Se ha instalado un debate necesario sobre el Mercosur. Al menos dos factores
lo impulsan. Por un lado, la percepción que su situación
actual dista de ser envidiable. Tiene un problema de credibilidad, interno
y externo. Problema alimentado por la situación económica
por la que atraviesa y por la baja calidad de sus reglas de juego, que
distan de generar un horizonte previsible para los inversores. Por otro
lado, la sensación que tal como está, no es un instrumento
funcional a la transformación productiva, la competitividad y las
negociaciones comerciales de sus socios.
El debate es positivo y oportuno. Positivo, pues es útil someter
a crítica constructiva un proceso político y económico,
que incide en la calidad de la inserción internacional de cada
uno de los países miembros. Oportuno, pues coincide con los debates
internos que resultan naturales en los procesos electorales en curso en
la Argentina y en el Brasil.
Dos dimensiones se destacan en el debate. Una es existencial, la otra
instrumental. La existencial tiene que ver con la conveniencia de impulsar
una estrategia de integración entre los cuatro socios, incluyendo
su extensión a Chile. Pocos cuestionan tal conveniencia. Los que
lo hacen, plantean dos opciones no excluyentes entre sí: la primera
es la de una estrategia de inserción internacional en base a acuerdos
bilaterales de libre comercio con otros países, en especial con
los Estados Unidos y con la Unión Europea. El modelo sería
Chile. La segunda es la de privilegiar una alianza estratégica
con los Estados Unidos, que implicaría un acuerdo de libre comercio
bilateral o la incorporación al NAFTA. En ambos casos, la consecuencia
sería abandonar el Mercosur, o su transformación en una
zona de libre comercio, o su dilución en el ALCA, o limitarlo a
su dimensión política. Los gobiernos actuales han reafirmado,
con razón, la necesidad de profundizar la estrategia de inserción
en el mundo a través del fortalecimiento del Mercosur en su concepción
original -la construcción gradual de un mercado común, abierto
al mundo a través de negociaciones en la OMC, con los Estados Unidos
y con la Unión Europea-. Es la opción que ha avalado un
grupo pluralista de personalidades de los cuatro países, en un
manifiesto entregado a los Presidentes en la última Cumbre del
Mercosur.
El debate existencial suele desconocer una realidad. Ella es que el Mercosur,
más que un proceso de integración, es hoy el nombre de una
región que coexistirá con sus países socios aún
cuando se diluyan los compromisos del Tratado de Asunción. Subestima
el impacto político y económico del principal logro del
Mercosur, que es el desarrollo de un espacio de paz y de cooperación
entre naciones contiguas, con irradiación sobre América
del Sur. El predominio de la lógica de la integración, permite
mejor encarar dos agendas externas esenciales para la democracia y la
transformación productiva en los países socios. Una es la
agenda "11 de septiembre" -que puede ser "11 de septiembre
plus"-, con lo que ella implica en cuanto a navegar con éxito
frentes de tormenta que se han instalado en la región, en materia
de seguridad y de financiamiento externo. La otra es la agenda de "negociaciones
comerciales", complejas y simultáneas, en la OMC, con los
Estados Unidos y con la Unión Europea, de cuyos resultados dependerán
futuros accesos a mercados mundiales; capacidad para atraer inversiones,
y condicionamientos para políticas públicas económicas
y comerciales. Se sabe que entre naciones contiguas la opción a
la lógica de la integración suele ser la de la fragmentación.
La experiencia europea es elocuente en tal sentido. Nadie se beneficiaría
entonces con la dilución del Mercosur. Podría tener efectos
incalculables para la estabilidad de América del Sur.
La dimensión instrumental, a su vez, tiene que ver con los métodos
empleados para desarrollar el Mercosur, incluyendo mecanismos de decisión,
técnicas de integración de mercados -unión aduanera
o zona de libre comercio- y calidad de reglas de juego. Es la dimensión
que requiere más atención en la actualidad. Lo recomendable
sería profundizar un debate sobre cuatro puntos: cómo afirmar
la confianza y lealtad entre los socios, basada en intereses y ganancias
mutuas; cómo profundizar la preferencia económica, con técnicas
compatibles con el artículo XXIV del GATT-1994; cómo asegurar
disciplinas colectivas, en torno a reglas de juego que sean a la vez previsibles
y flexibles, y cómo perfeccionar métodos de articulación
de intereses y de solución de conflictos comerciales.
Un debate serio sobre la dimensión instrumental del Mercosur,
permitiría absorber dudas existenciales y diluir la actual crisis
de credibilidad. Si así fuera, se podría lograr el objetivo
original de desarrollar un contexto favorable a la solución de
los múltiples desafíos internos y externos, que confrontan
hoy y seguirán confrontando los países socios.
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