Factores que impulsan un debate sobre el Mercosur
Al menos dos factores impulsan un debate necesario sobre el Mercosur,
en el contexto de la nueva realidad internacional surgida después
del 11 de septiembre del 2001.
El primer factor, es la percepción que su situación actual
dista de ser envidiable. Tiene un notorio problema de credibilidad, interno
y externo. Problema alimentado por la situación económica
por la que atraviesa y por la baja calidad de sus reglas de juego, que
distan de generar un horizonte previsible para los inversores.
El segundo factor, es la sensación de que tal como está,
el Mercosur no es hoy un instrumento eficaz y funcional a los requerimientos
de la transformación productiva, de la cohesión social,
de la competitividad global y de las negociaciones comerciales internacionales
de sus socios.
Es a la vez un debate positivo y oportuno. Positivo, pues es útil
someter a crítica constructiva un proceso político y económico,
que incide en la calidad de la inserción internacional de cada
uno de los países miembros. Oportuno, pues coincide con los debates
internos que afloran en los procesos electorales en la Argentina y en
el Brasil.
Dos dimensiones se destacan en el necesario debate. Una es existencial,
la otra instrumental o metodológica.
La dimensión existencial tiene que ver con la conveniencia de
impulsar una estrategia de integración entre los cuatro socios,
incluyendo su extensión a Chile. Pocos cuestionan tal conveniencia.
Los que lo hacen, plantean dos opciones no excluyentes entre sí:
la primera es la de una estrategia de inserción internacional en
base a acuerdos bilaterales de libre comercio con otros países,
en especial con los Estados Unidos y con la Unión Europea. El modelo
sería Chile. La segunda opción, es la de privilegiar una
alianza estratégica con los Estados Unidos, que implicaría
un acuerdo de libre comercio bilateral o, en su versión más
imaginativa, la incorporación al NAFTA. En ambos casos, una consecuencia
probable podría ser abandonar el Mercosur, o transformarlo en una
zona de libre comercio, o diluirlo en el ALCA o limitarlo a su dimensión
política. Los gobiernos actuales han reafirmado, con razón,
la necesidad de profundizar la estrategia de inserción en el mundo
a través del fortalecimiento del Mercosur en su concepción
original -la construcción gradual de un mercado común, abierto
al mundo a través de negociaciones en la OMC, con los Estados Unidos
y con la Unión Europea-. Es la opción que ha avalado un
grupo pluralista de personalidades de los cuatro países -impulsado
por el CEBRI del Brasil- en un manifiesto entregado a los Presidentes
en la última Cumbre del Mercosur.
En el debate existencial se suele desconocer una realidad. Ella es que
el Mercosur, más que un proceso de integración, es hoy el
nombre de una región que coexistirá con sus países
socios aún cuando se diluyan los compromisos del Tratado de Asunción.
Está impuesta por la geografía y el por acortamiento de
las distancias económicas. Subestima el impacto político
y económico del principal logro del Mercosur, que es el desarrollo
de un espacio de paz y de cooperación entre naciones contiguas,
con irradiación sobre América del Sur.
El predominio de la lógica de la integración, permite mejor
encarar dos agendas externas esenciales para la democracia y la transformación
productiva en los países socios. Es lo que le da sentido existencial
al Mercosur.
Una es la agenda "11 de septiembre" -que puede convertirse
en "11 de septiembre plus"-, con lo que ella implica en cuanto
a navegar con éxito frentes de tormenta que se han instalado en
la región, especialmente en materia de seguridad y de financiamiento
externo.
La otra es la agenda de "negociaciones comerciales" en la OMC,
con los Estados Unidos y con la Unión Europea, de cuyos resultados
dependerán futuros accesos a mercados mundiales; capacidad para
atraer inversiones, y condicionamientos para políticas públicas
económicas y comerciales. Son negociaciones que, tras la aprobación
del "fast track" por el Congreso americano, entrarán
muy probablemente en el período 2003-2004 en su fase de maduración,
en la medida que el escenario mundial no se vuelva aún más
volátil e incierto, por hechos similares a los del 11 de septiembre
del 2001.
Se sabe que entre naciones contiguas la opción a la lógica
de la integración suele ser la de la fragmentación. La experiencia
europea es elocuente en tal sentido. En tal perspectiva, nadie se beneficiaría
entonces con la dilución del Mercosur. Podría tener efectos
incalculables para la estabilidad de América del Sur.
La dimensión instrumental o metodológica del necesario
debate, a su vez, tiene que ver con los métodos empleados para
desarrollar el Mercosur, incluyendo mecanismos de decisión, técnicas
de integración de mercados -unión aduanera o zona de libre
comercio- y calidad de reglas de juego. Es la dimensión que requiere
más atención en la actualidad. Lo recomendable sería
profundizar un debate sobre cuatro puntos: cómo afirmar la confianza
y lealtad entre los socios, basada en intereses y ganancias mutuas; cómo
profundizar la preferencia económica, con técnicas compatibles
con el artículo XXIV del GATT-1994; cómo asegurar disciplinas
colectivas, en torno a reglas de juego que sean a la vez previsibles y
flexibles, y cómo perfeccionar métodos de articulación
de intereses y de solución de conflictos comerciales.
Un debate serio sobre la dimensión instrumental o metodológica
del Mercosur, permitiría absorber dudas existenciales y diluir
la actual crisis de credibilidad. Si así fuera, se podría
lograr el objetivo original de desarrollar un contexto favorable a la
solución de los múltiples desafíos internos y externos,
que confrontan hoy y seguirán confrontando los países socios.
Un escenario mundial complejo e incierto
El necesario debate sobre el Mercosur, tanto en su dimensión existencial
como en la instrumental, debe ser colocado bajo el prisma de una agenda
mundial plagada de frentes de tormenta, de índole política
y económica.
En efecto, a partir de los trágicos acontecimientos del 11 de
septiembre del 2001, se han introducido significativos cambios en las
prioridades de la agenda mundial, la que estará por un tiempo -incluso
en el campo económico-financiero y en el de las negociaciones comerciales
internacionales- fuertemente influenciada por cuestiones de seguridad,
de defensa y de supervivencia de los valores propios de la sociedad abierta.
Es hoy más claro aún lo que se vislumbró al final
de la Guerra Fría, en el sentido que el principal problema en las
relaciones internacionales del futuro, será lo imprevisto. No sólo
se desplazarán a alta velocidad las ventajas competitivas de las
naciones en el campo de la producción y del comercio, como ha ocurrido
en las últimas décadas. También se generarán
con rapidez nuevas condiciones de vulnerabilidad externa relativa, especialmente
en el caso de las democracias industrializadas de la OECD.
Se trata entonces de una realidad internacional de alta volatilidad,
que conduce a replantear categorías analíticas para intentar
decodificar sus características y su dinámica. Tornar inteligibles
los acontecimientos internacionales, requerirá revisar muchas interpretaciones
sobre la lógica implícita en el comportamiento de las naciones
en sus relaciones de poder.
Por ejemplo, hasta ese 11 de septiembre el debate entre muchos analistas
y operadores internacionales, era si la distribución del poder
relativo de las naciones tendía a ser unipolar -en torno a los
Estados Unidos- o multipolar -en torno a grandes bloques regionales-.
Hoy parece necesario introducir una categoría adicional: la de
las micropolaridades. Ya no sólo en el plano de la producción
y del comercio, pero ahora también en el de la violencia, se observa
claramente el surgimiento de polos de poder no estatal -a veces minúsculos
y no articulados entre sí, otras insertos en redes globales o regionales-,
que según como ejerzan su poder pueden afectar significativamente
las relaciones entre Estados, el mapa de alianzas internacionales y, en
especial, el de las vulnerabilidades externas relativas, incluso de las
grandes potencias. Las fuentes de violencia de alcance global, aparecen
fragmentadas en múltiples micro-polos de perfiles y características
indefinidas y de alcance transnacional, diseminados en todas las regiones,
incluso en los países más desarrollados. Lo nuevo es que
han percibido que pueden afectar seriamente a los grandes polos del poder
mundial.
Por lo demás, las líneas de principal tensión en
el sistema internacional, cruzan ya no sólo por las fronteras territoriales
de los Estados, como ha sido la característica al menos en los
dos últimos siglos. Ahora están adquiriendo un carácter
aún no preciso, aparentemente más difuso, pero que tiende
a ser predominantemente religioso y cultural. Incluso se internalizan
en los sistemas políticos nacionales. De ahora en más, será
crecientemente difícil distinguir entre conflictos externos e internos,
entre actores externos e internos, entre desafíos provenientes
del propio país o del sistema internacional.
En tal perspectiva, la capacidad de cada Estado de ejercer en forma efectiva
el monopolio de la fuerza dentro de sus respectivas jurisdicciones -en
particular cuando tal fuerza es proyectada sobre otros Estados-, se transformará
crecientemente en uno de los bienes públicos más valiosos
para la estabilidad del sistema internacional. Mayor será el desafío
cuanto más abierta sea una sociedad y, a la vez, más débil
sean el respectivo Estado y sus instituciones democráticas. Los
problemas de legitimidad interna en un país, serán cada
vez más de interés de todos los demás, en particular
de los vecinos.
En el aún incierto panorama emergente del 11 de septiembre del
2001, dos hechos parecen surgir con creciente nitidez.
Por un lado, el hecho de una mayor intensidad en el fenómeno de
globalización de la interdependencia, en todos los planos y en
todas las direcciones. En todos los planos, pues ya no sólo abarca
la producción y el comercio, la cultura y la religión, la
ciencia y la tecnología, sino que se extiende a la violencia y
al terrorismo. En todas las direcciones, pues la globalización
ahora también afecta en el plano de la seguridad, a los Estados
Unidos y a las democracias industrializadas de la Unión Europea.
Hasta ese fatídico 11 de septiembre, los efectos negativos de la
globalización parecían percibirse sólo sobre los
países en desarrollo. Hoy la idea de la "aldea global",
abarca a todas las naciones, tanto en su dimensión positiva de
la paz, como en la negativa del terror y de la guerra. La globalización
como fenómeno político internacional, y no sólo económico
y cultural, está alcanzado toda su plenitud. Administrar los efectos
de la globalización es ahora, un problema de todos.
Por el otro lado, el hecho que la interdependencia globalizada está
adquiriendo un signo claramente conflictivo y que podría eventualmente
alcanzar su máximo grado, el del combate -la guerra-, incluso adoptando
modalidades desconocidas hasta ahora y, por tanto, inimaginables en base
a la experiencia histórica.
En adelante entonces, la cuestión de la gobernabilidad del sistema
internacional -esto es la de tornar factible una administración
de la interdependencia en la que predominen la ley, la razón y
la moderación, es decir, una interdependencia con un signo de tendencia
cooperativa- interesa ahora a todas las naciones, y no sólo aquellas
emergentes o en desarrollo. Es una cuestión que aparece estrechamente
vinculada a la democratización y a la legitimidad de las instituciones
internacionales multilaterales, por cierto que en los esfuerzos por erradicar
la violencia y el terrorismo de alcance global, pero también en
los orientados a crear condiciones objetivas de paz entre las naciones.
Ello involucra claramente la agenda mundial del comercio y del desarrollo
sustentable, y la de la solidaridad internacional, especialmente con las
sociedades más débiles y menos preparadas para beneficiarse
de la globalización económica. De allí la relevancia
especial de la cuestión de la profundización de los principios
y métodos de decisión en los organismos internacionales
destinados a asegurar la gobernabilidad de un sistema internacional, a
la vez globalizado y predominantemente contradictorio, por ende, conflictivo.
El Mercosur en el nuevo escenario mundial
El nuevo escenario mundial tiene también claras repercusiones en
la inserción internacional de América del Sur y, en particular,
del Mercosur. Le da una dimensión especial al desarrollo de un
profundo debate -académico y político, por cierto, pero
sobre todo, a nivel de la sociedad civil y de sus instituciones representativas-
sobre los desafíos que la globalización plantea hoy a nuestras
democracias, y sobre cómo articular el trabajo conjunto para desarrollar
un entorno externo favorable a sociedades abiertas y competitivas. Cómo
domesticar los potenciales efectos negativos de la globalización
y cómo aprovechar las oportunidades que de ella surgen, son hoy
cuestiones prioritarias para nuestras sociedades, y deberían ocupar
un lugar relevante en la reflexión sobre la región en el
mundo.
Ello implica reconocer que los desafíos que surgen del nuevo escenario
internacional requieren, más que nunca, de una lectura compartida
entre los países de la región, en la que ellos sean colocados
bajo el prisma de los intereses nacionales de los componentes de un subsistema
internacional -el sudamericano- que está expuesto como el resto
del mundo, a las fuerzas centrífugas que se han desatado en el
sistema global, pero que por su ubicación geográfica no
está necesariamente aún en el epicentro de la crisis originada
en los hechos del 11 de septiembre del 2001.
Implica en particular, colocar bajo una nueva óptica la agenda
de la integración y de la administración de la interdependencia
en la región sudamericana y, en particular, colocar en tal perspectiva
el debate sobre la dimensión estratégica del Mercosur y
su concreción instrumental, como proceso de clara dimensión
sudamericana y abierto al mundo.
Surgen algunas preguntas relevantes para el necesario debate sobre el
Mercosur. ¿Cuál es el valor que tiene y el papel que le
cabe en la perspectiva de la región sudamericana ante la nueva
realidad internacional?. ¿Puede seguir siendo visualizado y valorado
sólo como un proyecto de contenido predominantemente comercial
y económico?. O por el contrario, ¿debe retomarse la idea
fundacional de un proyecto multidimensional, con un claro impacto político
en los esfuerzos de un grupo de países sudamericanos por consolidar
la democracia, modernizar sus economías, fortalecer la coherencia
social e insertarse competitivamente en un mundo globalizado?.
Para que el Mercosur pueda ser un instrumento útil de gestión,
a través de políticas públicas y de comportamiento
sociales, de los efectos sobre la región de la nueva realidad internacional,
será necesario un liderazgo político que permita volver
a correlacionar sus tres principales dimensiones fundacionales.
En primer lugar su dimensión estratégica, como instrumento
funcional a la agenda doméstica de cada uno de los socios, y en
particular, a sus objetivos políticos y económicos fundamentales,
en cuanto a la consolidación de la democracia, la modernización
económica y la inserción competitiva en los mercados globales.
Esta dimensión estratégica adquiere un mayor significado
en el mundo post-11 de septiembre, en cuanto a la posibilidad de encarar
juntos los desafíos que la nueva realidad internacional plantea
en el plano de la seguridad y del financiamiento externo, y en cuanto
a la necesidad de crear condiciones que contribuyan al desarrollo de un
entorno sudamericano de paz, estabilidad política y democracia.
Un resultado positivo evidente del Mercosur -desde su concepción
original en el acuerdo bilateral de la Argentina y el Brasil de 1986-
es precisamente el haber contribuido a consolidar una zona de paz en la
región sur de América del Sur. Extender esta zona de paz
a toda la región sudamericana es, sin dudas, un objetivo estratégico
de gran magnitud que puede resultar de la superación de los problemas
actuales del Mercosur. Por el contrario, su debilitamiento o fracaso,
puede producir efectos políticos y no sólo económicos
negativos, contribuyendo al fortalecimiento de tendencias centrífugas
dentro de la región. No es algo deseable en el actual contexto
internacional.
En segundo lugar su dimensión de negociaciones comerciales internacionales,
como instrumento funcional al objetivo de sus socios de posicionarse para
obtener sus objetivos principales en las negociaciones comerciales en
la OMC, con los Estados Unidos, sea en el ámbito del ALCA o del
"4+1", y con la Unión Europea. Son negociaciones complejas
y estrechamente vinculadas entre sí. Son inevitables, pues los
costos de no negociar pueden superar con creces los costos implícitos
en toda negociación comercial.
En esta perspectiva cobra todo su valor el hecho que se logre avanzar
en una unión aduanera creíble, con un arancel externo común,
que incorpore modalidades flexibles de geometría variable y de
múltiples velocidades, en forma compatible con el alcance amplio
y ambiguo del artículo XXIV-8 del GATT-1994. Ello permitiría
no sólo mejor alcanzar en tales negociaciones comerciales internacionales,
los objetivos perseguidos en materia de acceso asegurado a los mercados
de los países más avanzados y en materia de eliminación
de prácticas que distorsionan las competitividades relativas, por
ejemplo en el comercio de productos agrícolas y agro-industriales,
pero también facilitaría la plena incorporación de
Chile al Mercosur, objetivo en si mismo valioso, tanto desde un punto
de vista político como económico.
En tercer lugar su dimensión comercial y económica intra-Mercosur.
Ello requiere colocar la estrategia para su desarrollo, no sólo
en la perspectiva de los nuevos desafíos que surgen del contexto
mundial, si no que también en la de los posibles escenarios post-negociaciones
comerciales internacionales.
Implica, en particular, avanzar con realismo en la dirección estratégica
acordada en el Tratado de Asunción en el sentido de crear en forma
gradual un espacio económico común, con reglas que efectivamente
se cumplan y con un razonable equilibrio entre las necesidades de ser,
a la vez, flexibles y previsibles, en materia de reglas de juego que inciden
sobre los flujos de comercio y las decisiones de inversión. Implica
además, abordar también con realismo la coordinación
macroeconómica, aún sabiendo que los avances en este plano
estarán determinados, entre otros factores, por el crecimiento
del grado de interdependencia comercial y económica entre los socios.
Por lo demás, la amplia experiencia europea en materia de apoyo
a países que transitan el difícil camino de la consolidación
de la democracia y de la modernización económica -muy basada
en la propia experiencia de los Estados Unidos con Europa en la época
del Plan Marshall-, lleva a recomendar el establecer un vínculo
explícito entre las negociaciones comerciales internacionales del
Mercosur y la cooperación económica -tanto de la Unión
Europea como de los Estados Unidos- hacia sus países miembros,
de manera de tornar sustentables y legítimos los efectos de los
acuerdos que se logren en materia de ampliación de los espacios
económicos, en el Hemisferio y en el plano interregional transatlántico.
Sólo un enfoque en el que se interrelacionen en forma dinámica
las tres dimensiones mencionadas, permitirá avanzar en la construcción
del Mercosur, otorgándole una eficacia que ha ido perdiendo gradualmente.
Ello supone colocar la tercera dimensión en la perspectiva de las
dos primeras. Pero también supone reconocer que las dos primeras
dimensiones, no serán viables si no se logra avanzar en la tercera.
Las tres requieren de un serio fortalecimiento de su calidad institucional,
que permita producir reglas de juego efectivas y eficaces. Y que permita
asegurar un grado de transparencia en las reglas de juego, hoy muy bajo,
y un grado significativamente más intenso de participación
de la sociedad civil en el debate y en la construcción del Mercosur.
Son condiciones esenciales a la necesaria legitimidad social del esfuerzo
de integración regional. La opción debe ser claramente la
de un Mercosur "rule-oriented", frente a la tentación
de un proceso que en los hechos sea "power-oriented", que sería
la antesala de su fracaso.
Es todo ello lo que se simboliza en la expresión de un Mercosur
"en serio", que quizás sea la que refleja las demandas
más profundas que se manifiestan hoy en las respectivas sociedades
civiles, en los inversores y en los terceros países con los cuales
se pretende negociar, a la hora de evaluar el estado actual del Mercosur
y sus perspectivas.
La nueva realidad internacional post-11 de setiembre, incluyendo la agenda
de las negociaciones comerciales internacionales, requiere precisamente
señales claras y no retóricas, de que los socios están
dispuestos a avanzar en la construcción de un Mercosur "en
serio", como respuesta a los desafíos que se plantean en la
región sudamericana en su conjunto y como contribución a
la gobernabilidad del sistema internacional, en base a regiones de paz,
estabilidad y democracia.
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