Al abordarse la cuestión del valor que el Mercosur tiene para
una empresa que exporta o pretende exportar bienes o servicios, tres dimensiones
son relevantes. La primera es que el Mercosur es, ante todo, una realidad
regional significativa a escala internacional, de creciente interdependencia
(flujos de comercio e inversión, imagen externa) y de fuerte potencial
de crecimiento económico. Es una realidad de geometría variable,
ya que según sea el sector, abarca además de los cuatro
socios plenos, a Chile, Bolivia e incluso el resto de Sudamérica
(por ej. en energía y transporte). La segunda es que el Mercosur
es, además, un proceso formal de integración económica
(objetivos de largo plazo; mecanismos de decisión; políticas
públicas e instrumentos compartidos -por ejemplo, el arancel externo
común-; reglas de juego y un sistema de solución de controversias)
originado en el Tratado de Asunción y aún antes, en la integración
bilateral Argentina-Brasil. La tercera es que el Mercosur, como realidad
regional y proceso de integración, es para la empresa que aspira
a trascender su mercado interno, sólo parte de un cuadro global
de desafíos y oportunidades, muy dinámico -las ventajas
competitivas se desplazan a altas velocidades- amplio, diverso y complejo.
Sobre él inciden condiciones de acceso a mercados y reglas de juego,
que se originan en múltiples ámbitos negociadores comerciales
internacionales.
Como realidad regional, será para siempre el entorno externo
inmediato de la Argentina y de sus empresas. Lo determina la geografía.
Lo mismo ocurre con los demás países del sur americano.
Lo razonable es prever que en el futuro las distancias físicas
y económicas continuarán acortándose, la interdependencia
aumentará y que cada vez será más difícil
prescindir de tal entorno en la estrategia de competitividad de una empresa
que produce bienes o presta servicios, en prácticamente todos los
sectores. Las ciudades y centros de producción de la región
estarán más próximos. Las redes de producción
y distribución serán más densas, sean ellas originadas
en competidores globales o en la asociación de empresas locales
de cada país. Ello torna recomendable la distinción entre
el enfoque estratégico de la competitividad dentro de la región,
que implica una visión de mediano y largo plazo, del enfoque coyuntural,
en función de los datos del corto plazo. En el plano coyuntural
es obvio que la región no atraviesa un buen momento. Se refleja
en la disminución del comercio recíproco, influenciada por
la caída de la actividad económica en la región y
especialmente en la Argentina, y por la volatilidad cambiaria producida
por la devaluación del Real y luego por la del peso argentino.
Pero sería un error serio, confundir los graves problemas coyunturales,
con el potencial de comercio e inversión que en el mediano y largo
plazo tiene la región. En tal perspectiva, esta es una hora que
pone a prueba la capacidad empresaria para desarrollar estrategias que,
a la vez que permitan neutralizar o aprovechar las dificultades coyunturales,
las posicionen en la competencia económica regional que, en el
mediano y largo plazo, será crecientemente intensa y dura.
Como proceso de integración, el Mercosur presenta hoy notorias
deficiencias y una crisis de credibilidad. En parte se debe a la situación
macro-económica y cambiaria de sus socios. Pero en mucho se debe
a una baja calidad de sus mecanismos de decisión, de sus instrumentos
y de sus reglas de juego. Lo razonable es esperar que la superación
de la actual coyuntura económica, será acompañada
por decisiones gubernamentales orientadas a adaptar el Mercosur a las
nuevas realidades. Difícil que se produzca antes de las elecciones
en el Brasil y en la Argentina. Un replanteo del Mercosur, debería
colocarlo en condiciones de ser parte de la solución de los problemas
estructurales que hoy se observan, en particular en la Argentina y, por
ende, parte de una estrategia nacional de competitividad sistémica.
En tal perspectiva adquiere importancia el esfuerzo que los socios del
Mercosur, actuando en conjunto, efectúen para abrir mercados mundiales
y para negociar nuevas reglas de juego que incidirán en los flujos
de comercio y de inversiones. Tres frentes negociadores -hoy en pleno
desarrollo- son importantes para la competitividad futura de las empresas
que operan en el Mercosur y en sus socios. Ellos son, a escala global,
el de la OMC -fundamental para el sector agrícola-; a escala hemisférica,
el del ALCA y los Estados Unidos- y a escala interregional, el de la asociación
con la Unión Europea. A la vez que se negocia, el Mercosur y sus
empresas deben prepararse para los escenarios post-negociadores, lo que
implica intensificar la integración regional de cadenas productivas.
Sólo vinculando las tres dimensiones antes mencionadas, y combinando
los factores coyunturales con los estratégicos, podrá una
empresa trazar una hoja de ruta de corto, mediano y largo plazo, a fin
de competir en los mercados de la región y del mundo, con posibilidades
de éxito. Si la empresa es pequeña o mediana, tal hoja de
ruta deberá poner énfasis en su inserción en redes
de producción y distribución, que le permitan neutralizar
efectos negativos de un escenario económico internacional que continuará
caracterizándose por su volatilidad y dinámica de cambio,
y a la vez, potenciar las oportunidades que resultan de la globalización
y regionalización de la competencia económica.
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