que la calidad de las coaliciones que
se enhebren para negociar, impactan en el logro de lo que al país
le conviene. En Cancún operaron por lo menos cinco coaliciones
significativas, una de las cuales -el G-21, en el que participó
activamente la Argentina- tuvo un papel relevante. Son coaliciones dinámicas,
de geometría variable y casuística. No son permanentes ni
tienen un carácter ideológico. Como todo en la OMC, se enhebran
en torno al logro de intereses nacionales muy concretos. Siempre, en última
instancia, se vinculan con la necesidad de preservar o generar fuentes
de empleo. Un país como la Argentina, con un papel marginal en
el comercio mundial de bienes y servicios, y con algunos problemas de
imagen, no puede sobreactuar, ni le conviene enhebrar alianzas exclusivas
ni excluyentes.
La tercera conclusión es que la organización nacional para
negociar es más importante cuanto menor es el poder de negociación
de un país. Ella es la resultante de una cadena de valor dinámica
e interactiva. Todos los eslabones demandan profesionalidad y continuidad
en los esfuerzos. La debilidad de unos afecta los otros. Si los funcionarios
que negocian cambian continuamente o si no siempre tienen experiencia
previa; si la información oficial relevante no es fácilmente
accesible por internet -como es el caso de Australia- sin necesidad de
de telefonear al Ministro o a los negociadores; si la representación
empresaria -y sindical- es dispersa y no se sustenta en think tanks
propios o contratados; si la actividad académica no asume toda
la complejidad de las negociaciones -incluyendo el enfoque interdisciplinario
entre factores políticos, económicos y legales, y el evitar
afirmaciones que no se sustenten en investigaciones rigurosas (por ejemplo,
sobre los efectos de la Rueda Uruguay)- y, en particular, si todo ello
ocurre simultáneamente, entonces es factible que el país
tenga dificultades a la hora de definir lo que le conviene y puede obtener,
con realismo, en la mesas negociadoras.
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