Una vez más, la Argentina encara la difícil tarea de reconstruir
su imagen externa. Es decir, la confianza en el valor de su palabra y
de los compromisos asumidos.
El no ser creíble como país es una de las desventajas competitivas
más serias que nos afecta, tanto en el comercio exterior como en
la atracción de inversores.
Se ha dicho con razón que la confianza es una de las bases de
la modernidad, el progreso y el crecimiento económico. Digámoslo
con claridad: el mundo perdió la confianza en nosotros. El fenómeno
es más agudo debido a la relativa irrelevancia estratégica
de nuestro país, y por nuestra posición marginal en el comercio
mundial de bienes y servicios. Duele, pero hay que reconocer que a veces
se nos percibe como prescindibles.
La pérdida de la confianza externa no es sólo producto
de comportamientos gubernamentales. También la acumulación
de ciertas actitudes sociales contribuye a erosionar la confianza en una
sociedad.
En el plano comercial, los contratos que no se cumplen o productos "truchos"
que reaparecen a lo largo del tiempo empobrecen gradualmente la imagen
que otros tienen de un país.
Sin embargo, a través de décadas, los comportamientos gubernamentales
potenciaron la pérdida de confianza en la Argentina. En las negociaciones,
esto suele deberse a la fragmentación del poder de decisión
y a la discontinuidad en el ejercicio de las funciones clave.
Los organigramas duran poco y suelen ser una invitación a la confusión.
Los funcionarios políticos que intervienen en los asuntos de comercio
exterior (políticas comerciales, y promoción de exportaciones
e inversiones) y en las negociaciones comerciales suelen ser varios y
no siempre se coordinan entre sí. Además son -para los estándares
internacionales- efímeros. Duran poco y no siempre retoman el hilo
de lo actuado por sus predecesores. Estas reflexiones tienen una intención
positiva y optimista. Pretenden esbozar un diagnóstico de nuestra
problemática como nación en el mundo, con la convicción
de que tenemos otra oportunidad para cambiar.
En tal perspectiva, es destacable el hecho de que la Argentina ejerce
la presidencia del Mercosur durante el primer semestre de este año.
Es un semestre especial, con una agenda a la vez intensa y compleja que
tiene por lo menos tres planos de acción.
El primero es restablecer la credibilidad en el Mercosur. Se necesitan
gestos contundentes de los socios, no sólo de la Argentina. El
presidente Duhalde ha sido claro al afirmar que el país, como política
de Estado, apoya al Mercosur. No caben más dudas entonces, sobre
la lealtad argentina a la alianza estratégica con Brasil, eje vertebral
de la integración en el sur americano.
Ni para la Argentina ni para Brasil se trata de una alianza exclusiva
ni excluyente. Pero sí de una alianza natural prioritaria, a partir
de la cual ambos países se abren al mundo, a través de negociaciones
comerciales internacionales conjuntas.
Es conocida, además, la posición favorable a un Mercosur
"en serio" del nuevo equipo de gobierno. Esto es, un Mercosur
en el que se extraigan todas las consecuencias originalmente planteadas,
en el sentido de abrir no sólo el mercado de bienes -lo que se
ha logrado-, sino también el de los servicios y de las compras
gubernamentales, cuestión aún pendiente. En el que se neutralicen
los efectos de distorsión artificial de la competencia económica,
originados en políticas cambiarias, fiscales o sectoriales. En
el que efectivamente se integren cadenas productivas orientadas a la exportación
al mundo.
Una agenda realista
Se necesita ahora un inmediato y claro entendimiento con Brasil y los
otros dos socios, sobre cómo construir una agenda de trabajo realista,
que permita concentrarse en desatar nudos que afectan la marcha y la imagen
del Mercosur.
La cumbre por realizarse en los próximos días en Buenos
Aires será la oportunidad de enviar señales fuertes a ciudadanos,
mercados y terceros países, sobre un Mercosur que recuperó
su rumbo y su vigor político. La cuestión automotriz es,
sin duda, una de las que exigen atención prioritaria.
El segundo plano de acción es lograr que el Mercosur sea percibido
como funcional a las profundas reformas, económicas y sociales
que se requieren. Que sea considerado como fuente de soluciones y no sólo
de problemas, y como un ámbito para generar disciplinas colectivas
realistas en políticas macroeconómicas, sectoriales y comerciales
externas.
Se requieren pocas reglas de calidad y transparentes con mecanismos que
aseguren que lo pactado penetre en la realidad, con capacidad técnica
propia y procedimientos de flexibilización transitoria para contemplar
situaciones especiales que afecten a un socio o a un sector en particular.
Sólo la percepción de que los socios aceptan restringir
su recurso a comportamientos unilaterales discrecionales, colocará
al Mercosur en el imaginario colectivo mundial, en una categoría
similar a la Unión Europea y al Nafta. Hoy no es así.
El tercer plano es encarar juntos, con disciplinas comunes, las complejas
negociaciones comerciales internacionales en la Organización Mundial
de Comercio (OMC), en el ALCA y en el "4+1", en la Aladi y,
en especial, con la Unión Europea.
La preparación de la Cumbre de Madrid entre la Unión Europea
y el Mercosur, en mayo próximo, será una oportunidad para
poner de manifiesto que la Argentina puede cumplir con eficacia sus responsabilidades
internacionales.
Una presidencia exitosa de la Argentina en el Mercosur, que permita avances
significativos en los tres planos mencionados, será una contribución
valiosa a la difícil y larga tarea de restablecer nuestra credibilidad
externa como nación seria y responsable.
Para lograrlo, será fundamental una fuerte coordinación
entre la Cancillería y las otras instancias nacionales y provinciales
que intervienen en las respectivas decisiones.
Será necesario, además, asegurar una participación
efectiva del sector privado, a su vez coordinado para atender los requerimientos
de las complejas negociaciones por encarar.
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