Los hechos ocurridos desde la renuncia del Presidente de la Rúa,
en diciembre pasado, confirmaron los pronósticos acerca de las
dificultades económico-financieras, pero también políticas
y sociales, que se plantearían en la Argentina para operar en forma
ordenada la salida del sistema de "currency board". El régimen
de la convertibilidad se agotó y administrar su transición
no ha sido fácil.
En realidad el proceso que se está desarrollando en la Argentina
es muy complejo, y trasciende al simple cambio de una política
cambiaria y monetaria. Se está viviendo el fin de un largo ciclo
del desarrollo político y económico del país. Es
en tal perspectiva, en la que hay que colocar el análisis de la
situación actual y los pronósticos sobre escenarios futuros.
Muchos de los factores que inciden en el actual cuadro de situación,
encuentran sus raíces en la historia profunda y en la visión
que sucesivas generaciones de argentinos tuvieron sobre el país,
y sobre su inserción en el mundo y en la región sudamericana.
Otros se explican por deficiencias de la representatividad en el sistema
político y por la baja capacidad de sus instituciones para articular
intereses sociales, en un cuadro de amplia fragmentación del poder,
así como para producir políticas públicas que penetren
en la realidad y que alcancen los resultados esperados. Y otros reflejan
problemas económicos estructurales que afectan la productividad
y la competitividad en la producción de bienes y en la prestación
de servicios; que estimulan la evasión fiscal y la economía
negra, y que aumentan las desigualdades sociales, incluso deteriorando
el nivel de vida de amplios sectores de la población, que en el
pasado gozaron de un bienestar superior al de muchos países de
la región.
Es un ciclo largo, en el que se ha acentuado la dependencia del ahorro
externo y no se han logrado revertir plenamente, los efectos que sobre
el comercio exterior del país, tuvieran el fin de su relación
económica especial con Gran Bretaña y luego, las políticas
proteccionistas que en materia agrícola practican algunos de los
países más industrializados.
No todo ha sido negativo. En las últimas dos décadas,
el país logró progresos sustanciales en su institucionalización
democrática e incluso, en la modernización de su economía,
producto en gran medida de una sustancial apertura comercial y de un fuerte
proceso de inversión, tanto para la producción de bienes
como para la prestación de servicios.
Tales progresos son hoy bases valiosas para la recuperación del
país. Es positivo el que la traumática transición
iniciada con la renuncia del Presidente de la Rúa, se esté
efectuando en el marco de la institucionalidad democrática. Al
igual que ocurriera en 1992 en el Brasil, le corresponde a Eduardo Duhalde,
con legitimidad formal indiscutible, la difícil tarea de encarar
la transición, estableciendo las bases para la sustentabilidad
política y económica de un nuevo ciclo en la vida del país.
Tres frentes de acción requieren acción inmediata. Del
éxito que se obtenga dependerá en gran medida la evolución
futura de la Argentina, retomando sobre bases sólidas, el necesario
crecimiento económico. El primero, es el de la reconstrucción
del poder político y de la eficacia del Estado. El segundo, es
el de restablecer la paz en una sociedad convulsionada por frustaciones
y tentada por la anarquía. El tercero, es precisamente el de lograr
un "soft-landing" del sistema del "currency-board",
lo que implica reconstruir la confianza en la moneda nacional, en el sistema
financiero y en la capacidad política de lograr, a la vez, políticas,
conductas y mecanismos, funcionales a la disciplina fiscal y monetaria,
y al ahorro y la inversión, necesarias para la producción
y la equidad social.
No es tarea fácil. El éxito depende del acierto gubernamental
en la generación de políticas eficaces y creíbles,
así como de las consecuencias que extraigan todos los sectores
-pero en especial los dirigentes políticos, empresarios, intelectuales,
sindicales, religiosos- del ejercicio amplio de autocrítica constructiva
que se requiere y que ya se ha iniciado.
Pero también dependerá de la comprensión que la
comunidad internacional tenga del caso argentino, y del apoyo concreto
que se obtenga en el plano político y financiero. Aislar al país
y dejarlo librado a su suerte, limitarse a recetarle políticas,
implicaría desconocer el efecto que un agravamiento de la crisis
actual -que podría resultar del fracaso de los esfuerzos de reconstrucción
que ya se han encarado-, tendría sobre la estabilidad democrática
y económica de una región sudamericana cada vez más
convulsionada, como lo ponen de manifiesto, entre otras, las situaciones
por las que atraviesan Colombia y Venezuela. Nadie ganaría.
Lo que ocurre en la Argentina se debe mucho a los propios argentinos.
Pero también se debe a un entorno internacional -de ideas, ideologías
y modelos, de políticas y comportamientos- no siempre favorable
a la consolidación de sociedades abiertas en el mundo en desarrollo.
El 11 de septiembre, Afganistán, Medio Oriente, el caso Enron y
la Argentina -entre otros- son diferentes síntomas de que algo
no funciona en el mundo actual. La autocrítica no es hoy un ejercicio
necesario sólo para los argentinos. Es también recomendable
para países ricos, organismos y empresarios internacionales, expertos
y formadores de opinión.
En tal perspectiva, cabe colocar la importancia que para la Argentina
tiene su relación estratégica con el Brasil y la construcción
de un Mercosur "en serio". Es decir de un Mercosur que pueda
ser visualizado, por la calidad de sus reglas y la eficacia de sus compromisos,
como un ámbito externo regional favorable para las profundas transformaciones
políticas, económicas y sociales que aún se requieren,
en mayor o menor medida, en todos sus socios. Que sea suficientemente
atractivo para incluir a Chile y para ser el núcleo duro de la
estabilidad política y económica de América del Sur.
Un Mercosur, que gracias a su legitimidad y a sus disciplinas colectivas,
pueda brindar una plataforma de ganancias mutuas, que permita mejor negociar
y competir en el mundo.
Es una hora en la que la Argentina tiene que hacer su reconversión
y ello implica grandes esfuerzos. Pero también es una hora para
demostrar con hechos, la importancia de la solidaridad internacional y
regional, sin las cuáles la viabilidad de la democracia, la modernización
económica y la equidad social en América del Sur, será
crecientemente cuestionada.
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