La idea de negociar un acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos
y Chile no es nueva. Tiene sentido en la estrategia de inserción
económica internacional de Chile, con su objetivo de tener acceso
preferencial, simultáneamente, a sus principales mercados, incluyendo
por cierto el de Estados Unidos, el de la Unión Europea y el del
Mercosur. Chile dejó claro su firme interés en mantener
su libertad de maniobra externa, al anunciar en forma un poco difusa su
intención de ser "miembro pleno del Mercosur".
Lo sorpresivo fueron el momento y la forma del anuncio. Parece ser producto
de un apuro. Puede tener que ver con dificultades políticas de
la Concertación; con las resistencias que despertó en influyentes
sectores de Chile la idea de ser "miembro pleno" del Mercosur;
con la habilidad de los negociadores chilenos al cortejar, a la vez, a
Estados Unidos y al Mercosur, y con el interés de la administración
saliente norteamericana de demostrar, con un acto de bajo costo político,
que Clinton es un buen pagador de promesas.
El episodio pone de manifiesto problemas del Mercosur para ser atractivo,
aún para un socio natural. Tres debilidades han sido resaltadas
por el actual y el anterior gobierno de Chile: su futuro perfil arancelario;
sus carencias para neutralizar efectos de disparidades cambiarias significativas
sobre flujos de comercio y de inversión, y sus métodos institucionales
para resolver conflictos. No hay duda de que Chile tiene razón
al respecto.
Hay al menos un consenso claro entre el Mercosur y Chile: por motivos
estratégicos y políticos tienen entre sí una relación
necesaria. No pueden ignorarse recíprocamente. Será preciso
ahora articular un consenso sobre las modalidades futuras de tal relación.
Al menos cuatro escenarios son imaginables. El primero, posible, pero
ahora menos probable. Esto es que Chile se incorpore plenamente al Mercosur
tal como está hoy, con sus evidentes deficiencias. El segundo,
posible y probable en el corto, pero no en el largo plazo. Esto es que
Chile mantenga su status de free rider, recibiendo los beneficios del
acceso preferencial, pero sin los costos de las disciplinas comerciales
colectivas, incluyendo el arancel externo común. Hay un claro techo
a esta situación, sin que provoque en otros socios del Mercosur
demandas por un status similar. El tercero, poco posible y poco probable.
Esto es que el Mercosur se diluya, al menos de hecho, en un área
de libre comercio en la que todos practiquen la poligamia, o mejor aún,
el amor libre, en materia de negociaciones comerciales externas. Sería
el fin de la idea de una unión aduanera, paso previo a un mercado
común. Si bien en la práctica algo así está
ocurriendo y, el acuerdo automotriz _hasta ahora bilateral_, entre otros
defectos serios, ha abierto la puerta para que ello ocurra en el sector,
no parece un escenario muy probable. Cuesta imaginar al Congreso norteamericano
aceptando acuerdos de libre comercio bilaterales, al menos en el futuro
previsible, con la Argentina y Brasil. Sí es imaginable en el caso
de Chile.
Hay, finalmente, un cuarto escenario posible y deseable. No sé
si probable. Esto es que el ingreso de Chile, dé lugar a una negociación
entre los cinco para enriquecer el Mercosur, resolviendo debilidades ya
identificadas, no sólo por Chile, e institucionalizando mecanismos
de múltiples velocidades y de geometría variable. Ello permitiría
atacar serios problemas de credibilidad y de legitimidad del Mercosur,
incluyendo la definición de mecanismos que contemplen las situaciones
especiales del Paraguay y del Uruguay.
La cumbre de Florianópolis es la oportunidad para avanzar en serio
en este cuarto escenario. La clave será la habilidad para transformar
la lógica voluntad chilena, de tener un acuerdo de libre comercio
con Estados Unidos, en un factor de fortalecimiento del Mercosur y de
su participación en lo que finalmente serán el ALCA y la
asociación interregional con la Unión Europea. Todo un desafío
al liderazgo político del Mercosur.
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